La religión como principio de sumisión en la historia

Rudolf Rocker se atrevió a afirmar que existe una oposición interna entre religión y cultura. Toda política tiene, en última instancia, su raíz en la concepción religiosa de los hombres; no se pueden vincular los factores político y económico, ya que éste último es de naturaleza cultural, íntimamente unido con todas las fuerzas creadoras de la vida social. Existen puntos de contacto entre los fenómenos religiosos y los culturales, ya que ambos manan de la naturaleza humana, pero es necesario examinar más a fondo la relación existente entre ellos. Si religión y cultura arraigan ambas en el instinto de conservación del hombre, una vez que han cobrado vida toman caminos diferentes, al no existir entre ellas vínculos orgánicos, e incluso divergentes.

No me gusta reducir el origen de la religión a la mera dominación, y el propio Rocker es cauto al respecto, y resulta practicamente imposible llegar al fondo de las concepciones religiosas mediante la especulación filosófica. Gracias a la ciencia, el hombre es más crítico a la hora de investigar el origen y desarrollo gradual de las religiones y tratar de comprender, así, los orígenes de la vida social y espiritual. El animismo y el fetichismo pueden considerarse como punto de partida de las concepciones religiosas, y están presentes en la raíz misma de las religiones principales que sobreviven en la actualidad. Los ritos, con los sacrificios que también persisten hoy en día de manera más o menos simbólica, suponen un paso más en la concepción religiosa con la expresión de la alianza del hombre y del «espíritu». «La religión es primeramente el sentimiento de la dependencia del hombre ante poderes superiores desconocidos. Para congraciarse con esos poderes y preservarse contra sus influencias funestas, el instinto de conservación del hombre impulsa a la búsqueda de medios y caminos que ofrezcan la posibilidad de conseguir ese propósito». Así, la religión se va externalizando, adopta un carácter social y surgen castas sacerdotales.

Debemos huir de ser reduccionistas, y de hacer un análisis simple, para tratar de indagar en cómo nació y se desarrolló la concepción religiosa, pero Rocker sí considera que la religión estuvo confundida desde el principio con la noción del poder, de la superioridad sobrenatural, de la coacción sobre los creyentes, con la dominación. Se llega así a la causa más profunda de todo sistema de dominio y se comprueba que toda política, en última instancia, es religiosa pretendiendo así mantener sumiso al espíritu del hombre. Pero ninguna dominación puede apoyarse, a la larga, únicamente en la fuerza bruta y en medios físicos, métodos que solo resultan inmediatos en la subyugación de los hombres; es necesario algo más, la creencia en los hombres de la inevitabilidad del poder, en su misión divina, que arraiga en lo profundo de los sentimientos religiosos del hombre y gana fuerza con la tradición. Todos los sistemas de dominio y dinastías de la antigüedad derivaron su origen de una divinidad, al comprender sus representantes que la creencia de los súbditos en el fundamento divino del amo resulta el sustento más consistente de todo poder.

La religión es el principio más vigoroso a lo largo de la historia, encadena el espíritu del hombre y limita su pensamiento a determinadas formas en las que se decantará habitualmente por soluciones conservadoras y tradicionalistas rechazando toda innovación. Los grandes precursores del moderno Estado constitucional insistieron, igual que los anteriores defensores del absolutismo, en la necesidad de la religión para la prosperidad del poder estatal. El Estado se adorna con atributos divinos y se hace del culto a la nación una religión nueva, utiizando no pocas veces el peso de la tradición. La sumisión del hombre, la negación de su virtud solo reconducida mediante la ley religiosa o del Estado, toma forma en el divino «¡Tú debes!» o en el estatal «¡Estás obligado!».

Juan Cáspar

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