«Mamá, qué es ser anarquista», preguntaste después de escuchar la canción “Abubilla” de la agrupación Candela y Los Supremos (2012). Aunque ya me estoy acostumbrando a que me hagas preguntas como esta cuando vamos en el carro, la pregunta, a tu año y nueve meses, me tomó por sorpresa. En ese periodo de 33 minutos— tú, de camino a tu escuela, y yo, a mi trabajo— he conseguido tomarme el café, grabar el principio de un poema, maquillarme y extraerme leche, todo a la vez. Así las cosas, no está de más intentar responder a tu pregunta. La canción hace referencia a un ave migratoria muy hermosa conocida como abubilla que, por su cresta, de plumaje amarillo con las puntitas negras que de pronto eriza, parece punk (o punky, como dice la canción). El punk es un movimiento contracultural que surgió en el siglo pasado como protesta del conservadurismo de la sociedad. Quiero decir, el punk es como cuando te molesta que no te dejemos pintar las paredes. En fin, el punk es una forma de expresar que no quieres que yo te prive de tu deseo. El punk expresó su descontento a través de todos los sentidos. En términos artísticos, lo expresó a través de la música, la vestimenta y los peinados, estos últimos, en ocasiones, parecidos a la cresta de la abubilla.
Cuando Candela, la niña que canta la canción, dice que “a la abubilla nadie la pilla”, quiere decir que no la entienden o también que la buscan, pero no la encuentran. Cuando te pillan en el sentido de que te encuentran, quiere decir que te encontraron haciendo algo que no debías hacer. Hoy en día mucha gente piensa que la anarquía es el reguero que dejas cuando juegas y no recoges. También a esto le llamamos caos. Pero el término tiene otros significados. También hay contenidos que pueden vestirse con otras palabras, como pasa con las distintas formas en que se conoce a la abubilla. Hubo muchos anarquistas desde antes que apareciera el punk. Esto pasa porque hay algunas palabras con cajitas adentro. Cada cajita tiene su reloj. Algunas veces, le suena el despertador a una cajita que a todos despierta. Es como cuando te pregunto en qué mano está la sorpresa y dices que está en la derecha pero está en la izquierda. No. Es como cuando no te quieres comer los gandules, aunque sean parte del almuerzo, porque no te gustan. No sé. Una palabra despierta les habla a todas las cajitas, que van acompañadas de colores, sabores, olores, tacto y gusto. Por eso, cuando digo “coco”, sin tú probarlo, dices “Mmmm, rico”. Entonces, cuando Candela dice punky, también dice anarquista.
En nuestro país ha habido anarquistas desde hace mucho tiempo. Una de ellas se llamó Luisa Capetillo y no nació en el siglo pasado, sino en el anterior. Se dedicaba a leerle en voz alta a personas que no sabían leer, como te leemos cuentos a ti. Era de Arecibo, un pueblo que queda al lado de Manatí, el pueblo de tu abuela. Tu abuela no me escribe cartas, pero también tenemos largas conversaciones cuando vamos en el carro. Fue en ese trayecto que le pregunté, mientras conducía, cuál había sido el momento más feliz de su vida. Me respondió que este. Tu abuela trabajó mucho. Primero fue comerciante, luego montó una tienda de arte y manualidades donde daba clases, luego administraba junto a tu abuelo una tienda de artesanías en el aeropuerto. Ahora sigue trabajando en las labores de su casa, teje y cocina para toda la familia. ¡Es tu cocinera favorita! Le pregunté también que desde cuándo le gustaba cocinar. Me dijo que no le gustaba cocinar. Si mi mamá fuera más como la abubilla, no cocinaría tanto. Si nosotras fuéramos más como la abubilla, le cocinaríamos más. A diferencia de tu abuela, a Luisa le gustaba cocinar. Igual que tu abuela, cocinaba para muchos. Tuvo un restaurante de comida vegetariana en Nueva York a principios del siglo XX. Además, tuvo una hija llamada Manuela a la que también le escribió cartas para explicarle cosas complicadas.
Las cartas son lugares en que podemos dejar una voz suspendida en el tiempo para que la escuches siempre que quieras e incluso le respondas sin importar cuánto tiempo ha pasado. Recuerda. Las palabras llevan un relojito por dentro diferente al nuestro. En esa carta, la mamá de Manuela le habla de anarquismo. Ella le dice que, aunque la sociedad de su época es indiferente y egoísta, la del futuro será fraternal y altruista porque será anarquista. Como nota mi amigo Luis Othoniel, a Luisa le gustan los finales felices. Si el momento actual fuera un cuento de Luisa, la gente de los refugios tomaría las casas abandonadas, las pintaría de colores, cosecharía alimentos en sus patios. En este cuento, las casas son de los bancos. Los bancos son lugares que te dicen que saltes en la cuna, hasta que caes, entonces te la quitan. Si esto fuera un cuento de Luisa, Aurelia, nuestra vecina que duerme en una carpa que ella llama ranchito y que dará a luz en estos días, no tendría que hacer fila en una oficina de Gobierno. Las oficinas de Gobierno son lugares llenos de charcos en los que no dejan entrar a las abubillas. Aurelia tendría una casa, dormiría tranquila, no pasaría frío en las noches. Su hijo tal vez nazca con el pelo erizado y las puntitas negras.
Mara Pastor