«El sistema no está en crisis, la crisis es el sistema», pasarán los años y no acabaremos de comprender cuánta verdad entraña esta frase vista por doquier en muros y vociferada en manifestaciones. Ante la pandemia que sufrimos, se nos repite hasta la saciedad que se avecina una nueva crisis económica, de proporciones semejantes a aquel crack del 29 del ya lejano siglo XXI, una cantinela habitual por otra parte. ¿Nueva crisis? Que yo recuerde, desde que tengo uso de razón, es decir más o menos desde la Transición para acá, las crisis se han sucedido de una manera u otra. Excepto algunos pocos años boyantes, y simplemente repito lo que aseguraban los voceros del sistema, que en realidad fueron la antesala para el horror que se avecinaba en los lustros siguientes. Y así, una y otra vez. Claro, nos dicen, ahora es diferente, ya que hay una auténtica y muy alarmante crisis sanitaria en forma de una pandemia cuyo origen sigue siendo ignoto. Y esta falta de información veraz en un mundo globalizado, en gran medida hipertecnificado y ultracomunicado. Por supuesto, todo esto es muy cuestionable si está puesto verdaderamente al servicio de la humanidad. He sido muy blandito, ex profeso, con lo de «cuestionable», no recuerdo ahora cuál es la figura retórica que he empleado. Lo irritable es que cuando se insiste en el desastre que se nos viene encima, como tantas veces que se habla de economía, la cosa no adquiere su verdadera médida en términos sociales y humanos.
Hasta donde uno llega, que seguramente no es demasiado lejos, la economía debería servir para satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los seres humanos que habitan una comunidad. Esa debe ser la teoría, pero en la práctica se ha convertido en algo especulativo, de lucro de unos pocos, donde el concepto de progreso es una broma de mal gusto en forma de migajas para los más humildes. Se nos apabulla de forma sistemática con datos, de uno u otro tipo, siempre en el marco de lo abstracto, pero uno alcanza a comprender una mierda del sistema en el que, de forma muy concreta, mucha gente sufre sin necesidad. Pero eso era antes de esta situación apocalíptica que se nos ha venido encima de la noche a la mañana. No nos cansaremos de insistir en que las diferencias de clase, propias de las sociedades que denominan vergonzosamente avanzadas, se han exacerbado en una situación de parálisis y confinamiento. El sufrimiento de los de abajo sigue y se intensifica, y uno sigue creyendo en la lucha de clases, aunque suene a añejo. Desconocemos lo que va a durar la nueva crisis, y ya se advierte que va a ser mucho más dura que la de 2008, pero lo que está claro es que se evidencia un sistema basado en el fomento constante del consumo irresponsable y en la acumulación descerebrada mientras nos endeudamos hasta las orejas.
Acabo de escuchar que algunos Estados, ante la situación alarmante, se están dedicando a seguir imprimiendo más y más dinero en forma de papel mojado, lo cual da una idea de la clase de idiotas o malnacidos que gobiernan el mundo. Una economía basada en la nada más absoluta sin valor real que lo respalde. ¿Qué decir de este país llamado España? Una situación geopolítica envidiable, unos recursos más que estimables, unos científicos y técnicos muy preparados, y sin embargo una nación convertida en un mero país de servicios en las últimas décadas. No recordaremos, en este momento, todo ese proceso de venta de la industria de este país, aunque mucho tiene que ver con esa mistificación capitalista llamada la Unión Europea. Lo real y muy concreto es que seguimos siendo un país con notables recursos y levantar una industria no es algo, tal vez, tan complicado. No estoy hablando, otra discusión habitual y estéril, de un estado de autarquía, sino de una economía de verdad puesta al servicio de las personas basada en el principio de solidaridad y con un horizonte de libre innovación al margen de intereses ajenos y subordinación diversas. Claro que, para ello, hay que dejar las cosas en manos de los trabajadores, las personas verdaderamente productivas y responsables, según la especialización de cada uno, y apartar de una vez a tecnócratas, burócratas y capitalistas de toda especie. Sí, tenemos por delante años muy duros, tal vez haya que comenzar de cero en algunos aspectos, pero puede que sirva de detonante para un mundo más humano que seguimos llevando en nuestros corazones.