El 16 de abril de 1983 un grupo de punk formado por cuatro chicas de hasta 21 años de edad, fue presentado en el programa de Televisión Española “Caja de Ritmos”. Tocaron su canción Me gusta ser una zorra. Esto provocó un enorme escándalo: el diario ABC exigió a la dirección de TVE que tomara medidas, diversos movimientos de derechas cercanos a Alianza Popular protestaron ante la emisión del vídeo y el fiscal general del Estado presentó una querella contra el programa y las integrantes del grupo por escándalo público. Esto produjo la dimisión del director del programa y la censura del programa con su correspondiente cierre. Curiosamente, fue ese mismo juez quien secuestró dos ediciones pasadas del semanario Cambio 16. El grupo de música, dada la presión mediática, tuvo que disolverse.
En ese mismo año, los integrantes del grupo de música punk Eskorbuto fueron detenidos en Madrid y se les aplicó la ley antiterrorista al requisarles la maqueta “Jodiéndolo Todo” con canciones como Maldito país, España, E.T.A. o Rogad a Dios por los muertos. Una policía todavía franquista quedó atónita escuchando estas maquetas. Sin embargo, después de 36 horas aislados, y para decepción de los policías y parte de la sociedad española, no eran terroristas, ni pertenecían a ningún tipo de grupo armado, por lo que fueron puestos en libertad.
Hablamos de unos años delicados a nivel social y político, los años de la Transición española y la paz social entre el Estado, la burguesía y los sindicatos a través de los Pactos de la Moncloa. Los años del desmantelamiento industrial, la fuerte tasa de desempleo y la marginación que conlleva que miles de personas se queden en la calle sin trabajo, hacinados en barrios dormitorio sin ningún tipo de equipamientos y convertidos en focos de violencia. Años de agitación política, de la reorganización del movimiento libertario, de lucha violenta de diversos grupos fascistas o comunistas, o de agitación por una juventud sin futuro que no le quedaba otra que morir matando. Tiempos de la apertura cultural fuera del ostracismo franquista y de la expresión en todas sus diversas formas de una juventud con mucho que decir.
La represión estaba al orden del día contra todo aquello que escapase de la normalidad fascista. El precario Estado democrático intentaba sostenerse a través de la violencia de aquellas instituciones dirigidas por fascistas de la vieja escuela a las que parecía que todavía quedaban muchos años para democratizarlas. Censura y represión que incluso sufre la expresión cultural a través de la música de los jóvenes, como en los ejemplos anteriores, que, haciendo uso del derecho de la libertad de expresión, con la sátira denuncian las injusticias sociales en las que se han visto envueltos desde pequeños o promueven la liberación sexual de la mujer. Derecho –el de la libertad de expresión– que está recogido en la Constitución Española en el artículo 20. No es que nos lo estemos inventando nosotros.
Ahora estamos en el año 2016, han pasado 39 años desde que en 1977 se celebrasen las primeras elecciones democráticas, y 41 desde que empezase la modélica transición española. A través de los medios de comunicación hoy nos venden que gozamos de unos derechos y libertades propios de una democracia consolidada, madura e insertada plenamente en la Unión Europea. Algo por lo cual parece ser que tenemos que sentirnos muy orgullosos. Sin embargo, en los carnavales de Madrid de 2016, el día 5 de febrero, un grupo de titiriteros representaba con un pequeño teatrillo una obra en la popularmente conocida como Plaza de las Palomas del barrio madrileño de Tetuán. Fueron detenidos por apología del terrorismo y delito cometido con ocasión del ejercicio de derechos fundamentales y de las libertades públicas. Fueron encerrados al día siguiente en la cárcel de Soto del Real. Su delito: un muñeco de trapo porta un cartel en el que pone “Gora Alka-ETA”. Otra vez, como en 1983 y tantas otras veces, una descomunal campaña mediática contra dos personas que de forma cómica, satírica, y a través de unas simples marionetas, tienen la intención de denunciar la represión por parte del Estado al movimiento libertario. Otra vez, la tortura, el aislamiento, la criminalización y la estigmatización. Otra vez, los aparatos represivos del Estado actúan con total impunidad contra la libertad de expresión que supuestamente tienen que defender.
