Recientemente, ha habido varios episodios, en este indescriptible país llamado España, que bien merecen ser comentados, aunque no dejen de ser más de lo mismo. Uno de ellos lo protagonizó el líder de la muy repulsiva diestra hispana, el inefable Pablo Casado, que soltó en el Congreso nada menos que «la Guerra civil fue el enfrentamiento entre quienes quería la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia». Las irritantes y disparatadas ocurrencias de unos conservadores que poco o nada tienen de auténticos liberales. Por supuesto, la obvia estrategia de Casado pasa por, una vez más, apelar a esa supuesta reconciliación entre españoles que supuso la muy fraudulenta Transición a una democracia, que al parecer sirve para que dialoguemos pacíficamente sin que asome la sombra de la España cainita. Por supuesto, mejor aludir a un enfrentamiento abstracto entre dos Españas, que a la lucha de clases pura y dura dentro de un país atrasado, cuyo colofón fue el golpe de Estado de los generales facciosos en nombre de una forma de fascismo, pero también de la tradición más casposa y de la defensa de las clases privilegiadas. La derrota de la dignidad y la victoria fascista tuvo como consecuencia cuatro décadas de dictadura férrea, que pasó por varias etapas, desde el totalitarismo con brazo en alto hasta, sin abandonar en absoluto los tintes autoritarios, una liberalización económica que supuso la falsa prosperidad económica en nombre del capitalismo.
El resto es también historia, con una Transición que trajo libertades meramente formales, y una continuidad económica, que nos sume en una crisis tras otra, con el apaciguamiento social que supuso la victoria de un gobierno supuestamente progresista, cuyas políticas «modernizadoras» poco tendrían que envidiar a las que hubiera llevado a cabo la derecha pura y dura. La estrategia de Casado, a pesar de los intentos de leyes de memoria histórica claramente insuficientes por parte de fuerzas parlamentarias, no es más que la impuesta desde la Transición por el conjunto de la clase política: ese tirar por la calle de enmedio, en nombre de no sé muy bien qué conciliación entre hermanos, que encubre todo lo que aquello de continuidad. Por cierto, otro lugar común es considerar el conflicto español una guerra entre hermanos, algo igualmente mistificador, pero para mí doblemente perverso. Eso es, porque mi naturaleza internacionalista me obliga a considerar cualquier guerra como repulsiva y fraticida, argumento que por supuesto no tienen en cuenta todos los que se subordinan a esa abstracción llamada nación, en nombre de la cual se realizan las mayores atrocidades. Por supuesto, no soy un ingenuo pacifista y, si he de abrazar una lucha, será la mencionada contra la pobreza y la indignidad, que no otra cosa es para mí la llamada «lucha de clases».
Pero, vayamos con otro episodio, esta vez en el contexto del Ayuntamiento de la capital de este reino insufrible que es España. Resulta que hay un concejal de Partido Popular, con un nombre interminable que dice mucho sobre la historia reciente de este inenarrable país, Francisco de Borja Fanful Fernández-Pita, que soltó otra prenda gloriosa. Esto fue, a propósito de las polémicas con el cambio de nombre de las calles, muchas de ellas todavía adornadas con ilustres prohombres relacionados con el franquismo. El tal Borja llegó a decir, siguiendo el guion habitual, que «la guerra civil no la ganó nadie» y acusó a la oposición socialista de hacer «revisionismo histórico». ¡Tiene bemoles la cosa! Yo que pensaba que el revisionismo se atribuía, principalmente, a los que se saltaban cierto consenso establecido para justificar visiones delirantes como es la negación del exterminio de millones de personas por parte de los que ayudaron a Franco a ganar la guerra. ¡En fin! Solo recordar el apellido Fanjul, que lo llevaba uno de los generales facciosos de 1936, bisabuelo del concejal de marras, y también el hijo de aquel, de ideología falangista y procurador en las Cortes durante la dictadura franquista. No, Borja, nadie tiene la culpa de los crímenes de su familia, pero da la impresión de que usted es un continuador de la saga, sencillamente adaptado a los nuevos tiempos «democráticos». ¡Lo dicho, las cosas del inenarrable reino de España!