ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Crisis permanentes

A las crísis económicas cíclicas del capitalismo, que es lo mismo que decir que el capitalismo es la crisis, se une hace dos años el inicio de una crisis sanitaria de envergadura, que hace que vivamos permanentemente con (aún más) miedo y, consecuentemente, agachemos la cerviz y obedezcamos a las autoridades en nombre del ‘sentido común’. Sin haber salido del todo de la pandemia del Covid, con diversos grados de intensidad y variantes durante este tiempo, todo el foco mediático y político mundial se coloca en la intolerable agresión militar del ejecutivo de Rusia a su vecina Ucrania, país rico en ciertas materias primas y, sobre todo, región geoestratégica a la que la OTAN había seducido en diversas ocasiones. Ya digo, totalmente condenable la invasión encabezada por el gobernante ruso Putin, no hace tanto aliado de Estados Unidos, como repulsivo es el militarismo en general; no obstante, deberíamos estar muy lejos de asumir el maniqueísmo y la simplificación a la que nos empujan los medios occidentales.

Que infinidad de personas mueran en otras regiones del mundo por acciones bélicas no es nuevo, a pesar de la falta de interés de los diversos poderes, incluido el cuarto; ahí están Yemen, Afganistán, Siria, Irak, Palestina, Etiopía, Myanmar…, y muchos otros conflictos activos en el mundo ante los que miramos hacia otro lado, tal vez porque son meras piezas en este intratable mundo que hemos construido. Mi solidaridad con la población civil que sufre, con la ucraniana, por supuesto, y con todas y cada uno de ellas; mi repulsa más enérgica con el militarismo y con todos aquellos que lo fomentan, que es lo mismo que sentar las bases para el enfrentamiento entre los pueblos; en este inefable país, llamado España, sabemos mucho de eso tras la herencia de cuatro décadas de dictadura militar. Ahí si soy tajante y visceral, una actitud consecuencia de la moral más elemental, pero en absoluto simplista; que, incluso, opciones políticas transformadoras quieran hacernos creer que los ejércitos son necesarios para salvaguardar la soberanía nacional parece una broma de mal gusto. Del mismo modo, la más profunda solidaridad con los ucranianos que se ven obligados a migrar, a los que por supuesto hay que acoger como hermanos; mi repulsa más enérgica contra la hipocresia de aquellos que niegan asilo a otros pueblos del mundo, tal vez porque su piel no es tan clara ni su procedencia asumiblemente occidental.

No, no es nada nuevo que vivamos en un mundo político y económico que, todavía, provoca la muerte diaria de incontables personas. Y no se trata de algo puntual, ni consecuencia de un mundo imperfecto, la evidencia nos dice que es el producto de un sistema inicuo globalizado, cuyos dirigentes contemplan a la población como meras piezas desechables de un tablero; observen ahora al presidente, del gobierno más progresista que jamás ha visto este indescriptible país, y su posición sumisa ante los intereses de la dictadura de Marruecos y el abandono de los saharauis, otro pueblo olvidado. Parece mentira que haya tipos, normalmente acólitos de aquellos que tienen algo de poder, que consideren que el progreso, a pesar de todas estas miserias, es una realidad paulatina. Lo más estremecedor, no es tanto la manipulación permamente, que por otra parte ha llegado ya a cotas impensables en este caldo de cultivo, sino la capacidad para aceptarla sin el menor asomo de pensamiento crítico. Un parte de la población, abiertamente papanatas y sumisa ante los de siempre, y otra deseosa de que llegue alguien con dotes innovadoras, que enderece el rumbo de las cosas; es decir, ávidos de papanatismo, de ser manipulados y sometidos por otros con nuevos collares. Se supone que todos los seres humanos somos seres racionales e inteligentes; aunque, los síntomas son para dudarlo, seguiremos presentando batalla, moral e intelectual. Que me perdonen el símil bélico, ajeno a cualquier tentativa militar, pero no pienso entregar las armas.

Juan Cáspar

Deja un comentario