En las democracias más consolidadas como en la de EE UU, con la constitución más antigua que existe, la libertad de expresión es un derecho fundamental recogido en la Primera Enmienda y que impide que cualquier ley la limite.
Mucho le queda por aprender de democracia a todos aquellos que alardean de su supuesta madurez en este país, cuando se aplican leyes que limitan el derecho a reunión, libertad de expresión y manifestación como es el caso de la Ley de Seguridad Ciudadana”, y encierran en prisión a dos personas por unos títeres. Un Estado que por cierto, hasta hace muy poco era un régimen autocrático, y en el que la esencia del régimen anterior todavía sigue viva dentro de sus instituciones.
Pero no es nuestra intención defender que el régimen político de EE UU sea mejor que el español ni mucho menos, ni defender la democracia representativa. Ya nos dejó dicho Mijaíl Bakunin que “el Estado, hasta el más republicano y democrático –incluyendo el Estado supuestamente popular concebido por el señor Marx– es esencialmente una máquina para gobernar a las masas desde arriba, a través de una minoría inteligente y por tanto privilegiada, que supuestamente conoce los verdaderos intereses del pueblo mejor que el propio pueblo”.
Para sostenerse, el Estado democrático necesita por otro lado legitimarse, y para ello tenemos las elecciones cada cuatro años. Así, la minoría privilegiada (como expresa Bakunin) que ostenta los cargos de poder puede emplear la violencia con total tranquilidad, si el pueblo no puede ver que lo que se legisla es lo mejor para todos; sobre todo para ellos.
Estamos en un contexto económico mucho peor que en la Transición, con más de dos millones de personas en situación de desempleo, donde muchas miles de personas viven bajo el umbral de la pobreza, algunos con rentas inferiores al Salario Mínimo Interprofesional, y donde la esperanza de la estabilidad laboral se esfuma entre contratos de horas o pocos días, o las horas extra sin abonar. Es por ello que el Estado tiene miedo. Miedo a la agitación social en las calles que conlleva la desesperación por el desempleo. Miedo a una juventud que otra vez vuelve a ser tratada como si fuesen delincuentes, sin acceso al mercado laboral y una enseñanza a la que cada vez es más difícil acceder. Miedo a que el discurso ideológico de aquellos que aspiramos a superar el sistema capitalista y al Estado, cale en los trabajadores.
Ya no resulta extraño ver cómo cada poco tiempo hay casos represivos constantes: detenciones en manifestaciones, domicilios, etc. Ha pasado con el caso de los titiriteros, ha pasado este último 20 de noviembre, donde la policía reprimió una manifestación en el campus de la Ciudad Universitaria en Madrid, ha pasado en Barcelona en octubre de 2015 y ha pasado en el golpe represivo contra el colectivo Straight Edge (movimiento cultural nacido del contexto del hardcore punk de finales de los 70 en EE UU caracterizado por el rechazo a las drogas) o los Bukaneros. Y así podemos rellenar folios de represión contra movimientos sociales y políticos de lo más variopinto.
Pero, para desgracia de las élites políticas y económicas, los anarquistas no somos terroristas como les gustaría a ellos, porque somos contrarios al uso vanguardista de la violencia. Nuestro crimen no es otro que el hacer pensar escribiendo, publicando, debatiendo, formando, construyendo, participando en movimientos sociales y sindicales; y un largo etcétera. Su mito no sirve más que para intentar legitimar su violencia contra todo tipo de movimientos políticos a través de la “política del miedo”, y del “todo es ETA”. Así, además de criminalizar, estigmatizar y destrozar la vida a unas pocas personas y sus allegados, pueden desviar la atención de la opinión pública de lo que realmente está pasando, pero no quieren que veamos: los casos de corrupción y robo de dinero, sobornos, blanqueo, fraudes, prevaricaciones, estafas y un largo etcétera al que nos tienen acostumbrados todos esos parásitos políticos de las instituciones de los Estados, y empresarios parásitos del sudor y la desesperación de los trabajadores.
Grupo Tierra
Publicado en Tierra y libertad núm.333 (abril de 2016)
Bueno, eso de que en Estados Unidos no se detiene a nadie… que ahí hay libertad…. je,je,je,jeee… ¿Cómo se llama ese juez que secuestró dos ediciones de Diario16? ¿pueden ser las ediciones donde se hablaba del fraude genocida VIH-SIDA?