Con intención de seguir indagando en las propuestas políticas del anarquismo, vamos a profundizar en los conceptos claves al respecto. En el caso del federalismo, Haro Tecglen en su Diccionario Político, le atribuye, junto a la idea de la confederación (con mayores connotaciones descentralizadas al hablar de una federación de federaciones), un origen moderno en el socialismo utópico y, posteriormente, en el anarquismo. Sea como fuere, en el caso libertario, la intención fue en origen la sustitución del Estado por la mencionada federación de federaciones. La denominación de las organizaciones ácratas ha respondido a esta aspiración, como es el caso de la Federación Anarquista Ibérica o de la Confederación Nacional del Trabajo.
Remontándonos en la historia y profundizando en el concepto, atendiendo a la obra Historia del pensamiento social, de Salvador Giner, la idea federal nacería en el siglo IV a.n.e., cuando se quiso superar en la Antigua Grecia el provincialismo y el fraccionamiento para apostar por la creación de ligas defensivas estables de los gobiernos democráticos contra los tiránicos. Por supuesto, esta visión supondría un cambio de paradigma, no solo en aspectos políticos o económicos, también respecto a una nueva concepción del ser humano; era el inicio de una cultura cosmopolita que trasciende a nivel moral y vital al mero ciudadano de un estado. El propio Proudhon, en El principio Federativo, considera que la idea de federación es tan antigua como lo puede ser la monarquía y la democracia; incluso, quiere ver un origen natural en ella, como la propia sociedad, al igual que los conceptos de autoridad y de libertad. En la actualidad, de manera políticamente muy concreta, el federalismo es el sistema por el cual se rigen determinados países, como es el caso de los Estados Unidos de América; a pesar de conservar ciertas particularidades los diferentes estados federados, están finalmente subordinados en ciertos aspectos de la vida pública a un Estado central (con mayor o menor fuerza, según el contexto).
Si hablamos de federalismo anarquista, hay que seguir hablando de de Proudhon para comprender la concepción original. Proudhon comienza, en El principio federativo, con la afirmación de un primer presupuesto teórico: en la sociedad coexisten los principios de la autoridad y de la libertad; su afán por evitar los principios absolutos, a pesar de apostar de forma obviamente por la libertad, le empuja a adoptar ese criterio. Una segunda afirmación que realiza en dicha obra es acerca de la clasificación de los gobiernos según el carácter del poder, distribuido o indiviso, por lo que surge así el principio federativo. Su crítica al Estado y a la democracia, incluida la propuesta de Rousseau, consiste en esa indivisión del poder; la alternativa federalista de Proudhon consiste en distribuir la autoridad del tal modo que el individuo, o el representante correspondiente, se reserve un tanto más de la que delega. En este autor se encuentra ya una alternativa al estatismo y a sus consecuencias (centralismo, burocracia, autoritarismo..); podemos hablar ya con él de una visión socialista libertaria basada en la federación libre de asociaciones obreras con la base primordial de la solidaridad y el apoyo mutuo.
En El pensamiento de P. J. Proudhon, de Víctor García, se considera el federalismo como una evolución perfeccionada de su idea mutualista; si ésta es fundamentalmente económica, el federalismo abarca la vida plena del ser humano. En en El principio federativo, donde el pensador francés desarrolla con más profundidad el concepto; considera que el Estado acabará extinguiéndose de forma inversamente proporcional al fortalecimiento del federalismo. Con el tiempo, la visión optimista de Proudhon, que preconizaba para el siglo XX una especie de «era de la federaciones» irá cediendo paso a la realidad de un poder estatal que difícilmente cede en sus prerrogativas; por supuesto, no se refería a las dos grandes Estados que llegarán a denominarse federativos, EE UU y la extinta URSS, sino a una progresiva llegada de regímenes más libres como consecuencia de su exacerbada visión del progreso. No obstante, hay que valorar en su justa medida el pensamiento de Proudhon, que trata de buscar alternativas al nacionalismo y al imperialismo, combatiendo la concentración de poder. Su visión federalista influirá en autores no anarquistas, como fue el caso de Pi y Margall, presidente de la Primera República en España.
Bakunin, hablando ya directamente de anarquismo en la compilación de Maximoff llamada Escritos de filosofía política, concreta que el socialismo debe ser federalista, tal y como figuraba en el programa de la Comuna de París. Si la unidad de la humanidad es una idea deseable, el anarquista ruso advierte que resulta nefasta si no se realiza respetando la libertad; sin la constitución libre por federación de las diferentes partes autónomas, resulta francamente difícil el progreso y la justicia. En la Primera Internacional, los partidarios de Bakunin se denominarán federalistas, frente a la concepción centralista de los partidarios de Marx. La visión federalista, ya para el anarquismo posterior, consistirá en una organización social basada en el libre acuerdo, que va desde lo local hacia los niveles intermedios de la región, y de la nación, hasta alcanzar el conjunto de la humanidad. Este concepto de federalismo ácrata va unido, en el aspecto económico, a la autogestión de los medios de producción por parte de los productores libremente asociados. No obstante, se extiende también a todos los aspectos de la vida social: la administración de la sanidad, de la educación, de la cultura…; desde este punto de vista, el federalismo es una alternativa concreta y factible a la autoridad política.
