El entramado programático anarquista que trató de abarcar todas las áreas de interés político y social lo he denominado cultura anarquista.
He decidido adoptar este término, aun a riesgo que se confunda y se vea reducido a identificarlo con las manifestaciones culturales del anarquismo, porque creo que es el que mejor define lo que quiero expresar.
Podría haberlo denominado proyecto político-social o quizá propuesta revolucionaria, pero esto en mi opinión limitaría el horizonte del análisis. El anarquismo es, sobre todo, una teoría política y una filosofía social —una ética, si se prefiere. Desde esta óptica, el movimiento anarquista intentó, ya desde sus inicios, integrar en su bagaje su concepción de la sociedad anárquica, o al menos, de una sociedad en la quedesparecieran la explotación y la injusticia. Por ello, en numerosas ocasiones, intentó estructurarse prefigurando en la práctica ese modelo ideal. Es decir, no pretendió conquistar el poder para desde allí agilizar las transformaciones revolucionarias, al menos en esa trampa el anarquismo no cayó; lo que sí intentó en todo momento fue hacer que los medios utilizados guardaran una cierta coherencia con el fin que se perseguía.
Como es lógico, estos ensayos no estuvieron exentos de contradicciones y errores; aunque también hubo, necesario es reconocerlo, aciertos, si bien estos quedan generalmente oscurecidos por las brumas del tiempo de los indiferentes. Precisamente la historia de estas contradicciones y errores, junto a los debates y controversias que generaron y sus consecuentes acciones, constituye la historia del anarquismo.
Con este enfoque persigo dos objetivos principales que necesariamente están relacionados. Por un lado apuntar la problemática a la que se enfrentó el anarquismo y los elementos de que se dotó para resolverla y por otro analizar desde una óptica diferente las críticas a la ideología anarquista que se han ido sucediendo a lo largo de su historia.
Empezaré por este segundo aspecto, aclarando ya desde ahora que es prácticamente imposible hacer mención al innumerable material generado por las críticas al anarquismo. Por tanto aludiré a algunas de entre ellas que se encuentran, en mi opinión, entre las más significativas, aunque conviene decir que los críticos más agudos del anarquismo fueron, sin duda alguna, los propios anarquistas. Los vestigios históricos del poder son innumerables y se conservan en forma de monumentos, tanto literarios como arquitectónicos, pero esos mismos monumentos son también los testigos privilegiados de la represión alcanzada. Su construcción simboliza tanto el despotismo como el desarrollo de la servidumbre humana. En cambio los vestigios históricos de los movimientos revolucionarios son, en la mayor parte de los casos, borrados de la memoria histórica mediante la supresión de sus símbolos. Destrucción de medios de propaganda, eliminación física o simbólica de personas y cosas, etc. Por ello con bastante frecuencia resulta imprescindible recurrir a métodos indirectos para seguir las huellas de esos movimientos.
A principios del siglo XX, el anarquismo español se reorganiza, después de más de una década de desconcierto y represión sangrienta y abre nuevas expectativas para el movimiento obrero de inspiración anarquista, estimulado por las campañas de revisión del proceso de Montjuic. En Barcelona, el movimiento alcanzaría en pocos años un auge extraordinario, a pesar de las manipulaciones de una policía con un alto grado de corrupción que haría lo imposible por incriminarlo. Este mismo proceso de incriminación ha pasado sin apenas transición a la historiografía y pocos historiadores lo han tratado con objetividad. No solo porque muchos basan sus tesis en informes de confidentes y delatores, sino también porque sus estudios sobre el movimiento obrero parten, con demasiada frecuencia, de prejuicios al encarar el análisis de la ideología anarquista.
Paso ahora a esbozar brevemente el primer aspecto que me interesa tratar aquí: el reto que encaró el anarquismo y su particular forma de buscarle solución. El rechazo del anarquismo al parlamentarismo y a cualquier otra institución de cariz autoritario impulsó a los anarquistas a crear su propio parlamento, una infraestructura adecuada, de acuerdo con sus principios, a la participación de cualquiera que lo desease. Este proyecto se llevó a cabo a través de la propaganda genérica: periódicos, revistas, manifiestos u octavillas constituían la plataforma básica. Los congresos, asambleas, conferencias y demás actos colectivos, la puesta al día de los problemas más importantes del momento. Los certámenes públicos que se convocaron intentaron crear los fundamentos de una manifestación cultural propia de este movimiento. También se generaron, en numerosas ocasiones, debates y controversias sobre temas espinosos de difícil solución, como fueron las polémicas sobre anarco-comunismo y anarco-colectivismo o sobre anarquismo, sindicalismo, movimiento obrero y sus relaciones. Casi siempre los debates respondían a un intento de encontrar la mejor fórmula organizativa o la forma de lucha más idónea para alcanzar sus objetivos.
También se manifestó este exuberante derroche de energía en otros aspectos prácticamente olvidados, pero que proporcionaron no pocas contribuciones brillantes a la teoría anarquista. Me refiero a las encuestas que se hacían a determinados militantes anarquistas, más o menos conocidos, sobre problemas que afectaban no sólo a la organización anarquista en particular, sino a la sociedad en general.
El proyecto anarquista encaró las dificultades que se le presentaron atendiendo siempre a los presupuestos de esta ideología. Las más importantes fueron, sin ninguna duda, los problemas derivados de la organización de que se debían dotar para alcanzar sus objetivos y, en estrecha relación, las formas de lucha más adecuadas para ello. Como puede verse, los mismos problemas básicos con los que se ha tropezado cualquier movimiento revolucionario y con los que se tropiezan los actuales movimientos de oposición al Capital. En todo caso, la singularidad de los anarquistas —si la hubo— consistió en planificar siempre los medios que utilizaba en consonancia con el fin que perseguía. Como dijo en cierta ocasión el anarquista italiano Camillo Berneri, los anarquistas no promueven la revolución para hacer de jefes, sino para evitar que otros actúen como tales.
Paco Madrid
Publicado en Cultura Libertaria núm.1
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