Elecciones-Democracia-Representativa-Partidos-Politicos-Anarquismo-Acracia

El pragmático y rebelde abstencionismo

Personas de mi entorno, más o menos afectivo, tan cándidas como bienintencionadas, me afean mi permanente crítica, bien aderezada de sano sarcasmo, a la izquierda parlamentaria de intenciones supuestamente transformadoras. Ya adelanto que la lúcida columna de hoy no va a ser, ni por asomo, nada parecido a una retractación. ¡Ni un paso atrás en mi nihilismo ácrata! Retórica y bromas aparte, y sin condescendencia alguna, una parte de mí, insondable si se quiere, comprende a este gente que sigue confiando de manera pertinaz en la llamada democracia representativa para tratar de cambiar, aunque sea un poquito, las cosas. De hecho, incluso yo, en cierta jornada electoral tuve la tentación de introducir una papeleta en la urna, aunque no tanto por confiar en político profesional alguno, sino simplemente por ver qué se sentía. ¡En la vida hay que probar cosas diferentes! En cualquier caso, que cada uno se responsabilice de sus motivos, pero lo que me cansa hasta el hastío son las razones esgrimidas para reprenderme cuando ejerzo la abstención, esa que denominan activa, de manera noble y perspicaz. El tipo humano minoritario que suele hacerme la crítica es el que considera, simplemente, que hay que votar como participación política del sistema en que vivimos, único y verdadero, y que, de no hacerlo, no puedes luego protestar ni exigir.

No tiene mucho recorrido intelectual esta reflexión y, sin entrar en demasiadas honduras, puede decirse que más bien es al revés; si has ejercido tu derecho al voto, has delegado tu potestad para la acción política y, difícilmente, puedes reclamar algo. No obstante, lo reconozco, hay algo de retórica en esta argumentación, ya que requiere de mayores disquisiciones, pero desde luego no es esa simpleza algo extendida entre el vulgo de que «si no votas, no puedes protestar». Se puede añadir como críticas generalizadas a este sistema «democrático» la falta de cultura política de la gran mayoría del personal, la pereza intelectual para leerse el programa de cada fuerza política (por lo que estas ya ni tienen que disimular luego en no cumplirlo), la personalización del partido en el cabeza de lista (por lo que la acción del voto se dirige hacia el carisma del político de turno, algo abiertamente aterrador) y, en general, el circo mediático en el que compite en el mercado cada opción electoral como un producto más (¡es el mercado, amigos!). Toda esta argumentación podría ser más que suficiente para mandar al carajo el sistema político en que vivimos, lo cual hay que explicar no significa renunciar a toda acción política (decir «no», para empezar, me parece una más que sana acción política); pero dejemos las críticas genéricas y vayamos, como dijo aquel, al detalle sobre el asomo de una posible transformación social a través de las urnas.

Como dije, esa crítica al margen de votar a unos u otros realizada a mi lúcida y honesta actitud abstencionista la ejerce solo una minoría; para ellos, el voto parece más una obligación ciudadana y no parece importar a quién se haga, por lo que tenemos que incluir ahí a fuerzas políticas que poco o nada tienen que ver con la democracia. Sin embargo, los más vehementes opositores a la abstención suelen ser gentes de izquierda (sea lo que sea eso hoy en día) que confían en una nueva opción transformadora, esta sí de verdad, o al menos consideran que hay que frenar a la inicua derecha (o ultraderecha, que en este inefable país vienen a ser cosas muy parecidas). Estos progresistas, dicho sea el calificativo sin la menor intención peyorativa, suelen ser especialmente plastas e incluso nos demonizan y lanzan acusaciones cuando triunfa la diestra en las urnas. Poco importa que los índices abstencionistas se mantienen estables, en este indescriptible país donde todo está atado y bien atado, y que incluso cuando baja no gana necesariamente la «izquierda». Tal vez, eso debe invitarnos a hacernos preguntas sobre el sistema en que vivimos. Esta por ver, en cualquier caso, que si subiera notablemente la no participación en las urnas eso provocara un cambio social; dicho sea también porque nunca he sido partidario de convencer a nadie ni mucho menos hacer campañas al respecto como si eso nos fuera a traer la más alta expresión del orden en forma de anarquía (un clásico ácrata que, por cierto, siempre he visto algo oxímoron). Si alguien quiere votar, por parar a otros que considera peores, o porque los suyos han logrado subir el salario mínimo, o por no sé muy bien qué leyes que traerán justicia, pues muy bien. Pero, por favor, que nos dejen a otros en paz en nuestro pragmático y rebelde abstencionismo. Y, claro, usemos la imaginación, no es el único modo de no apuntalar este mundo político que tan poco nos gusta.

Juan Cáspar

Deja un comentario