ANARQUISMO TOMÁS IBÁÑEZ

El anarquismo justo antes, durante, y después de Venecia 84: un breve repaso

Voy a hacer una brevísima reseña del anarquismo poco tiempo antes, durante, y después de Venecia 84. Pero en estas jornadas, las de 2024, que constituyen una suerte de retorno al presente de Venecia 84, resulta ineludible mencionar a los organizadores y las organizadoras del evento de hace cuarenta años porque, incluso antes de que este tuviera lugar, su iniciativa y su acción ya estaban en plena consonancia con lo que iban a ser las características y el significado del propio evento.

Para organizarlo, no se precisaba el respaldo de una potente organización anarquista; bastaba la firme voluntad de un pequeño colectivo; bastaba una buena dosis de audacia, porque, desde luego, los riesgos de convocar tal evento en Venecia eran enormes; bastaba con haber tejido con paciencia una red internacional informal de solidaridad, amistad e intercambios; bastaba con confiar en la capacidad de los y las  participantes para autogestionar responsablemente su presencia y sus actividades durante las jornadas; en definitiva, bastaba con querer crear un espacio de libertad y convivencia para que el anarquismo de aquel momento pudiera expresarse, debatir, confrontar ideas y, con ello, seguir en movimiento.

Tan solo bastaba con todo eso, pero, todo eso era necesario, y reunirlo representaba un enorme reto. Me parece que la gratitud hacia quienes asumieron ese reto nunca será lo suficientemente intensa, y no me perdonaría no expresarla aquí, en este preciso momento. Así pues, ¡Grazie di cuore, compagni e compagne del ottantaquattro!

Aunque fueran muy importantes en su época, hay acontecimientos sobre los que nos limitamos a surfear, nos deslizamos sobre ellos como si no tuvieran profundidad. Sin embargo, hay otros cuya mera mención hace brillar nuestros ojos y despierta el deseo de sumergirnos en ellos. Es el caso, por ejemplo, del gran festival de Woodstock en 1969, que permanece en nuestro imaginario como un momento privilegiado de la contracultura, porque simbolizó un grito de ruptura donde anidaba la promesa de nuevos tiempos y donde se manifestaba el deseo de hacer estallar la sofocante tiranía de las normas dominantes.

Salvando las diferencias y ciñéndonos exclusivamente a la esfera anarquista Venecia 84 representa uno de esos grandes acontecimientos que están llenos de una extraña magia, y que quedan profundamente grabados en el corazón de quienes los hemos vivido. Despierta una avalancha de imágenes y de  recuerdos de momentos compartidos, evoca la presencia de amigos y amigas que fallecieron, y representa un sinfín de sueños que de repente se hicieron realidad en el marco de un encuentro que resulta inolvidable porque, entre otras cosas, nos permitió saborear el placer de vivir durante unos días como anarquistas, entre anarquistas, en un lugar mítico.

Los miles de jóvenes libertarios que acudieron fueron agradablemente sorprendidos por el ambiente que allí encontraron, por la hibridación que se produjo entre, por un lado, la reflexión y la confrontación de ideas, a veces muy opuestas, y, por otro, su dimensión eminentemente festiva, impregnada de toda la fraternal afectividad anarquista. Sin embargo, aunque celebraban haber acudido en tan gran número, no manifestaban gran sorpresa ante la magnitud numérica de la asistencia.

En cambio, esa sorpresa sumergía a quienes, por ser algo más mayores, llevábamos un tiempo más dilatado recorriendo los senderos del anarquismo. Con asombro, nos frotábamos los ojos sin dar crédito a lo que veíamos, porque cualquiera que hubiera soñado, simplemente soñado, a principios de los sesenta, con un encuentro como el de Venecia habría sido inmediatamente acusado de delirar bajo los efectos de sustancias alucinógenas.

En efecto, tras el aplastamiento de la revolución española en 1939, el anarquismo se vio inmerso en una larga y árida travesía del desierto que duró unos treinta años.

Ciertamente, en la primera mitad de la década de los sesenta, se produjeron algunas bellas llamaradas de anarquismo en las grandes marchas británicas contra la bomba atómica. Marchas de varios días en las que el famoso Comité de los Cien, presidido por Bertrand Russell, llamaba a la acción directa, y en las que la red anarquista de «espías por la paz» había logrado la increíble hazaña de piratear y divulgar la ubicación secreta de los refugios atómicos encargados de proteger al gobierno, dejando a la población a la intemperie, por supuesto.

Y también aparecieron los provos de Ámsterdam, que ya en 1965 agitaban la sociedad holandesa y sembraban semillas anarquistas mediante, entre otras cosas, sus famosas bicicletas comunitarias pintadas de blanco.

Sin embargo, en la mayoría de los países, los y las anarquistas no eran en esa época más que unas pocas docenas, o como mucho unos pocos cientos, formando pequeños colectivos. Por eso, cuando en 1966 se organizó en París un encuentro europeo de jóvenes anarquistas, nos felicitamos efusivamente por el «enorme» éxito de haber reunido a… unas decenas de participantes.

