Blas de Lezo y el militarismo

Hace unos días, el gobierno más progresista de la historia conocida envió, en nombre de este inefable país conocido como España, una fragata para defender Ucrania de la amenaza rusa. Como miembro de la OTAN, no creo que pueda sorprender a nadie que Pedro Sánchez se subordine a la capital del imperio, aunque la manera arrastrada de hacerlo sí llama algo atención. Es posible que cuanto más mediocre sea la persona, como le pasó a aquel engendro llamado José María Aznar con su participación criminal en la guerra de Irak, el componente megalómano se acentúe con mayor fuerza al abrazar el poder; no obstante, creo que forma parte de todos los gobernantes, en mayor o en menor medida, tengan el pelaje ideológico que tengan. Esperemos que no se confirme el conflicto bélico; como dijo el clásico, y viene muy al caso para el texto que nos ocupa hoy, ¡malditas sean las guerras y los que la promueven! Y es significativo, en este indescriptible país, el nombre de la susodicha fragata de la gloriosa Armada española: la Blas de Lezo. Y es que, para los que no conozcan a este tipo, hablamos de un almirante del siglo XVIII, una emblemática figura naval que se pasó la vida guerreando y, por lo tanto, es símbolo de lo más rechazable a nivel histórico y moral; como no podía ser de otra manera, en este indecible país, esta figura histórica se la pone dura a derechistas y ultraderechistas (valga la redundancia).

Esto es así hasta el punto de que, en los últimos años, ha habido toda una ofensiva ultrareaccionaria y, entre otros monumentos abiertamente militaristas, se han erigido estatuas a la figura de Blas de Lezo en diversas ciudades. La que puede verse en la capital del Reino fue inaugurada hace unos años por ese otro representante de la infamia, protagonista de la historia reciente de este inenarrable país, que es Juan Carlos de Borbón. Por cierto, el artífice de dicha escultura pone su indudable talento con asiduidad al servicio del espíritu más ultra y reaccionario glorificando la historia militar de esta nación, que añora haber sido un imperio; se trata del mismo responsable de ese homenaje a los Héroes de Baler, que también puede verse en una céntrica plaza madrileña, que a pesar del subterfugio de la heroicidad y de la defensa de no sé muy bien qué, es una loa abierta a una de las mayores lacras que sigue enfrentando a la humanidad. Otra obra de esta joya de escultor, pendiente de ubicación, está dedicada al centenario de ese otro cuerpo militar, con una reiterada historia sangrienta, que es la Legión española. Ya hablé de ese monumento militarista en cierta ocasión, ya que estaba prevista en 2021 su inauguración en la Plaza de Oriente de Madrid, perfecta ubicación para lo más reaccionario de la historia.

Tengo la impresión que la Administración de Madrid, que ya ha hecho demasiados guiños a la la ultraderecha, se lo ha pensado finalmente dos veces para dar su aprobación a la instalación de la inicua efigie; la indignación mediática fue tal, que en otros países se preguntan cómo es posible que en España no tengan claro lo que es el fascismo. Que el responsable de la estatua asegure que en su obra no hay ideología es sencillamente un insulto a la inteligencia. La imagen que el artista escogió, seguramente por mera casualidad, es la de un legionario de 1921 como símbolo de uno de los episodios más repulsivos de la historia militar española: la Guerra Colonial del Rif entre los años 1909 y 1927. Las acciones de este cuerpo, incluida su repulsivo papel en la guerra civil, han sido tan cruentas, que el homenaje es toda una afrenta moral para cualquiera con una mínima sensibilidad; su fundador, el confeso admirador del fascismo Millán Astray, guarda ciertas semejanzas con Blas de Lezo, al que también le faltaba algún que otro miembro del cuerpo. Y es que la diestra de este indescriptible país solo podía abrazar la concepción más casposa del patriotismo más carca, pero lo verdaderamente preocupante es que su espíritu militarista envenene el conjunto de la sociedad. De momento, los odiosos tambores de guerra continúan sonando y una fragata española llamada Blas de Lezo, enviada por un gobierno presuntamente progresista, se encuentra en plena línea de fuego.

Juan Cáspar

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