Es habitual que los cristianos consideren la figura de Jesús como un ejemplo sobrehumano (nunca mejor dicho) de doctrina y comportamiento éticos. Por extensión, resultaría evidente, el seguidor de la religión cristiana, incluso aquellos de menor talante dogmático, tendría como modelo el mayor ejemplo moral y ético de la historia de la humanidad. ¿Es esto realmente así? Si demostráramos lo contrario, tal vez empezaría a tambalearse todo el edificio sobre el que se sostiene el cristianismo. Sí, algo ambicioso y poco modesto por nuestra parte, pero quién dijo miedo. Por supuesto, no entraremos, dentro de las siguientes reflexiones, en la historicidad de Jesús. Daremos por hecho que es posible que hubiese una figura con cierta similitud a lo que nos han contado habitualmente. No obstante, a pesar de esta notable suspensión de la incredulidad, hay que decir que resulta francamente difícil, a poco que uno indague, hacerse una idea sobre cuáles fueron exactamente los principios morales de aquel hombre. Es más, los primeros autores cristianos, como Pablo, no aluden a las enseñanzas éticas de Jesús tal y como se exponen en los evangelios. Hay buenas razones para suponer que lo que hoy conocemos como ética cristiana, son adiciones posteriores a la doctrina original. A pesar de ello, como la mayoría de los cristianos parece ignorar este problema, nosotros hoy también lo haremos para nuestra valoración.
Los evangelios sinópticos (los tres primeros en orden cronológico, el de Juan es muy posterior) aportan información demasiado confusa sobre el comportamiento ético de Jesús, pero centrémonos en los lugares comunes que nos han transmitido. El primer mandamiento sería «amar a Dios», algo exigido de manera rigurosa por Jesús, ya que la fe de sus seguidores debe ser inconmovible. Sin entrar en lo que alguien, con un mínimo talante libertario, debe considerar al escuchar semejante orden inapelable, diremos que es una exigencia cuanto menos bien apartada del respeto a la libertad individual y el derecho a la elección de cada cual. Pero, nos pongamos, de momento, demasiados modernos en nuestra análisis. El segundo mandamiento, el que más valora incluso gente que no se considera cristiana, es el del «amor al prójimo». Es algo no demasiado original, ya que al parecer se menciona ya en el Antiguo Testamento, pero es cierto que Jesús parece incluir en ese amor a los enemigos de uno. Diremos que ese mandato, también es sabido, incluye no enfrentarse a los malvados, lo cual parece implicar una intolerable tolerancia y resignación ante los numeroso actos inicuos de tanto desaprensivo (algo que ni el propio Jesús fue capaz de cumplir, como demuestra el enorme cabreo, con actos violentos incluidos, con los mercaderes en el templo). Por lo demás, ese supuesto amor al prójimo parece acompañarlo Jesús en sus enseñanzas de una humildad y pureza, que tantas veces parece desembocar en la humillación y rebajamiento del pobre aspirante cristiano (nunca cerca del modelo, por demasiado perfecto o por demasiado contradictorio).
A Jesús se la ha atribuido reiteradamente una perfección moral, alguien lleno de compasión e indulgencia, pero el comportamiento que podemos observar en los evangelios contradicen esa idealización. Los genocidios del Antiguo Testamento se quedan cortos ante las amenazas de Jesús en algunos momentos a aquellos que no escuchan las prácticas cristianas. Como alguien nos pedirá pruebas, citemos a Mateo: «Si alguien no os recibe ni escucha vuestro mensaje, al salir de aquella casa o ciudad, sacudíos el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio la suerte de Sodoma y Gomorra será más llevadera que la de aquella ciudad» (Mt.10). Por otra parte, hablamos de un tipo que aprobó nada menos que la condena al fuego eterno, algo que debe causar terror a cualquier espíritu sensible, ya que no es imaginable crueldad mayor. Aunque en muchos momentos, algo sobre lo que pivota la creencia cristiana, Jesús hablaba de salvación para todo hijo de vecino, en otros momentos parece excluir a paganos, samaritanos y otros gentes de mal vivir (o buen vivir, según el punto de vista). Si atendemos a una conducta ética, practicada por mucha gente hoy en día, como es la preocupación por los animales, Jesús no ganaría muchos adeptos. En cierto ocasión, expulsó un demonio del alma de un hombre para introducirlos en una piara de pobres cerdos, que acabaron ahogados en el mar. Un comportamiento poco ejemplar para alguien con tantos poderes. La supuesta perfección moral de Jesús se contradice con algunos momentos en que se lleva por la cólera, e incluso por la bajeza y el acto vengativo. Puede consultarse cómo la emprendió contra una higuera simplemente por no ser época y no dar frutos; algo que hay quien ha querido ver como simbólico de un castigo de mayor envergadura, como el juicio al pueblo de Israel, lo cual explicará el enfado, pero empeora el asunto en lo moral.
Por si todo esto fuera poco, desde un punto de vista de comportamiento ético ejemplar, hay un aspecto que nos parece muy criticable en la figura de Jesús. Es el hecho de no conllevar virtudes intelectuales apreciables, más bien todo lo contrario, no parece valorar para nada la razón y el conocimiento. Toda la prédica y la doctrina cristianas se basan sencillamente en la fe: «Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios» (Mt. 18, 3). Lo que parece estar pidiendo es que volvamos a un estadio infantil, exento de crítica, en el que creamos todo los que nos dicen. Se le puede dar todo tipo de vueltas al asunto, pero creemos que Jesús no solía razonar sus enseñanzas; los subterfugios para que se le siguiera consistían en afirmar que el reino de los cielos estaba a punto de llegar o bien asegurar que quien lo hiciese tendría su recompensa en el paraíso (de lo contrario, ya saben, el castigo eterno en el infierno). Tenemos que entender que las palabras y el comportamiento de Jesús, no solo no necesitaban justificación racional, sino que eran abiertamente contrarios a una crítica que cuestionara la fe (demasiadas veces, una fe ciega e irracional). Esa severidad y exigencia de obediencia, incluso algunos actos vengativos, parecen contradecir abiertamente la idea de que Jesús era un ejemplo de perfección moral. Por otra aparte, la ambigüedad sobre cuestiones como la esclavitud y la pobreza, que muchos han tratado de explicar y justificar, llevan a considerar que no se trataba de ningún modelo ético. Desde una perspectiva amplia, la ética cristiana es más que cuestionable, además de por todo lo expuesto, por ignorar de modo reduccionista las consecuencias del comportamiento humano. Incluso, los aspectos más valorados incluso por los profanos, como es el caso del «amor al prójimo», resultan más bien ambiguos y cuestionables.