Entonces, ¿qué había ocurrido para que, pocos años después de ese panorama más bien desalentador, miles de anarquistas acudieran en masa a Venecia, al igual que, en circunstancias ciertamente muy especiales (el final de la dictadura franquista), habían acudido también a las Jornadas Libertarias de Barcelona en 1977? La respuesta se encuentra en gran parte, aunque no exclusivamente, por supuesto, en el extraordinario acontecimiento que fue Mayo de 1968.

Por supuesto, esa fulgurante e inesperada, totalmente inesperada, conflagración de una parte de la sociedad no adoptó los rasgos de una revolución en el sentido clásico, pero fue un momento de enorme creatividad revolucionaria que abrió una brecha entre un antes y un después, poniendo fin a un conjunto de prácticas políticas que de repente quedaron obsoletas, y formulando concepciones que renovaron las formas de pensar, luchar y comportarse.

Por cierto, lo que sigue siendo bastante sorprendente es que esta poderosa explosión, que tuvo muy fuertes connotaciones anarquistas, se produjera prácticamente sin anarquistas, o al menos sin que los anarquistas tuvieran una presencia numérica significativa, salvo quizás en los prolegómenos de Mayo del 68 en la Universidad de Nanterre. Y esa presencia fue completamente insignificante cuando, espontáneamente, se encendió la mecha de Mayo del 68 el viernes 3 de mayo en los alrededores de la Sorbona. Y, sin embargo, no cabe duda de que la onda expansiva que comenzó en el 68, y se extendió durante las décadas siguientes, impulsó tanto la renovación del anarquismo como su expansión numérica.

Porque, por supuesto, las semillas que Mayo del 68 esparció a los cuatro vientos también cayeron en los jardines del anarquismo, así que Venecia 84 reunió a un anarquismo internacional que ya había recibido el impacto del 68, pese a que ciertos sectores siguieran inmunes a esa influencia.

Esas semillas, algunas de las cuales ya estaban presentes en el anarquismo desde sus inicios, incluían la crítica a la acción política revolucionaria centrada en el proletariado como sujeto revolucionario casi exclusivo, y en todo caso principal, y también llevaban consigo el desplazamiento de las luchas hacia las opresiones cotidianas, lo que conducía a la correspondiente multiplicación y diversificación de los frentes de lucha; formulaban, además, una fortísima crítica al vanguardismo alentando la autonomía de los individuos y colectivos para decidir su propio camino; promovían la renuncia a los objetivos escatológicos en favor de un énfasis en el presente, el aquí y ahora; y, sobre todo, animaban al rechazo radical de los principios autoritarios y las relaciones jerárquicas, etc.

La propagación de esas semillas en el tejido social representó una especie de enjambre del anarquismo fuera de su propio espacio identitario, hasta el punto de que, transportados por el ethos de Mayo del 68, algunos de sus principios se infiltraron en los hábitos políticos de los nuevos movimientos sociales, sin que éstos se reivindicaran en lo más mínimo como anarquistas. Fue el comienzo del anarquismo extramuros que surgiría unos años más tarde y sobre el que volveré.  

Venecia 84 ejemplificó a la perfección el hecho, conocido desde hace mucho tiempo, de que el anarquismo no puede ser abordado como si fuera una entidad monolítica y compacta, un bloque homogéneo. El anarquismo es una entidad múltiple, un caleidoscopio o una especie de traje de Arlequín. De hecho, su representación más adecuada es, sin duda, la de una galaxia, la galaxia anarquista, es decir, un conjunto de elementos diversos que, sin embargo, forman un todo identificable como tal, y es esa diversidad constitutiva la que hace que a menudo sea mucho más acertado hablar de anarquismos en plural, los anarquismos, que del anarquismo en singular.

Por otra parte, como bien sabemos, a los y las anarquistas se les reconoce por su forma de ser, por lo que hacen (lo que también significa por lo que se niegan a hacer, por ejemplo, negándose a alcanzar cuotas de poder o de éxito social y económico, como le gusta señalar a Marianne Enckell), se les reconoce por su forma de comportarse tanto o más que por lo que dicen. Eso, por supuesto, nos reconduce a la imperiosa exigencia de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y entre lo que se pretende hacer y la manera de hacerlo, es decir a la enorme importancia de la ética.

Podríamos preguntarnos cómo ha cambiado el anarquismo, ya no entre los años 60 y 1984, sino entre 1984 y 2024.

De hecho, no se ha producido ninguna bifurcación pronunciada, ningún cambio abrupto, porque en el anarquismo los cambios no reniegan del pasado, aunque eventualmente lo critiquen de forma radical, sino que se apoyan en él para seguir avanzando y construyendo nuevas formulaciones.

Entre el anarquismo del 84 y el de hoy, más que diferencias abruptas y tajantes, lo que podemos discernir son líneas evolutivas que incluyen atenuaciones, o incluso eliminaciones, de ciertas características, mientras que otras se acentúan y refuerzan.

