Haz lo que te dé la gana

Son las necesidades revolucionarias las que crean organizaciones revolucionarias y no al revés. El tejido social existe per se y no puede crearse ex profeso -a no ser que con tejido social no se pretenda más que designar lo que toda la vida se ha denominado como simpatizantes-. No es ni más ni menos que las imbricaciones sociales en las que todas las personas estamos inmersas y lo que pretendemos es liberar esta imbricación de cualquier forma de violencia y dominación, empezando por la estructura autoritaria y jerárquica. Si la sociedad es abrumadoramente conservadora -lo es en apariencia- si está enmohecida, producirá moho y poca gente escapará a este destino. La minoría crítica se encontrará aislada. El anarquismo se debate entre un crecimiento cuantitativo improbable y una violencia disociada del apoyo popular al menos si nos ceñimos al mundo occidental y desarrollado, debido a la malévola función distorsionadora de los medios de formación de masas. Cada cual debe decidir cual es el ámbito de actividad que más se acomode a sus tendencias y características individuales.

Hay quien, rebasando el muro de tópicos y maledicencias con la que tanto la derecha como la izquierda -es decir, los hombres de Estado- se refieren a la anarquía (las excepcionales veces que se refieren a ella, ya que incluso les da miedo mentarla aunque sea para mostrar su desprecio, hasta tal punto llega la condena al ostracismo), logra llegar a simpatizar con las ideas anarquistas, aún cuando no se implique en la defensa abierta de las mismas. Este fenómeno se debe a las múltiples exigencias que el activismo anarquista suele acarrear, desde aburrirse pegando carteles hasta el exceso de adrenalina del sabotaje. Convertirse en un «militante», «militar» -ese verbo tan feo-, se convierte en algunos casos en  la tabla de salvación de quienes no saben qué hacer con su vida, siendo esto último, es decir, el conflicto interior preferible a la paz del borrego sumiso, propia de quienes militan en organizaciones políticas convencionales -esto no es óbice para que no nos organicemos a una escala mayor que la individual para hacer colectivamente lo que nos dé la gana-. Los primeros no obtendrán por recompensa más que la práctica de una ética coherente, el beneficio para los segundos es convertir su ideología en un medio oprobioso para desarrollar una profesión, al abrigo del partido y del Estado, colmando su ambición y vanidad y convirtiéndose frecuentemente en seres vulgares y mediocres, siempre pendientes del cargo y de conservar, sino incrementar, su parcela de poder. Servidores públicos se llaman a sí mismos, jactanciosos. Desconfiad de todo aquel que diga que quiere serviros, pues sus intenciones son precisamente las contrarias: servirse de vosotroas. Es un esclavo que pretende esclavizaros. Ningún hombre y ninguna mujer libres serán jamás servidores públicos. Creo que hay un exceso de seriedad y obligaciones contraídas en toda ideología que se convierta en nuestro único objetivo en la vida. No estoy afirmando que haya que renegar de cualquier tipo de activismo, pero siempre debería rehusarse de convertirse en un «revolucionario profesional». Puedo pegar un cartel o meterle fuego a un contenedor, pero esto siempre hay que hacerlo con un sentido lúdico de la existencia, lo hago porque me apetece, no por compromiso obligatorio; y menos si es sugerido por un compañeroa o un libro. Naturalmente, para planificar ciertas actividades hay que contar con un mínimo de seriedad, pero como dijo Emma Goldman «o la revolución me deja bailar, o no quiero revolución».

El Estado-Capital, cuyo terrorismo político, económico, energético y ecocida es cada día que pasa cada vez más evidente, le es indiferente qué actividades desarrollan explícitamente loas anarquistas. Da igual que estés en una organización legal, alegal o ilegal. Da igual que tu activismo sea «pacífico» o «violento». Quienes nos proclamamos enemigos del Estado-Capital caemos, por definición, sin más argumentos, en la insidiosa y recurrente categoría de terroristas. Hay gente en la cárcel que ha vulnerado el código penal, y hay gente en la cárcel cuyo único delito es propagar ideas pacíficamente. Los que destruyen la naturaleza nos dan lecciones de ecologismo, los que viven en el derroche nos dicen que debemos ser austeros, los que claman contra la violencia y el terrorismo organizan guerras, los que dictan cuándo y con quién debemos ser solidarios encubren a los que tienen su dinero en paraísos fiscales -o limpian el dinero de los mafiosos con sus amnistías fiscales-  y los  intelectuales que defienden este estado de cosas son la secta comprada que clama no haber cedido nunca al cinismo y haberse constituido en vigías de la honradez y la ética. Y, últimamente los más fervientes defensores de la sociedad clasista se desgañitan exigiendo igualdad.

Existen mil razones para luchar y ninguna para no hacer lo que te dé la gana -pero cerciórate bien de qué es lo que realmente te da la gana-  (Cuidado que el tiempo pasa y pesa. Por desgracia, madurar suele ser sinónimo de contraer obligaciones).

V.J. Rodríguez González
https://www.portaloaca.com/opinion/haz-lo-que-te-de-la-gana/

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