El racismo en los albores de la Antropología británica

Podemos definir el racismo como una doctrina ideológica moderna sin fundamentación científica que establece una jerarquía natural entre distintos grupos humanos con características y rasgos culturales a partir de una serie de premisas como el patrimonio genético, la capacidad intelectual o la disposición moral. Esta ideología nace en el siglo XIX, en un primer momento con el choque entre los evolucionistas darwinianos y los creacionistas cristianos, y posteriormente por las interpretaciones de las teorías de Darwin, como afirma Piotr Kropotkin, “numerosos continuadores de Darwin restringieron la concepción de la lucha por la existencia hasta los límites más estrechos. Empezaron a representar el mundo de los animales como un mundo de luchas ininterrumpidas entre seres eternamente hambrientos y ávidos de la sangre de sus hermanos. Llenaron la literatura moderna con el grito de ¡Ay de los vencidos! Y presentaron este grito como la última palabra de la biología” (1). Este conflicto empezó a tomar forma en el nacimiento de la antropología británica creando divisiones.

En los albores de la antropología británica, hay dos importantes factores que traen consigo el nacimiento de esta escuela. Por un lado nos encontramos el nuevo paradigma científico que trae el nuevo movimiento cultural e intelectual europeo que es la Ilustración. Este es un nuevo modelo de pensamiento centrado en el ser humano y en la naturaleza por encima del dogmatismo religioso. Por otro lado nos encontramos el momento económico y político en Inglaterra, donde tienen especial importancia las colonias en América del Norte. Además de aportar enormes riquezas a las arcas de Inglaterra y abastecer con nuevos productos más o menos exóticos, se empieza a tener contacto con otros seres humanos de otras culturas.

A través de una red de informadores en el nuevo continente, que iban desde misioneros hasta funcionarios del Imperio británico sin ningún tipo de experiencia, los miembros de la burguesía media se empapan de las nuevas ideas. Saciaban, a través de los diversos relatos y escritos, su curiosidad hacia estas nuevas sociedades. Suelen ser conocidos como “antropólogos de salón” antes de dar el salto al trabajo de campo, dado que todo sus pensamientos, debates y conclusiones se desarrollaban en las diversas sociedades e institutos.

Estas personas, en un primer momento, se encuentran fuera del mundo académico. Su inclinación hacia el interés en el estudio de las nuevas sociedades viene determinada por su paradigma religioso, al pertenecer muchos de ellos a la Sociedad Religiosa de los Amigos, más conocida como cuáqueros, y el interés que les despiertan por el cristianismo primitivo, y por ende de las personas que como es el caso de los nativos en América, llevan una vida similar. Este paradigma religioso hace que además, muchos de ellos, desde una perspectiva empática pero filantrópica, lideraran campañas contra la esclavitud, tanto del comercio de esclavos traídos de África, como su uso en las colonias inglesas del norte de América.

Aun así, de vital importancia son las ideas evolucionistas en estos nuevos estudiosos, las cuales dan prioridad a la premisa de natural como inevitable, mecánico y regido por las nuevas leyes de la naturaleza. Aplicado a las humanidades, hizo que personajes de prestigio como Tylor, abandonasen las ideas creacionistas propias del cristianismo para creer que el ser humano debe de esforzarse para entenderse y explicar el mundo. Así como con Tylor, otros tantos abandonaron las sociedades al centrar su interés en el estudio de las poblaciones aborígenes con las premisas protestantes cuáqueras. Estos crearon la llamada Sociedad Etnológica de Londres, con un programa hecho y derecho para “investigar las características distintivas, tanto físicas como morales, de las variedades de seres humanos que habitan, o han habitado la tierra, y establecer las causas de tales características” (2).

