Al parecer, un conocido jugador de tenís, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, acaba de ganar su enésimo torneo internacional. De este tipo, no paran de halagar los medios su espíritu de sacrificio, voluntad, entrega, fortaleza psicológica y bla, bla, bla. No seré yo quién le quite méritos al susodicho deportista, que seguro que se merece todo lo que ha conseguido y mucho más. ¡Satanás me libre me libre de criticar a un ídolo de masas! No obstante, el caso me viene al pelo para unas nuevas y lúcidas reflexiones sobre esta sociedad que sufrimos, basada precisamente en la competitividad, el ascenso social, la meritocracia y bla, bla, bla. Antes de adentrarme en mis sesudas disquisiciones, me gustaría señalar los problemas mentales, cada vez más extendidos, que pueden verse a poco que nos asomemos a las estadísticas; señalo lo que puede ser una triste paradoja, esas exigencias al común de los mortales de entregarse a un mundo de competencia desmedida, una suerte de darwinismo social que demanda poco menos que seres con superpoderes, para encontrarnos con que una gran masa acaba con todo tipo de patologías mentales, algo que acaba por repercutir en el conjunto de la existencia.
Digo yo, y es posible que ande totalmente equivocado, que algo tendrá que ver esa exigencia sobrenatural para poder elevarte por encima del vecino, tan propia de esta sociedad consumista y capitalista, con las patéticas consecuencias finales. Muchos profesionales de la «educación», que ahora tienen a veces un ridículo nombre anglosajón llamado coachs, tan subordinados a ese horror que denominan convertirse en un emprendedor, un buen gestor empresarial, ponen como ejemplo a estos deportistas superdotados para hacer creer que con espíritu de superación tú también puedes ser como ellos. Como dije al principio, y trataré de dejar a un lado esta vez la ironía, no seré yo quien no se maraville por esa entrega de algunos, entendiendo que se hace con una aceptable dosis de honestidad, para conseguir un fin; el problema son, precisamente, los fines que nos depara esta sociedad basada en ir apartando, o eliminando para seguir con el símil deportivo, al prójimo. Se nos dice una y otra vez que no puede haber otra economía más que la basada en el mercado y la competencia, se nos educa durante toda nuestra vida para creer esto, a pesar de los resultados desastrosos e, incluso, aunque nosotros mismos solo lleguemos a tener en la vida más que una pequeña parte del pastel.
Si todo a nuestro alrededor aparece como una suerte de torneo, si se nos adiestra desde temprana edad para competir con nuestros semejantes, valores más elevados de cooperación y solidaridad son claramente anulados. Es posible que cierta dosis de competencia sea necesaria para el avance social, por supuesto, pero en lugar de conquistar un puñetero torneo, de poner en el mercado el producto innecesario con más exito o de ver quién explota al mayor número de semejantes, tal vez deberíamos lanzarnos a una carrera para ver cómo acabamos con los intolerables males del mundo como el hambre, la guerra o la opresión, que bien entrado el siglo XXI sigue sufriendo gran parte de la humanidad. En esa competición, no estaría mal que participara el mayor número de gente y el vencedor, o mejor dicho vencedores, ya que nadie logra solo un objetivo, serían verdaderamente dignos de admiración. Ese fulano archiconocido, y profundamente idolatrado, que ayer consiguió llegar el primero a la meta en no sé qué logro deportivo, por supuesto, no tiene excesiva culpa; es, sencillamente, una consecuencia más de la sociedad que sufrimos, el síntoma y no la enfermedad, si queremos ahora emplear paralelismos sanitarios. Y yo, no creo que haga falta aclararlo más, deseo otro tipo de sociedad.