Un argumento habitual, y no solo en conversaciones vulgares, también en artículos de opinión en ciertos medios, que deberían ser un poquito más rigurosos, es que grandes pensadores y científicos ateos en la historia acabaron convirtiéndose al estar a punto de espicharla. Desde que tengo uso de razón, llevo escuchando esta cantinela atribuida especialmente a autores que dieron un golpe mortal a la creencia religiosa; es el caso, por citar a los más conocidos, de Voltaire, Marx, Niezsche o Darwin (últimamente, algo he oído también de Sartre).
Recuerdo una entrevista a otro lúcido ateo, Bertrand Russell en el que se le recordó esa supuesta conversión de tantos infieles; el filósofo y científico torció el gesto para, sencillamente, afirmar que era muy poco honesto por parte de los creyentes utilizar hechos que no eran ciertos. Por supuesto, la estadística hace que, muy probablemente, haya habido alguna que otra conversión de ateos ilustres, pero seguro que no entre los citados y seguro que no de una manera mayoritaria ni excesiva. En cualquier caso, si cualquiera de esos ateos, cuya obra es de una importancia extrema para la historia de la humanidad (y ahí está el quid de la cuestión, no en lo que pudiera pasar por su mente en sus últimos momentos), se hubiera convertido, pienso sinceramente que no significa nada. Y no significa nada para alguien, sea ateo o no, honesto y cultivado que no está en una desesperada búsqueda de confirmación de sus creencias.
Además de esta falta de honestidad utilizando falsos argumentos, por parte de algunos creyentes, creo que estas argucias en busca de supuestas conversiones ateas encierran algo más. Se quiere demostrar con ello que la creencia religiosa (normalmente, el monoteísmo) es inherente al ser humano. También, que es «necesaria» o, en caso de que no exista supone un camino hacia la «perdición» (ya se sabe, «salvación» es el término contrario). Esto también resulta bastante exasperante, ya que el argumento es que si no pienso como tú (o «creo» como tú) acabaré en alguna suerte de destino infernal (y este término, a pesar de que ya no lo usa ni el Papa, no siempre es una hipérbole o una metáfora). Hay una frase, creo que es de G.K. Chesterton, algunas de cuyas novelas he podido disfrutar (todo sea dicho), que reza algo así como que si el ser humano no cree en Dios acaba creyendo en cualquier otra cosa (y algunas de esas cosas, debe sostener el argumento de manera implícita, terribles). La cuestión creo que merece un poquito mayor de profundización y rigurosidad. Desgraciadamente, esa hondura filosófica no siempre tiene cabida en esta controversia sobre si la creencia religiosa, bien entrado el siglo XXI, es o no necesaria (a mí me gusta más emplear el apelativo, para iniciar el debate, de «si es o no perniciosa»). Si a estas alturas los argumentos son falaces, como lo mencionado al comienzo del texto, o como ese también habitual de que el ateísmo es radical y agresivo. Radical, por supuesto que lo es, en el sentido de querer profundizar en la cuestiones. Lo segundo, las acusaciones de violencia y agresividad, no merecen atención, pero va unido seguramente a esa ausencia de moral que algunos creyentes le presuponen al ateo.
De nuevo, bebemos en fuentes clásicas: «Si Dios no existe, todo está permitido»; no hay ya un juez trascendente que juzgue y castigue al hombre, por lo que atengámonos a las consecuencias. Yo diría más bien «…todo es posible» y la frase me parece lo más lúcida y libertaria. En cualquier caso, a estas alturas, no es posible sostener el argumento de que la moral va unida a la creencia religiosa, hace ya mucho tiempo que se ha demostrado que no es así. A pesar de ello, no se niega el papel importante que las religiones pueden haber tenido en la historia en ciertos ámbitos, pero estamos en el siglo XXI. Por lo tanto, para iniciar el debate, si es que se quiere hacerlo, habría que desterrar en primer lugar argumentos falsos o pueriles. Sí, sé que también se hace por parte de algunos ateos (al fin y al cabo, somos humanos). Si alguno dice: «mira, ese religioso, que se volvió ateo antes de morir». Puede ser un hecho cierto o no, pero nada demuestra a priori y nada de valor para la polémica filosófica y vital puede haber detrás. Como ocurre en el caso contrario, la intención seguramente será mostrar que se volvió finalmente lúcido como un argumento a favor, en este caso, de la no creencia. Por otra parte, si el ateo se limita a señalar a un creyente como alguien inmoral (o incluso amoral), el cabreo lo imagino mayúsculo por parte de la muy nutrida comunidad religiosa. Otra cuestión muy diferente es si la creencia religiosa invita a algunas personas a hacer actos deleznables en nombre de su verdad sagrada. Como dijo otro clásico, esta vez contemporáneo y ateo: «Con o sin religión habría personas buenas y malas, pero solo la religión hace que personas buenas hagan cosas malas». Bueno, cierta o no, la aseveración, tal vez excesiva o tal vez algo simplista, al menos es algo para profundizar y debatir. Espero que se haga y, sobre todo, de forma honesta.