Tengo un pequeño debate como mi sobrina, que va a empezar el tercer año de la carrera de psicología, sobre el determinismo biológico enfrentado al determinismo ambiental (o social). ¡Toma ya! En mi nada humilde opinión, y a pesar de lo que sostengan reaccionarios y autoritarios de todo pelaje, la controversia la va ganando de forma obvia el condicionante de factores ambientales para justificar el comportamiento del personal, incluido el más estúpido y nocivo, que tanto abunda. Hay quien dice que el determinismo biológico, o genético, va de la mano del repulsivo darwinismo social y no es casualidad que tantos preconizadores de la peor cara del liberalismo, quizá tomando algo de la filosofía nazi, consideren que la libertad individual de los más dotados está por encima de cualquier consideración moral sobre ayudar a los no tan afortunados por su carga genética. Es decir, que el que no tenga la suficiente capacidad física y/o intelectual para salir adelante, adiós muy buenas y que le den al más mínimo atisbo solidario; repugnante justificación de la desigualdad social, pero desgraciadamente argumento muy real como uno de los pilares del mundo en que vivimos.
A poco que uno investigue lo más mínimo, se percata de que los viejos libertarios tenían razón, son los condicionantes sociales los que prevalecen sobre factores biológicos y, por ello, se esforzaron en cambiar la sociedad para que cada ser humano pudiera desarrollar sus capacidades en la medida de lo posible. Lo cual, como es lógico, no quiere decir ni por asomo que todos tengamos las mismas capacidades, pero sí que pensamos que la libertad es indisociable de la solidaridad. En cuestiones de coeficiente intelectual, o de enfermedades físicas o mentales, está demostrado que la influencia del entorno prevalece muy por encima de cualquier consideración supuestamente genética. Estoy seguro que, en un sistema donde prevalece el beneficio económico de las grandes empresas y el privilegio de unos pocos en una sociedad dividida en clases, interesa seguir azuzando la idea del determinismo biológico. El desarrollo del capitalismo, con sus diferentes fases y mutaciones, y sus numerosas contradicciones entre lo que profesa y la triste realidad, encuentra una base en estas teorías impregnadas además de un halo de sustento (pseudo)científico. Las grandes empresas farmacéuticas, que es el ejemplo más obvio y el que dio origen al debate con mi sobrina debido a los trastornos mentales, están promoviendo toda una cultura del medicamento; si toda patología tiene un origen genético, resulta obligado acudir a la pastilla de rigor.
Para qué vamos a insistir en los condiciones sociales o ambientales, como fenómenos complejos que determinan a las personas, si tenemos un hecho científico simple fácil de entender. Lo más patético del asunto es que sea el propio sistema capitalista, es decir, condicionantes socioeconómicos, el que ha plagado la sociedad de toda suerte de problemas psicológicos y creencias disparatadas dando lugar a una humanidad incapaz de indagar en los problemas sociales para tratar de subsanarlos. La respuesta al determinismo social la tenemos delante de nuestros ojos en una cruel paradoja. Como resulta evidente, cada tipo de sociedad adopta los valores y normas que necesita y la mayor parte de los individuos acaba adoptándolos; es cierto que cierto número de personas puede tener la fuerza e independencia para escapar a lo establecido, pero me temo que todos en mayor o en menor medida nos vemos impregnados de los condicionantes sociales. El determinismo biológico parece un heredero de la visión religiosa, que adoptan los que pretenden defender un estado de las cosas que justifia la desigualdad y la dominación; tal vez, si tenemos en cuenta los numerosos factores sociales que nos determinan, seamos capaces de elevarnos por encima de toda restricción del sistema y empecemos a cambiar las cosas. ¡Nadie dijo que fuera fácil!