A la hora de recopilar, ver y analizar los datos que proporcionan los misioneros, los primeros antropólogos británicos no están exentos de una de las principales problemáticas a la hora de estudiar otras sociedades. El etnocentrismo, o el juzgar a otras culturales desde nuestro punto de vista. Algo que todavía, a día de hoy, en los Estados occidentales sigue siendo algo normal y promovido por los medios de comunicación. Como dice el antropólogo Claude Lévi-Strauss, “es posible que ninguna cultura sea capaz de emitir un juicio verdadero sobre otra puesto que una cultura no puede evadirse de ella misma sin que su apreciación quede, por consiguiente, presa de un relativismo sin apreciación” (3). Así, en primer lugar, no están exentos de esta carga los datos que aportan las personas informantes. Relatos que juzgan a estos pueblos desde la perspectiva etnocentrista inglesa, por lo que no faltan en ellos juicios de valor, e incluso fantasiosos. Es otra manera de alimentar más el exotismo en el estudio de sociedades que pueden juzgar como razas primitivas perdidas, desde una perspectiva de la sociedad desarrollada y “civilizada” británica.

Tylor, escribió en el año 1871 la obra Cultura Primitiva, en la cual expone la “unidad psíquica del hombre”, la igualdad y el valor moral de toda la humanidad. Esta afirmación crea unas bases de trabajo relativistas que atenúan la perspectiva etnocentrista.
Será James Hunt, secretario de la sociedad en 1860 (11 años antes de la obra de Tylor) quien comenzará a defender postulados racistas, separándose de la Sociedad Etnológica de Londres. Creó la Sociedad Antropológica de Londres como forma de contraponerse a la anterior. Partidario de las teorías racistas, se oponía a todos los que conciben un único origen de la especie humana. Así, emprendió una campaña con otras figuras públicas para adueñarse del término “antropología”. Estos, influidos por distintos grupos de las escuelas francesa y alemana, se afanaron más en las diferencias anatómicas de los distintos grupos humanos. Consideraban que la humanidad tiene un carácter diversiforme; las diferencias raciales son la causa de la diversidad cultural y moral humana. Thomas Huxley, contemporáneo darwinista, argumentó que el término “raza” no podía ser científico, sino parte de una ideología racial, y se apropio del término “antropología” creando la organización unificada Real Instituto Antropológico.

Francis Galton, primo y coetáneo de Darwin, fue de los primeros en aplicar la interpretación errónea de la obra de Darwin en el ser humano, como ya denunció Piotr Kropotkin en 1902 con la publicación de El Apoyo Mutuo. Así, “Galton introdujo entre los antropólogos la preocupación por la composición racial de las Islas Británicas y la obsesión por la posible degeneración del patrimonio genético. Tras varios estudios llevados a cabo en las Islas, no se detectaron diferencias significativas que permitiesen hablar de variaciones raciales ni de la temida degeneración” (4). Y no solo contra otros “grupos raciales inferiores”, sino contra los trabajadores manuales y los más desfavorecidos.
Esta ideología que empezó a surgir en los hombres de la Ilustración por la visión etnocentrista y la interpretación errónea de diversas obras científicas, fue parte de hechos aberrantes en los siglos XIX y XX, desde la esclavitud, pasando por la II Guerra Mundial y los diversos etnocidios que se han llevado a cabo. Y sigue siendo un tema que gobiernos y medios de comunicación de masas siguen difundiendo, y que asimilamos como receptores de la propaganda política y por la educación recibida. Así, somos instrumentalizados para la defensa e intereses económicos de empresas multinacionales, y geopolíticos de los diversos gobiernos occidentales.

JJesús

Publicado en Tierra y libertad núm.331 (febrero de 2016)

Notas:


1.- Piotr Kropotkin, El Apoyo Mutuo, un factor de la evolución, Madre Tierra, Móstoles 1989.
2.- Frederik Bart et al., Una disciplina, cuatro caminos. Antropología británica, alemana, francesa y estadounidense, Prometeo, Buenos Aires 2012.
3.- Claude Lévi-Strauss, Raza y Cultura, Atalaya, Madrid 1999.
4.- Paz Moreno Feliu, De lo lejano a lo próximo, un viaje por la Antropología y sus encrucijadas, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid 2014, p.51.

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