Los sucesos de París son conocidos, y no vamos a recordar aquí los detalles.
De lo que nos importa debatir ahora es de la reacción de algunos individuos y sectores de nuestro movimiento que, desde el principio, han minimizado los hechos acaecidos (una matanza de dibujantes satíricos), manteniendo que el acto estaba justificado teniendo en cuenta las guerras imperialistas europeas en los países árabes y que, todo sumado, esos periodistas se lo habían ganado porque sus viñetas difundían la islamofobia.
Partiendo de esta clave de lectura, nuestros “antiimperialistas” se superaban a sí mismos: unos sosteniendo, como tradicionalmente, que las causas eran económicas y que la religión no tenía nada que ver; otros, típico de estos momentos, cayendo en el complotismo más tradicional (CIA, Mosad, ovnis) o fantástico (muertos que estaban vivos, etc.); otros, filosofando doctamente sobre que la libertad no es un valor en sí misma y que la libertad de pensamiento es un valor burgués occidental y por ello carece de significado; otros, en contraposición ritual al sentir popular, ostentando indiferencia ante los periodistas muertos porque en Palestina han muerto muchos más; y otros, pletóricos de “revolucionarismo” de salón, exaltando la violencia como valor en sí misma.
Evidentemente, vivimos en mundos diversos. Seguramente somos diferentes a esos “antiimperialistas”.
Somos anarquistas y para nosotros la medida de juicio es una sola: la libertad. Entonces, cuántas idioteces hemos leído, cuánta estupidez. Pero sobre todo, cuánto peligro individual y político.
Estos “antiimperialistas” no se dan cuenta de que de manera irresponsable no solo están contribuyendo a atentar contra la libertad colectiva, sino que con su torpeza racista –paradójicamente– fomentan la reacción y contribuyen a distanciarse cada vez más de los trabajadores, de la gente corriente. Intentemos dar respuesta a estas cuestiones.
Antes que nada, resulta pesado comprobar que con los años no se ha cambiado la inquina con que se repiten lemas y consignas manidas y ahora más que nunca, en boca de algunos, carentes de sentido: antiimperialismo es una de ellas.
Este término, utilizado inoportunamente, justificaría para ellos todo evento, toda táctica. Huérfanos de la impostura mental derivada de la desaparición de esa forma de capitalismo de Estado que era la Unión Soviética, ahora frivolizan sobre el imperialismo cómo y dónde pueden, despreocupados por lo que sucede.
Para ellos si se mueven los Estados Unidos, a menudo se habla con justicia de imperialismo, pero si se mueve, por ejemplo, China, se callan. Los Estados Unidos para cierta tradición política son el enemigo (y la Historia, ¡cómo no! justifica esta aversión a la lógica política y económica del gobierno yanqui), pero de este concepto deriva la regla por la que se convierte en “amigo” todo aquel que, aunque sea igual o peor en las ambiciones y en el uso de la fuerza, puede obstaculizar al Primer y estereotipado Enemigo. Los compañeros se infectan periódicamente con los resultados de este imperialismo de sentido único, y ven por todas partes complots OTAN, europeos, etc. Que seguro existen, pero vemos con idéntica preocupación a los demás imperialismos.
Y nos parece limitado –cuando no contradictorio– este paroxismo antioccidental de vía estrecha de antiimperialistas que después, a veces por pertenencia profesional o familiar, resulta que poseen un buen nivel en la escala social “burguesa” occidental.
Según esta lógica, coherentemente, hasta cierto punto esta negación debe implicar en su maledicencia toda la tradición de un supuesto “mundo occidental”: por ello, la libertad sería una bagatela respecto a prioridades mucho más importantes (la economía… entendida a su modo), y la libertad de opinión y de palabra un residuo burgués bueno para las luchas decimonónicas. Olvidando seguramente que los diferentes “pensamientos” no son nunca bloques monolíticos absolutos, sino fenómenos en construcción permanente, y que la libertad es un valor fundamental para el ser humano, y la de opinión pública es una conquista debida a las luchas populares de varios siglos. Y nosotros disfrutamos hoy, junto a los “antiimperialistas”, gracias a aquellas luchas. De burgués en estos conceptos solo queda el elitismo de quien lo afirma y el autoritarismo de quien brama, tras un teclado, por conquistar un poder en menoscabo de otros, negando la libertad.
