Esta pandemia internacional que sufrimos en el año 2020 parece acelerar el fin de la globalización neoliberal según algunos pensadores, pero, al menos en el mal llamado primer mundo, este escenario futuro parece bastante improbable. Unos sistemas de salud precarizados o la ausencia de planes de choque social auguran un cuestionamiento mínimo del sistema capitalista, pero este no se derrumba fácilmente cuando ha hecho de las crisis su punto fuerte. Se adelantaron los tiempos del shock, tendríamos que haber hecho mejor los deberes antes de llegar a este escenario, con unas organizaciones sociales y políticas robustas que hicieran frente a sectores neoconservadores y del nacionalismo.
Estos tiempos convulsos de recambio de liderazgos entre los amos del mundo vislumbran un peligrosísimo autoritarismo. Desde los movimientos sociales internacionales se deben combatir ampliamente estas tendencias si no queremos vernos arrastrados a un pozo de vulnerabilidades y pobreza aún más extrema. Unas acciones sociales transformadoras requieren de una agenda social de puntos fuertes, que integre debates que le preocupan a la gente común, y representada a sí misma, fomentando la autonomía colectiva y autoorganización. Si bien Francis Fukuyama publicaba en 1989 un ensayo sobre el fin de la historia, entre otras de la era de las luchas de clase y las revoluciones, habría que rescatar la historia y volver a activarle el motor que el neoliberalismo quiere apagar.
En otras latitudes de este capitalismo que sufrimos, las consecuencias sociales y en la economía básica de las comunidades está siendo devastadora. La experiencia laboral en algunas geografías viene siendo la misma desde hace décadas, el extractivismo neoliberal ha dejado completamente desnudo el cuerpo social de muchas familias rurales y urbanas. Quienes sostienen la vida evidentemente son las trabajadoras, quienes siembran la tierra, quienes garantizan cuidados básicos, la atención de la salud y el alimento. El sistema social puede funcionar perfectamente sin intermediarios, especuladores, ni financieros; sin aquellos gobernantes que dan discursos moralistas, cuando en algunas regiones la distancia social recomendable en la actual emergencia es un privilegio.
Latinoamérica resiste e insiste
En América Latina, con una fuerte presencia de movimientos sociales, estos se encuentran actuando en la primera línea de contención de la pandemia, ante el desastre de los trabajos informales por las medidas de aislamiento social. Los movimientos comunitarios aportan niveles mínimos de alimentación, identifican a personas enfermas o que necesiten cuidados, y protección de sectores de la población vulnerables. Estas redes están sosteniendo los lazos solidarios y señalando a los Estados como responsables de abandonar las necesidades de las clases populares. Por ejemplo, en los territorios zapatistas hicieron un llamamiento a no perder el contacto humano, sino a cambiar temporalmente las formas de saberse hermanos y compañeras.
Si bien en EE.UU. tienen a la extrema derecha armada generando miedo en plena emergencia sanitaria, en otros países americanos tienen al narco, que cumple la misma función social. La ola de revueltas populares en las que estaba sumida Latinoamérica desde el año pasado con bastante seguridad continuará tras la superación de la emergencia sanitaria actual, pues las razones sociales y políticas de esas movilizaciones han quedado mejor legitimadas y expuestas como una necesidad inaplazable. En Brasil la fragmentación social es absoluta, con la figura presidencial de Bolsonaro desplazada de facto por mandos militares que están tomando las decisiones políticas en la cuarentena. Además, se han confirmado recientemente casos de que el coronavirus ha alcanzado a comunidades indígenas amazónicas, azotadas por la pobreza y la exclusión social previamente. Esto viene provocado no por factores biológicos de estos grupos sociales, sino por las condiciones de desigualdad a las que se ven abocados en muchos aspectos por políticas estatales agresivas en sus territorios.
África y Asia, la experiencia de convivir en continua pandemia frente a la desigualdad
En África la pandemia está expandiéndose tímidamente por muchas cuestiones también de explicación social desigualitaria. Primeramente, que los sistemas sanitarios de detección de enfermedades son limitados e ineficientes, a pesar de ser el continente que más epidemias vive constantemente debido al extractivismo del primer mundo. Esto también dice mucho en cómo se escriben las narrativas desde el centro y no las periferias, puesto que esta pandemia está siendo recogida como acontecimiento internacional que quedará en la historia oficial del mundo porque afecta a los ejemplares ciudadanos del hemisferio norte. Los países africanos que mayor número de casos están teniendo son los que bañan las costas mediterráneas; que son centro turístico y financiero de la Europa neocolonialista. En la otra punta, Sudáfrica, también vértice de los negocios del primer mundo, es el país con mayor número de contagios de ese continente, y ya ha vivido episodios de desalojo de mercados forzadamente por la policía para desinfectar, desabastecimiento y revueltas por grupos sociales que se han apropiado de comida para alimentarse.
En Asia se arrastra el estigma mundial de haber sido señalado como origen y expansión del virus, si bien es cierto que los primeros conatos xenófobos de esta pandemia se han superado por otras tendencias de discurso. No es menos relevante que, como en otras latitudes mundiales, las comunidades sociales en Asia sufren un gran riesgo de vulnerabilidad. Oriente Medio está plagado de campos de refugiados, poblaciones desplazadas y territorios bloqueados criminalmente como Palestina, donde las condiciones higiénicas son deplorables por las acciones premeditadas de los gobiernos autoritarios de la región. La India apunta a una preocupante expansión de la epidemia en medio también de profundos procesos de movilización social; un país inmenso y superpoblado donde la existencia de millones de personas con medios de vida enormemente precarizados y una ingente pérdida de empleos cotidianos pueden matar más que el propio coronavirus.
Un futuro de movilizaciones internacionales y agrandar la brecha en el muro
Esta emergencia internacional está definiendo de manera más clara los contornos de la debacle social y económica del capitalismo; la brecha de clase se está agrandando en el muro de contención que son los diversos regímenes políticos en cada geografía mundial. Los métodos improvisados del sistema para salvar la economía financiera unida a estrategia de que sean las trabajadoras quienes acepten pagar nuevamente esta crisis, abre posibilidades transformadoras que superen la tendencia autoritaria. Estos cambios se desarrollarán de manera diferente en aquellas regiones donde puedan vincularse la lucha social y el protagonismo de los pueblos con proyectos de emancipación. Nuevas situaciones abiertas en la brecha en el muro, que merecen entidades sociales alternativas, economía municipal fortalecida y una organización de nuestras vidas con una perspectiva comunitaria.
Coronavirus y confinamiento en otras latitudes. Una mirada a las periferias del capitalismo