Archivo de la etiqueta: Cultura

Nacionalismo y cultura

Esta obra de Rudolf Rocker debería haber aparecido, en Berlín, en otoño de 1933. No es necesario explicar qué gran catástrofe impidió que viera la luz, el nazismo puso punto final a todo discusión libre de los problemas sociales. Precisamente, Rocker trata en el libro del totalitarismo estatal, del peligro de que la maquinaria política absorba toda expresión de la vida intelectual y social. El desarrollo económico y estatal de principios de siglo XX, con la gran guerra mundial y sus terribles consecuencias, suponen para Rocker la aceleración de ese proceso de anestesia y devastación del sentimiento social.

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‘No Mires Arriba’ o cómo la industria del cine nos hace mirar donde quiere

Cuando se le preguntó a Charlton Brooker la razón de cancelar la serie Black Mirror su respuesta pudo sonar grandilocuente: «Influido por Huxley u Orwell, quise crear una corriente de opinión y reflexión a través de una serie, pero esta, lejos de producir un cambio, solo consiguió normalizar la distopía, que ya vivimos, o el futuro apocalipsis, para transformarlas en un producto cultural. […] Mi alianza con Netflix fue la puntilla de Black Mirror y acabé tan desazonado que decidí no volver a creer en que las cosas pueden cambiarse desde dentro».

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Anarquismo: educación, cultura y emancipación social

Desde sus orígenes, el movimiento anarquista ha profesado un amor apasionado por la cultura y la educación; no nos referimos únicamente a las manifestaciones culturales específicas dentro del anarquismo, sino a la cultura y el conocimiento de un modo amplio y liberador.

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ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

(Casi) todo es una mierda

En determinada ocasión, cierta persona a la que tengo, a pesar de su barniz conservador, respeto intelectual y moral, me acusó de tener cierta actitud, que se resumía en una frase lanzada con vehemencia, que supuestamente resumía mi visión: «¡Todo es una mierda!» (sic). El caso es que semejente aseveración (o, mejor dicho, acusación), aunque podía extenderse a cualquier ámbito vital, estaba sustentada en una controversía literaria; yo afirmé, sin despreciar ningún otro género (¡Satanás me libre!), que si algún día me animaba a escribir algo de ficción, sería sin duda una sátira de elevadas ambiciones sobre la realidad social y la condición humana. Esto actuó como un resorte para que mi interlocutura dijera lo que dijo, ante mi estupor y cierta indignación. Vaya por delante que, pobre de mí, yo nunca he sostenido esa argumentación ni actitud vital; por supuesto, no me gusta gran parte de lo que observo a mi alrededor, e incluso no pocas veces muestro mi desprecio por gran parte de lo que hemos construido los humanos como especie, pero jamás se me ocurriría afirmar que el conjunto de la realidad es una suerte de bosta de enormes dimensiones. Tuve la sensación, con aquel intercambio de improperios amables, que mi rival dialéctico, junto a muchas otras personas, confunden el ser extremadamente crítico con algún tipo de amargura vital, traducida al parecer en considerar que el mundo es una especie de gran bola de excremento.

Claro que, pensándolo bien, no sé si hay muchas personas que, al menos sobre el papel, no se consideren a su extraña manera «críticas» con las cosas; incluso, algo que invita a la perplejidad, lo sostiene a veces la gente más conservadora, máxime en estos tipos distorsionadores en los que la derecha más repulsiva quiere pasar de alguna manera como «antisistema». Lo cierto es que puede decirse que cada uno, según su imaginario ideológico y moral, así como con su traslación o no a su actitud vital, es francamente complicado que se considere conformista o un papanatas sin remedio; y, desgraciadamente, abundan, y de qué manera. Pero, volvamos a la polémica que ha originado estas reflexiones. Qué diablos quiere decirse, cuando se considera a nivel artístico la sátira una herramienta impagable para dejar en evidencia las convenciones sociales más ridículas y cuestionables, que tantas veces sustentan las peores injusticias. Hay que decir, como gran argumento frente a mi interlocutora, que la sátira es un género tan reconocida como cualquier otro, que se remonta con grandes obras a la Antigüedad; no sé si alguien se atreverá a segurar que Valle-Inclán, Góngora o el propio Cervantes, al margen de la evidente calidad de sus escritos, tenían una visión tipo «¡Todo es una mierda!».