Por ejemplo, aunque el movimiento anarco punk, que se había iniciado en Inglaterra unos años antes con el grupo musical Crass (1977), ya estaba presente en la época de Venecia 84, no ha dejado de crecer desde entonces, y hoy en día hay cientos de grupos musicales en todo el mundo, se llamen anarco punk o de otra manera, que recurren a la música como actividad militante para difundir el anarquismo y, sobre todo, las luchas concretas que este desarrolla contra los múltiples aspectos de la dominación. Los anarco punks, y grupos similares como Black Bird de Hong Kong, han encontrado una forma de llevar la sensibilidad y la protesta anarquista a amplios sectores de jóvenes a los que no se podría haber llegado de otra forma.

Otro ejemplo, aunque en el 84 el anarquismo se había fortalecido gracias a la explosión de Mayo del 68 y ya se vislumbraban los inicios de un anarquismo extramuros, no fue hasta la extraordinaria manifestación de Seattle en 1999 contra el G8 cuando asistimos a un auténtico resurgimiento y a una fuerte expansión numérica del anarquismo, que proliferó geográficamente y penetró en un buen número de espacios sociales.

Como sabemos, los manifestantes de Seattle articularon formas de lucha basadas en la acción directa, establecieron modos de organización completamente horizontales en los que las decisiones se tomaban por consenso, pusieron a la orden del día el rechazo a recibir órdenes de los lideres, así como un rechazo visceral a las jerarquías y la sospecha ante cualquier práctica de poder, etc. Todo ello evocaba de lleno los principios anarquistas, y se repitió a lo largo de los años siguientes con las numerosas acciones de masas contra las cumbres capitalistas, pero también con las ocupaciones de plazas en diversos países.

Lo que Seattle puso en el orden del día, y lo que posteriormente tuvo lugar, no necesitaba declararse anarquista para serlo realmente en la práctica. El anarquismo extramuros se convirtió así en una de las expresiones más importantes del anarquismo, y eso significó que, tras el anarquismo sin adjetivos propugnado por ciertas corrientes anarquistas, lo que acontecía ahora era la generalización del anarquismo sin su nombre, es decir, una especie de anarquismo de incógnito, no porque pretendiera ocultar su nombre, en absoluto, sino porque lo desconocía y, por tanto, carecía de él, dando lugar ya no a un anarquismo proclamado, sino a un anarquismo de hecho.

Tercer ejemplo, los Black Blocs. Los Black Blocs, surgidos en los medios autónomos de los squats alemanes de los años 80, se desarrollaron después de Venecia y cobraron fuerza, sobre todo en las manifestaciones antiglobalización de principios de los años 2000, contribuyendo a dar visibilidad mediática a la presencia de ciertas formas de anarquismo en los enfrentamientos con las fuerzas represivas.

Último ejemplo, mientras que el anarquismo era prácticamente inexistente en el ámbito académico hasta principios del siglo XXI, es decir hasta ayer o anteayer, en los primeros 20 años del presente siglo se han publicado docenas y docenas de obras sobre el anarquismo por parte de académicos anarquistas, y la presencia del anarquismo dentro de la universidad es claramente visible hoy en día con, por ejemplo, la Anarchist studies network en Inglatera, o el North American Anarchist Studies Network en Estados Unidos.

Es más, como demostró claramente Venecia 84, la paleta del anarquismo que ya estaba ricamente coloreada por aquel entonces, se complementó posteriormente con nuevos matices como el ecoanarquismo de acción directa, el anarcofeminismo radical, el anarquismo postcolonial, el anarquismo queer, el postanarquismo, etc., etc.

De hecho, desde Venecia 84 el anarquismo no ha dejado de evolucionar para hacer frente a los desafíos del poder y poner en práctica la insumisión voluntaria y la ética de la revuelta permanente.

Centrado en el presente, el anarquismo contemporáneo (al menos así lo veo por mi parte) da prioridad a la resistencia y proclama la primacía de las prácticas.

La lucha va así más allá del ámbito estricto de la confrontación, y reencuentra la vieja preocupación anarquista por construir alternativas libertarias positivas en el seno de la realidad existente.  Alternativas constituidas por espacios y estructuras que permitan, o prefiguren, otra forma de vida, una forma de vida anarquista.

Como dice Uri Gordon, y cito: el desarrollo de estructuras no jerárquicas en las que la dominación es constantemente hostigada, perseguida y combatida constituye, para muchos y muchas anarquistas, un fin en sí mismo.

Hoy, sin abandonar la lucha en esos ámbitos, la beligerancia anarquista ya no se centra de forma privilegiada en el Estado o en la estructura económica, sino que se extiende a todas las formas de dominación, y es precisamente la lucha contra todas las formas de dominación lo que caracteriza más profundamente al anarquismo contemporáneo. Hace cuarenta años, Venecia 84 contribuyó poderosamente a mantener el anarquismo en movimiento, y ese es, para mí, su maravilloso e indeleble mérito.

Intervención de Tomás Ibáñez el 18 de octubre 2024 en Venecia

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