Vaya por delante aclarar que el que suscribe no está del todo seguro si el gilipollas es él, al señalar que la corrupción es algo sistémico en este inefable país, o tal vez gran parte del material humano que le rodea. Uno es así de generoso en su análisis de la realidad. El caso es que esta guerra desatada entre facciones del Partido Popular, esa indescriptible derecha de este inenarrable país, además de ser un esperpento vergonzante, invita a unas pocas reflexiones a poco que profundicemos. Pablo Iglesias, que ahora tiene un podcast en el que pretende aportar sesuda información veraz y alternativa, instaba recientemente a que la izquierda parlamentaria se ponga las pilas y denuncie ante la fiscalía los presuntos casos de corrupción en el PP madrileño. Vamos a ver. En primer lugar, amiguito, ¿la izquierda parlamentaria no eras tú hasta anteayer? ¿Acaso los numerosos contratos, adjudicados a dedo por la Administración presidida por Ayuso, son algo que se sepa ahora? ¿Acaso no había ya indicios hace tiempo de que la Comunidad de Madrid había favorecido notablemente a familiares y amigos? ¿Por qué diablos no se puso, ni se termina de poner en la actualidad, todo ello en manos de la justicia? Sí, la justicia puede estar plagada de fachas y estar igualmente corrompida, y puede que luego haya multitud de cretinos que avalen a los corruptos en las urnas, pero al menos la contundencia en la denuncia moral y mediática puede y debe hacer un ruido estruendoso. A pesar del discurso epidérmico de algunos, y con gloriosas excepciones reales, no parece que sea así en este impronunciable país.
Muchos progres se cabrean conmigo, debido al cliché de siempre; mi afán ácrata hace el juego a la derecha y bla, bla, bla. Cansa e irrita bastante tener que aclarar, una y otra vez, que la corrupción ha sido la tónica general desde los inicios de la democracia, con seguridad heredada de la dictadura, lo cual sostiene la idea de la continuidad política y económica que supuso aquello denominado Transición. Hay un grave problema de memoria en este indecible país, y no solo sobre la guerra civil y el franquismo; la cosa va a peor cuando la información es algo con falaces pretensiones de inmediatez, para ser olvidada en breve sin asomo de rigor. Por supuesto que señalar esto no es ninguna suerte de fatalismo, ni tampoco, otro pobre lugar común, equiparar a todos los partidos ni a todos los políticos; claro que habrá quien no robe, y me refiero de manera «ilegal» en un sistema «legal» que ya supone el latrocinio constante, pero la realidad es que no se observa una lucha verdadera contra la corrupción por parte de ninguna fuerza política, ni siquiera por parte de esas que hace no tanto se denominaban transformadoras. Ese gran Partido, apelado todavía para mayor escarnio socialista y obrero, e incluso español, era uno de los grandes representantes de la casta y la corrupción para algunos; esos mismos, son socios de gobierno en la llamada coalición increíblemente progresista, que alguna medida social de maquillaje ha llevado a cabo en un sistema intrínsecamente perverso, tal vez diseñado para la explotación y el saqueo.
Por otra parte, no se niega tampoco la gran campaña, por parte de los medios más a la derecha, contra Podemos (o como se llamen ahora), ni que la inmensa mayoría de casos orquestados contra ellos fueran cajas de humo. Lo que ocurre es que esa fuerza política, con pretensiones en origen de ir acompañada de todo un movimiento social de carácter transformador, además de ir paulatinamente en descenso electoral, parece hoy más fagocitada por el sistema que otra cosa. Pero, volvamos al esperpento del Partido Popular, que es lo que parece animar a ciertos progres a considerar que los buenos algún día estarán en el poder en un sistema auténticamente limpio. Los casos de corrupción de la derecha, efectivamente, se han acumulado durante años, sin que en ninguno de ellos se tocara a los máximos responsables (Aznar, Aguirre, Rajoy…) y retrasando los procesos sobre los inculpados a ver si van olvidando; por supuesto, como ocurrió igualmente durante administraciones socialistas. Ahora, tras el ascenso de la ultraderecha yla consecuente pérdida de votos, escisión en realidad de los populares, se desata una guerra para tratar de depurar a ciertos elementos. Ya ocurrió en su momento con Cristina Cifuentes, cuya caída final, después de varios intentos con casos de presunta corrupción, se produjo de un modo que supera la mejor obra de ficción berlanguiana, tras hacerse público un vídeo donde robaba directamente en un supermercado; nadie pareció molestarse en investigar cómo es posible que alguien guardara un material así durante años para defenestrar a un adversario político. Hoy, aquello parece olvidado, mientras las cloacas del Estado siguen moviéndose para quitar o poner piezas. E, insisto, no parece que ninguna fuerza con pretensiones de conquistar el poder pueda ni quiera limpiar eso. Insistiré también que no es fatalismo, ni ningún radicalismo de salón; es, sencillamente, señalar que el cambio de las cosas, a pesar de la estupidez y el papanatismo aparentemente imperantes, solo depende de nosotros mismos. Si alguien quiere seguir metiendo un papelito en la urna, allá él, pero hay que esforzarse luego un poco más.