Días después de la cumbre de la OTAN en la capital del reino, todavía nos invade la vergüenza ajena ante el nivel de subordinación y genuflexiones de la politiquería de ese inefable país. Como es sabido, la fuerza atlántica, lejos de disolverse como organización terrorista armada, como ya debió hacer décadas atrás, estableció su línea de actuación para los próximos diez años. Entre sus objetivos, para orgullo de la derecha más extrema, y como no podía ser de otra manera, está el defender todavía más la integridad territorial de todos y cada uno de sus socios; de manera explícita esta vez, se alude a los flujos migratorios. Por supuesto, Pedro Sánchez, al frente de la autoproclamada coalición de gobierno más progresista de la historia, ha mostrado su entera satisfacción por haber servido de sede a los gerifaltes del imperio. Con una crisis encadenada tras otra, estando al borde del colapso económico debido al sistema capitalista y con una democracia representativa, que asegura el control de las élites políticas y económicas, la fuerza atlantista, como insigne representante de la civilización occidental, se repliega en su deseo de buscar con ardor enemigos entre los que se encuentran los desgraciados del mundo en busca de una vida mejor. Nadie esperaba más, al fin y al cabo ya estamos olvidando en nuestra descerebrada sociedad mediática los recientes asesinados en la frontera marroquí por parte de las sacrosantas fuerzas del orden.
Y es que parece mentira que continuemos con nuestras grises vida en plena (gran) crisis de una modernidad empecinada en hablar todavía, sin el menor asomo de vergüenza, de «progreso» y «desarrollo». Si alguien esperaba, después de que la pandemia del Covid afectara también al primer mundo, que aprendieramos a ser más solidarios y concienciados ante un mundo desigual, los incidios estaban equivocados. Al fin y el cabo, el capitalismo ha demostrado tener mucha más capacidad de innovación y mutación de lo que predijo el viejo Marx; en lo que ataña a la política, los gobernantes, de uno u otro pelaje, se muestran razonablemente tranquilos mientras no entremos los ciudadanos en una fase de madurez para aprender a crear nuestras propias herramientas de gestión directa. Sí, lo diremos una vez más, la invasión de Ucrania por parte del ejecutivo ruso es repulsiva, pero olvidamos pronto que las guerras parecen formar parte del código genético del capitalismo y que en ningún momento ningun Estado ni ninguna fuerza militar de las que forman parte han trabajado de verdad por la paz, por no hablar de justicia social. Pero, continuemos con el inicuo «control de los flujos migratorios».
Conviene recordar a los que todavía conservan algún atisbo de fe en un gobierno «progresista», que todos y cada uno de ellos ha mantenido su política de contención de la migración para asegurar que el sistema capitalista se mantenga bien en funcionamiento convirtiendo a las personas en una mercancía más. Sí, cuando la migración es «indeseable» opera la fuerza represiva más evidente, léase Ceuta y Melilla, pero la hipocresía del sistema es tal que la legalidad establecerá adecuadamente qué personas son adecuadas según las necesidades del mercado laboral. Estos acuerdos para decidir qué migrantes son aptos para ser explotados, mientras otros son cruelmente reprimidos, son obviamente resultado de acuerdos entre gobiernos con el beneplácito toda suerte agencias para el desarrollo y ONG asistencialistas, que maquillan y sustenta el mundo en que vivimos; no es casualidad que poco antes de la desmedida actuación de la policía marroquí, en perfecta connivencia con las fuerzas del orden españolas, Pedro Sánchez mostrara su satisfacción de haber negociado satisfactoriamente, podemos adivinar qué, con el déspota marroquí. En plenas crisis globales de todo tipo, las migraciones, resultado precisamente de los muchos conflictos bélicos, de la injusticia económica y de la opresión política, debería ser uno de los campos donde demostrar que es posible un mundo libre y solidario, sin fronteras de ningún tipo. Ello, a pesar del enésimo repliegue armado de las inicuas élites del mundo, que esperemos muestren con ello sus últimos estertores.