Propuestas federalistas libertarias
Hemos dicho que el federalismo es el principio organizativo que los anarquistas consideran para que los grupos locales se asocien sin autoridad central alguna. Se solían citar los ejemplos del servicio postal y ferroviario como ejemplos de funciones complejas descentralizadas, y los anarquistas confían en que otras federaciones puedan funcionar sobre la base de la asociación voluntaria. Por su importancia, recordaremos una vez más a Proudhon, esta vez a través de las palabras de George Woodcock:
Desde su punto de vista, el principio federal debería funcionar a partir del nivel más bajo de la sociedad. La organización de la administración debería empezar localmente y tan próxima como sea posible del control directo del pueblo; los individuos deberían iniciar el proceso, federándose en comunas y asociaciones. Por encima del nivel primario, la organización confederal se convertirá más en una coordinación entre grupos locales que en un órgano de administración. De ese modo, la nación quedaría sustituida por una confederación geográfica de regiones, y Europa se transformaría en una confederación de confederaciones, en la que el interés de la menor provincia tendría tanta importancia como el da la mayor, y en la que todos los asuntos serían arreglados por medio de acuerdos mutuos, compromisos y arbitrajes. Dentro de la evolución de las ideas anarquistas, El principio federativo (1863) es uno de los libros más importantes de Proudhon, ya que representa el primer estudio exhaustivo y liberarador de las ideas acerca de la organización federal como una alternativa práctica al nacionalismo político.
El principio federal se sigue aplicando en el mundo moderno, lo podemos ver asiduamente en aquellas asociaciones que propician la democracia de base y el hecho de que las personas estén en contacto con su mundo real y bien comunicadas a nivel general. En el mundo de la asociaciones voluntarias, se suele aplicar este principio y es obvio que los más enérgicos y activos son aquellos que inician su actividad y la toma de decisiones a un nivel local; muy al contrario, los que están controlados desde el centro se paralizan y no hay un contacto auténtico entre sus miembros.
A pesar del aparente triunfo de la centralización política en forma del Estado, existen numerosos ejemplos de organizaciones federales creadas ad hoc para un fin determinado y que, después de realizar su labor anónima e ilegal, dejan atrás numerosos centros de actividad. Como ejemplos más generales, la lucha contra una nueva guerra en Irak hace ya unos años, que dejo numerosos focos de resistencia que se mantienen al día de hoy, o el más reciente movimiento 15M, con su proceso de descentralización en las asambleas de barrio y sus múltiples iniciativas. Por lo tanto, la revolución propuesta por los anarquistas no necesita, tal como lo expresó Colin Ward en Anarquía en acción, de una dínamo central hacia fuera, sino de una multitud de personas conscientes que se reúnan en grupos con contactos informales entre sí; es el modo de enfrentarse al Estado y denunciar sus numerosas contradicciones, mediante prácticas descentralizadas y sin jerarquía alguna. El origen de gran número de asociaciones está en esa práctica local descentralizada, pero por algún motivo acaban sucumbiendo al centralismo; la conclusión anarquista pasa por confiar en que todos los ámbitos de actividad humana se inicien en lo local e inmediato, se vinculen entre sí en una trama sin centro y sin órgano ejecutivo, dando lugar a nuevas células a medida que crecen las originales. Frente a los que dudan de la eficacia de este modelo organizativo en algún campo, la primera pregunta ácrata sería ¿por qué no?, mientras que la segunda aludiría a cómo es posible fomentar en él la autonomía, la responsabilidad y las necesidades locales.
Como es sabido, Murray Bookchin apostaba como alternativa al Estado por el municipio libertario. La federación y confederación es clave para esta propuesta de organización política y social que institucionalice la interdependencia y asegure la potestad, libertad y soberanía de las asambleas locales. Así, en lugar de un gobierno central con una asamblea legislativa que vota para dar lugar a las leyes, la confederación puede concretarse en un congreso de delegados que coordina las políticas y prácticas de las comunidades miembros. Huelga decir que los delegados no serían representantes, ya que no tendrían como objetivo establecer políticas o leyes en nombre de unos miembros de la comunidad incapaces de decidir por sí mismos. Los miembros de la asamblea municipal (sinónimo en este caso de local, para evitar controversias) elegirían por democracia directa a los delegados, que se limitarían a llevar a cabo sus deseos en un consejo confederal (formado por delegados de las diferentes asambleas locales). Los delegados tendrían órdenes estrictas de votar de acuerdo con los deseos de los grupos locales de origen, y no tendrían capacidad para tomar decisiones políticas obviando las instrucciones concretas de su municipalidad; las responsabilidad de los delegados descansaría en las asambleas de ciudadanos, y éstas podrían revocar el cargo en caso de violar las normas. Por lo tanto, el consejo confederal no sería en realidad un órgano para tomar decisiones políticas, su propósito sería más bien administrativo: coordinar y ejecutar las políticas formulados por las asambleas locales.
Sería a nivel local donde los ciudadanos harían política, mediante asambleas verdaderamente democráticas; por supuesto, las dificultades técnicas para llevar a caba determinado proyecto político no suponen necesariamente que los miembros de base tengan los conocimientos al respecto (como tampoco los tienen los políticos estatales), sino presentar de manera clara y concisa todos los factores influyentes para que el común de los ciudadanos tenga una razonada comprensión y pueda tomar finalmente una decisión política para su posible ejecución. Aquí estriba la diferencia entre simplemente administrar y el hecho de tomar decisiones políticas; si los mismos administradores tienen además la capacidad de ejecutar, se colocan los cimientos para que finalmente exista un Estado (donde una élite acaba usurpando la potestad de los ciudadanos para tomar decisiones). En la propuesta de Bookchin, que hay que considerar una seria alternativa anarquista, existiría una ciudad nueva donde hacer política sería el privilegio exclusivo de las asambleas municipales de ciudadanos libres eligiendo en democracia directa. Por supuesto, en este tipo de contexto social y político seguirían existiendo los conflictos, pero se aseguraría un mayor control por parte del ciudadano gracias al consejo confederal formado por delegados de las asambleas locales y existiría además una mayor pluralidad, aunque se den proyectos que no sean aprobados finalmente por el conjunto.
Capi Vidal