Pero en la difusión de la peste de la intolerancia religiosa ¿qué tiene que ver el imperialismo? Hemos leído que Francia, con estos atentados, ha sido castigada por ser un instrumento eficaz del imperialismo en los países árabes. Pero, aparte de que lo mismo se decía de los Estados Unidos, también ha sido castigado el Reino Unido, España, etc., este análisis nos parece paradigmático por su dogmatismo. Hace unos años fanáticos islámicos pusieron bombas en trenes para que explotaran a las puertas de Madrid: esos trabajadores, esos estudiantes ¿eran el imperialismo europeo? ¿Era yo la persona que corría por el parque el otro día? ¿Y si mañana fueran atacados la escuela de sus hijos, su casa, sus amigos? Y el reciente atentado de Boko Haram en Nigeria ¿cómo lo justificamos según este análisis?
Que la libertad no sea un valor y que el autoritarismo, por el contrario, sea una bagatela conceptual y política se demuestra desde el desdén (en el mejor de los casos) o el apoyo (en el peor) con quienes, solo para ceñirse a los últimos años, estos compañeros han sobrevolado (por ser generosos) sobre tiranos sanguinarios que, como ayer Mussolini, solo quedan bien cuando cuelgan del extremo de una cuerda: Sadam Husein, Gadafi, Asad, Putin, etc. Manifestar que los americanos han provocado abominaciones similares (¡es verdad!) no cambia ni una coma la maldad de estos personajes. Pero los anarquistas no tienen amigos improvisados como los estrategas domingueros; nuestra lógica no es instrumental. Y los dictadores quedan como tales. Estamos contra las guerras, ya que en ellas solo vemos destrucción. Somos antimilitaristas y antinacionalistas, ya que estos son la causa-efecto de los diferentes conflictos. En cambio los “antiimperialistas” tienen diferentes escalas de valores.
Otro lugar común que reiteran es que no existe un problema de religión, siendo esta una superestructura (¡ah, el dogmatismo de repetición!) respecto a la economía. Ahora, que la atención a esta materia adivinatoria que es la economía (una ciencia) es comprensible y que la atención al malestar social, político y económico es imprescindible en cualquier análisis, sobre todo para quien se mueve guiado por presupuestos conflictivos de clase, nos parece igualmente absurdo e incomprensible infravalorar la realidad de hecho del peso de la religión en muchos individuos, sociedades, Estados. Pero sobre todo es… racista: ¿en base a qué concepto de superioridad el tranquilo “antiimperialista” determina que el atentador que reivindica haber actuado por motivaciones precisas no se ha movido por otras? ¿Que los motivos que dicen tener en realidad no son tan importantes? La negación de las motivaciones ajenas, contra la lógica y contra los hechos mismos, es prueba de un complejo de superioridad, de quien posee la verdad y juzga por encima del hombro a los demás. Por el contrario, nosotros sabemos, porque la Historia nos lo enseña, que la religión es un móvil que siempre ha existido, y al estar ligado a la “divinidad” y a la trascendencia, se puede manifestar con expresiones de una violencia terrible. Todas las religiones. Los cristianos ayer y hoy por todo el mundo; los judíos en Palestina; los budistas en Asia; los animistas en África, etc.
La religión musulmana hoy tiene en su seno una parte considerable de personas que afirman el propio credo de modo violento, oscurantista, agresivo. Es un hecho: en los países con predominio musulmán es mucho más difícil que se pueda separar la religión del laicismo. La apostasía frecuentemente es castigada con la muerte. Y muchas veces, esta religiosidad, por varios motivos de los que los europeos somos cómplices, se afirma con sectarismo, odio, fanatismo.
Por eso nosotros somos ferozmente islamófobos, como hebreófobos, cristianófobos, etc., cada vez que la religión pasa de ser credo individual para convertirse en intento de afirmación sobre los demás.
Las viñetas de Charlie Hebdo, que se metían con todos, expresan nuestro pensamiento. Esta religión agresiva nos da miedo, y como medio de obstaculizarla, la risa es un arma importante. Quien hoy llega a negar decenios de acción y pensamiento de su mismo campo ideológico (¡cuántos comunistas fueron anticlericales o antirreligiosos!) por tácticas de juegos de sociedad, esperando atraerse indefinidas y ahistóricas “masas” islámicas para después… ¿qué? está totalmente fuera de toda lógica y comprensión.
O, seguramente, en coherencia, no identifican dogmatismo, fanatismo y opresión individual como factores necesariamente negativos.
