Paradójicamente, en la actualidad se ha establecido cierta relación entre los movimientos sociales, y podemos incluir también a la izquierda política (aunque, ya sabemos que hay varias), y lo que podemos llamar discursos alternativos en cuestiones sanitarias y, más o menos, espirituales. Lo que podemos llamar simple y llanamente «pseudociencia», vamos. Esto es así, casi con total seguridad, debido a que en las actitudes progresistas (al menos, con esa pretensión) y socialmente transformadoras gustan mucho de la palabra «alternativo». Lo que ocurre, a nuestra manera de ver las cosas, es que el grado de confusión sobre cuestiones científicas es notable. Una cosa es el conocimiento científico, que en la teoría sí podemos considerarlo objetivo y neutral (aplicando diversos y razonables métodos, ninguna pretensión dogmática puede haber en ello), y otra muy distinta su aplicación. Al confundir una cosa con la otra, en el mundo en el que vivimos, donde los poderosos siguen dictando su ley, y tantas personas se ven desprovistas de las necesidades más elementales, gusta mucho, hasta extremos bastante delirantes, «lo alternativo».
En los inicios de la modernidad, con sus diferentes propuestas ideológicas (liberalismo, socialismo, anarquismo…), existió una exacerbada confianza en la razón y en la ciencia para garantizar el progreso científico. Bien entrado el siglo XXI, en la llamada sociedad posmoderna, en la que esos grandes discursos de la modernidad se ponen en cuestión (también, ya en un terreno más filosófico y difurso, la ciencia), la cosa se complica un poco bastante. Esta época de la posmodernidad ha dado lugar a la entrada de todo tipo de pequeños discursos; aunque, hay que decirlo, también grandes de forma más o menos disfrazada, por no hablar del refugio fundamentalista de algunas creencias tradicionales. Insistiremos, de entrada, en que esa crítica posmoderna al discurso científico, ignorada estoy seguro por la inmensa mayoría de incautos que abrazan todo tipo de propuestas alternativas pseudocientíficas, hay que ponerla en su lugar. Una cosa muy distinta, como hemos dicho, es la ciencia, con un método sólido y razonable de acceso al conocimiento, y otra muy distinta su instrumentalización y aplicación por parte de un sistema basada en la mercantilización y las desigualdades sociales. Estas, que suponen el sufrimiento de tantas personas, empujan a todo tipo de «creencias», que tienen como objetivo el consuelo material y/o espiritual (para nosotros, ambos campos muy relacionados).
Este razonamiento, basado en relación de causa-efecto, no pretendemos que sea dogmático, pero nos gustaría llamar la atención sobre ello. «El consuelo de los oprimidos», que podemos considerar a la religión tradicional (Marx dixit; sin que pensemos que este hombre tuviera una razon absoluta) adopta muchas otras, y sutiles, formas en la sociedad posmoderna. Llama la atención, volviendo al tema principal de esta entrada, que la izquierda social y política, abanderada del progreso, que debería reivindicar, aunque de forma crítica, las premisas emancipatorias de la modernidad, acabe asumiendo ciertos discursos pseudocientíficos y cuestionables formas de espiritualidad. No es que la derecha tenga problemas con esto, es que su terreno natural (no siempre, ojo, no seamos simplistas, pero en España fundamentalmente sí), conservador y dogmático por lo general, hace que sus creencias sean menos alternativas y más tradicionales. El ejemplo más obvio es que si gran parte de la derecha se fundamenta en la creencia monoteísta, alguna izquierda se ha visto afectada por las paparruchas de pretensión ecléctica y exótica de la New Age (donde la frontera entre religión, o espiritualidad, y discursos alternativos científicos es más difusa).
No generalicemos, ni simplifiquemos, problemas con la pseudociencia y con el delirio espiritual se dan en en conjunto del espectro político. Máxime, cuando tantas personas no se consideran hoy en día ni de izquierdas, ni de derechas, lo cual no es síntoma necesariamente de lucidez, más bien en tantos casos de desconocimiento y confusión posmodernas. Tal vez se entienda mejor, si en lugar de izquierdas y derechas, hablamos de actitudes progresistas y conservadoras. Por supuesto, un progreso verdadero que nos lleva a la mejora de la civilización humana en todos los aspectos, ya que el término también invita a la confusión si hablamos solo de avances en cuestiones tecnológicas y científicas. Ahí está gran parte del problema, se trata de defender el uso de la ciencia y la razón, pero dirigido al bienestar de todos los seres humanos. Como, al menos en la teoría, se pretendía en los inicios de la modernidad, luego defenestrado por el desarrollo de un sistema económico injusto y devastador, y una democracia débil y meramente formal.
Es este sistema, económico y político, el que instrumentaliza el conocimiento para beneficio de los que lo dirigen. Así, en cuestiones de salud y sanidad el sistema no nos gusta a los partidarios del progreso social, pero ello no puede abrir la puerta a discursos donde esa crítica se mezcla con lo alternativo (y falaz, en su propuesta ajena al verdadero conocimiento científico). Se confunde esa instrumentalización con la idea de que hay una «ciencia oficial» en manos del poder, por lo que hay que buscar otra «alternativa». Las hipótesis científicas, verificadas o no, pueden estar en manos de un poder u otro, pueden ser utilizadas por unos o por otros para determinado fin o beneficio, pero ello no desdobla el conocimiento en oficial y alternativo. Es decir, solo existe una ciencia, lo mismo que solo existe una medicina, la que se ha demostrado que funciona y se enriquece con las aportaciones sólidas de las diferentes investigaciones en las diversas culturas. El día que logremos transformar la sociedad, y dirigir por ejemplo la sanidad para cubrir las necesidades de todos los seres humanos, será utilizando procedimientos que se han demostrado eficaces. Es decir, aplicando la ciencia con un método que nos asegure un acceso al conocimiento razonable, no basado en creencias y falacias. Estas se nos díra, las personas son muy libres de abrazar; de acuerdo, pero no adoptando el nombre comercial de la ciencia: ejemplo de productos hay muchos, y no solo la homeopatía, que prometen paliar todo tipo de males. Volvamos al razonamiento anterior, de que el sufrimiento humano, incluso en la mejor y más humana de las sociedades, siempre va a suponer que las personas busquen refugio en creencias y terapias alternativas. Tratemos, al menos, aquí y ahora, de que ello no dé campo libre a tanta charlatanería y a tanta propuesta fundada meramente en la fe. Hagámoslo, también, en nombre del progreso social y, paralelamente, a luchar por poner el conocimiento científico, el mejor que conocemos para que nos dé respuestas sobre la realidad, a disposición de todos.