Siempre tengo muy presente una charla del bueno de Agustín García Calvo (algo ininteligible a veces en sus propuestas radicales para el común de los mortales, todo hay que decirlo) en la que sostuvo algo así como que él pasaba totalmente de estar impregnado a diario de los medios de desinformación. Cito de memoria, y con toda la inexactitud e incluso algo de distorsión que eso puede conllevar, pero creo que el saludable espíritu libertario y algo nihilista era ese. El caso es que, en aquella época en la que yo era todavía un candoroso mozalbete cargado de cuestionable energía positiva, defendía con cierto ardor lo contrario; venía a decir que había que estar bien informado sobre la sociedad que sufrimos, precisamente, para poder combatirla con conocimiento de causa y transformarla a mejor. A pesar de aquella tierna oposición, como dije al principio, siempre tuve en cuenta aquellas palabras y, hoy por hoy, sin caer en ninguna suerte de solipsismo, pienso y actúo de modos harto diferentes. Y es que al cabo de los años la sociedad mediática, con la irrupción de nuevas tecnologías, internet, redes sociales y demás medios de desinformación, solo ha ido a peor para afección de aquellos incautos exentos de espíritu crítico; no ya que moldeemos nuestro imaginario, y nos manipulen de una u otra manera, a conveniencia de unos determinados paradigmas políticos y económicos, es que directamente nos impregnamos de la más pura estulticia a poco que nos dé por estar pendientes de los consabidos chismes en los dispositivos electrónicos.
Efectivamente, los medios y la tecnología nos moldean en gran medida a imagen y semejanza de la mezquina y frívola sociedad que sufrimos. Y el que suscribe, hasta que se demuestre lo contrario, y a pesar de la enorme estatura intelectual y moral que demuestra a diario, es también un ser humano, por lo que es justo reconocer que no siempre es posible escapar a esas situaciones. De esa manera, a poco que uno cruce unas palabras con los vecinos, en la barra de un bar o haciendo una pausa en el trabajo, se acaba enterando de un cúmulo considerable de datos baladíes, estériles, inanes junto a otros epítetos en los que ahora no caigo. Y no estoy hablando, necesariamente, de cosas como no sé que diablos reciente pugna entre un multimillonario futbolista con su expareja, cantante de éxito, algo que en cualquier caso tiene un indignante peso mediático hasta el punto de estar en boca de casi todo el mundo. Me refiero a que la profundización política del personal no suele pasar de mencionar lo bien que habla inglés el presidente del Gobierno, en no sé que evento, o lo correctamente que se ha expresado cualquier otro político, sin la más mínima profundización en las medidas reales que hay detrás, o cosas superfluas por el estilo. Hace tiempo que ya está evidenciado que la democracia electiva es una miserable farsa, que el sistema se basa en la más pura demagogia, pero no parece importar ya demasiado a una masa proclive a la más pura enajenación revestida de boba frivolidad, mientras otros mantienen la ilusión de que, algún día, llegarán al poder los que cambien las cosas.
Por otra parte, una percepción de la realidad bastante objetiva es que internet ha puesto a nuestra libre disposición, junto a una aglomeración incontable de estupidez, también grandes obras de la literatura y el pensamiento; algo impensable hace unas décadas, con la única posibilidad del medio impreso y la permanente ilusión de la propaganda por parte de aquellos que quieren cambiar el mundo. Este indefinido acceso a la información se ha defendido por algunos como una especie de democratización, valga el palabro, de la cultura; sin embargo, sería digno de estudio qué diablos es lo que construye el deseo de gran parte del personal, incapaces de la más mínima inquietud al respecto. Las nuevas tecnologías y comunicaciones, no solo no ha procurado individuos mejores o más libres, muy al contrario, ha dado lugar a seres cada vez más cercanos a la idiocia; tal vez, una de las razones es porque este barniz de posmodernidad encubre los mismos problemas sociales de siempre con intereses políticos y económicos que saben muy bien adaptarse a los nuevos tiempos mostrando una faz más amable o, incluso, diluyéndose hasta el punto de que pueda haber necios que piensen que nadie maneja los hilos. Urge, y mucho, quizá no tanto lo que sostuvo el bueno de García Calvo, de forma extremista, algo que se muestra tal vez imposible, ya que nos hace caer en el aislamiento o directamente en el solipsismo, pero sí promover conciencias y espíritus críticos ante la abundante estolidez que nos inunda. Para ello, quizá no es factible mantenerse totalmente ajeno al sistema; pero esa parte que, ineludiblemente, se queda dentro, que al menos se mantenga lúcidamente a salvo de tanta insensatez.
Juan Cáspar