Y llegamos a otro punto: la absoluta peligrosidad política y social de las ideas de estos “antiimperialistas”. La realidad es muy distinta de lo que simulan ver o profetizan: la realidad en la que vivimos, en el mundo occidental de 2015, se caracteriza por una agresión ultraliberal sin precedentes a los derechos de los trabajadores y de los explotados, y por la progresiva limitación de la libertad de existir de forma crítica al sistema de poder dominante. Nuestros amigos, nuestros compañeros viven también en este mundo político, económico, de valores. Comparten con nosotros esta fatiga de vivir, que se transforma en estas fases (la Historia lo enseña) en sentimientos de rechazo al diferente, que a menudo llega a ser racismo, y con ello gozan la derecha y el fascismo. Si nosotros como minoría nos refugiamos en una torre de marfil separada de la realidad, y negamos las pruebas del papel de una religión en hechos como estos, en un clima, eso sí, alimentado enormemente de prejuicios, no seremos creíbles, nos convertiremos en los típicos intelectuales radicales chic que tanto (demasiado) mal han hecho contra nuestra integración popular. Y la gente mira para otro lado. Tenemos la obligación de hacer comprender a nuestros amigos y compañeros de trabajo islámicos que estamos en el mismo barco que se llama explotación y represión, y que debemos llegar juntos a la misma meta que se llama libertad e igualdad. Para hacerlo, la religión es un lastre, que se puede llevar libremente solo si no se pretende sobrecargar a los demás. Y en este recorrido no podemos fomentar el enfrentamiento de todos contra todos, ni justificarlo, ni apagar el fuego con gasolina. El enemigo es de clase.
Ya es difícil para nosotros defender en este mundo que la libertad es un valor, que la igualdad es un objetivo, luego llegan los “antiimperialistas” con sus análisis justificacionistas… ¡ya vale!
Vayamos luego al folclore, aunque sea de mal gusto.
Es justo, diremos, desconfiar de la propaganda del poder. Los anarquistas, en este punto, no tenemos nada que aprender. Los Estados realizan complots y maniobras que ignoramos. Pero no por ello debemos creernos cualquier fantasía. De la estela química a los ovnis, de las vírgenes lloronas a las Torres Gemelas, de la eternidad de Elvis Presley a la muerte de Hitler, vale, cada uno tiene su verdad. Pero el complotismo no puede convertirse en la modalidad de análisis constante del presente porque si no, no nos salvamos.
La realidad hoy dice que dos curas fanáticos islámicos armados han asesinado a periodistas, y otro ha matado a cuatro rehenes. Punto. ¿Estarían manipulados? Seguro, decimos nosotros. ¿Por la CIA, el Mosad, el KGB, los países árabes, Le Pen? ¿Querían desestabilizar Europa, Francia, el universo? ¿Les ha enviado un periódico enemigo, el supermercado de la esquina? No lo sabemos: ¿Acaso alguien ha proporcionado fundamentos fiables para demostrar su hipótesis? ¿No? Tantos se han inclinado a investigadores, analistas… ¿sobre qué bases? ¡Ay! Las mismas vehiculadas por el poder: prensa y televisión. Entonces no seamos ridículos. También de esta manera se pierde credibilidad. Pero nuestras ideas y nuestras luchas son serias.
Pero volvamos a lo anterior, repetimos: claro que han sido manipulados. Habrán tenido manipuladores ocultos que no conocemos; pero lo que está claro se llama fanatismo religioso. Y nosotros desconfiamos del fanatismo (también del político, también cuando lo aplican los “compañeros”) y de la religión.
Nos ha parecido de mal gusto la indiferencia con la que algunos han comentado estas muertes, afirmando (y es cierto) que en Palestina han muerto más periodistas y en el silencio generalizado. Denunciar el régimen de apartheid violento que gobierna en Palestina es necesario, criticar el cinismo y la hipocresía de nuestros gobernantes y de nuestra prensa es indispensable: sobre esto ¡ni un paso atrás! Pero ¿qué tiene que ver Charlie Hebdo? Una injusticia, un crimen en un lugar no puede anular una injusticia en otra parte, por retorcimiento a mala fe. Queda como tal, si nuestro desdén es sincero.
Luego llegamos a la locura de quien exalta el acto violento en sí, sosteniendo que la sociedad es violenta, por lo que cualquier medio es lícito para desestabilizarla. Como decía Vittorio Arrigoni: “Seamos humanos”; y por esto nosotros desarrollamos actividad social, por esto nos esforzamos, sufrimos y luchamos: queremos un mundo mejor, diferente: revolucionado. Pero ningún mundo será verdadera y drásticamente diferente si para conseguirlo utilizamos los mismos medios deshumanizados de quienes nos oprimen. Atención: no es un discurso pacifista (que no lo somos), consideramos necesario poder defenderse y contraatacar. Pero siempre teniendo claro que los medios deben ser coherentes con los fines, de otra manera será una nueva catástrofe (y la historia del siglo XX, con sus revoluciones fracasadas por el autoritarismo de movimientos supuestamente “populares” así lo demuestra).
La acción violenta en sí no es un valor, y quien lo afirma expresa nihilismo y frustración individual, no amor por la humanidad. Pero nosotros, en último análisis ¿por qué luchamos? ¿Por qué sacrificamos tiempo, dinero y afectos?
Max
Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.320 (marzo 2015).