Me parecen muy respetables, o no necesariamente, si nos referimos siempre a una saludable polémica, aquellos poetas que quieran expresar los desvaríos del amor romántico, el misticismo de la condición humana o la belleza del cielo o de los pajaritos, pero uno no puede evitar estar a otras cosas. Una muestra de la perversión del lenguaje tiene como perfecto ejemplo algo emparentado con lo que intento expresar; «ser un cínico», algo seguramente excesivo a nivel filosófico, pero intelectualmente muy apreciable antaño como opuesto a toda convención social en aras del progreso, con el tiempo acabó convertido en una cosa abiertamente negativa. Creo que la sátira, género que más temprano que tarde me atreveré a abordar cargado de ambiciones, tiene mucho con ver con esa condición cínica en el sentido antiguo: algo, tal vez reprobable según determinada moral, pero que obedece a la necesidad de mostrar la gran hipocresia e injusticia del mundo en que vivimos. El cínico, así como el que usa la sátira como herramienta, a mi nada modesta manera de ver las cosas, realiza una crítica radical a todo convencionalismo; lo hace, de manera explícita o no, porque yo creo que desea atisbar que hay valores mucho más elevados, tal vez nunca alcanzables del todo, pero por los que merece la pena luchar. Jamás se me ocurrirá afirmar algo así como que todo es una hez, pero me resulta francamente complicado aceptar que alguien se refugia en una mera actitud contemplativa, sin dedicar ni un ápice de su existencia a tratar de derribar tanta miseria. Parafraseando al clásico, para construir inevitablemente hay que destruir; ojo, solo es una manera (algo satírica) de hablar.

Juan Cáspar

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Fernando Fernán Gómez. Centenario del nacimiento del director ácrata del cine español

Este año se cumple el centenario del nacimiento del director de cine Fernando Fernán Gómez, un personaje que va unido al arte cinematográfico español. Nacido según su historia familiar en Lima (Perú), aunque en su partida de nacimiento reflejara Buenos Aires (Argentina), debido a que su madre, que era la actriz Carola Fernán Gómez, se encontraba de gira artística por América Latina. No reconocido jamás por su padre, el también actor Fernando Díaz de Mendoza, fue criado por su madre y su abuela en España. Comenzó a estudiar Filosofía y Letras justo antes de estallar la Guerra Civil española, por lo que tuvo que dejar sus estudios universitarios y se inició en su verdadera vocación profesional como actor de teatro. Se inició junto a otros futuros profesionales como Manuel Aleixandre recibiendo clases en la Escuela de Actores creada por la CNT en Madrid durante los años del conflicto bélico, y de hecho en su archivo personal aún se conserva su carnet de anarcosindicalista en aquella época. Se estrenó como profesional del teatro en 1938 en la compañía de Laura Pinillos; donde lo descubrió Enrique Jardiel Poncela, quien le dio su primera oportunidad en una de sus obras como actor de reparto dos años después en 1940. Ese dramaturgo adaptó para él un papel, el de Peter el Pelirrojo, en la obra Los ladrones somos gente honrada, estrenada en el Teatro Calderón de Madrid en 1941.

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Cultura. Educación. Artes. Migajas de sobremesa

Los artistas de la Edad Media, inspirándose en el mismo manantial de sentimientos que la masa del pueblo y expresando esos sentimientos por la arquitectura, la pintura, la música, la poesía o el drama, eran verdaderos artistas; y sus obras, como conviene a las obras de arte, transmitían sus sentimientos a toda la comunidad que les rodeaba ¿Qué es el arte?
León Tolstoi

No es demagogia, no es mentira, ni está premeditado, ni responde a la casualidad. Tampoco es una mera anécdota sino que «llueve sobre mojado». Se trata de un hecho absolutamente real que ha sido noticia en nuestro país.

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El lector desmemoriado. El libro anarquista

Podría decir que está por estudiar la poderosísima relación del mundo anarquista con la palabra escrita. En realidad, y sin embargo, menudean los estudios al respecto. Desde tiempo inmemorial, allí donde ha habido, y donde hay, un grupo anarquista ha habido también una imprenta, una editorial, una revista y una vietnamita que permitía multiplicar las octavillas. El peso del fenómeno ha sido tal que me atrevo a adelantar que la imagen saludable que muchos de nuestros abuelos -y abuelas- libertarios siguen conservando entre nosotros algo le debe a un esfuerzo alfabetizador y culturizador estrechamente vinculado con libros y folletos, y protagonizado por gentes que se levantaron clara y hermosamente por encima de sus posibilidades.

Algo de eso ha llegado hasta nuestros días, y a mi entender lo ha hecho en virtud de tres canales diferentes. El primero nos habla de la pervivencia de un mundo editorial sorprendentemente fuerte. Siguen siendo muchas las editoriales de corte libertario que publican con talento y con mucho, pero que mucho, trabajo voluntario. Al respecto no está de más comparar lo que se edita en ese mundo con lo que sacan de las imprentas las fuerzas políticas al uso. Pese a su aparente modestia, cuantitativa y –creo yo- cualitativamente el mundo libertario gana de calle.

El segundo de esos canales que invocaba remite a la condición de un puñado de librerías que resisten heroicamente. Aun a sabiendas de que la lista es más larga, pienso en lo que significan LaMalatesta en Madrid y La Rosa de Foc en Barcelona. Pero podría proponer ejemplos de otras localidades de la piel de toro y de otras ciudades del mundo. En semejante escenario, y entre tanto, no parece que los malos tiempos que comúnmente se le auguran al libro hayan llegado para quienes tanto empeño han mostrado en seguir difundiendo las obras de Bakunin, de Kropotkin, de Louise Michel o de Emma Goldman.

Me interesa, con todo, prestar singular atención al tercer canal, que no es otro que el que proporcionan las ferias, los encuentros, del libro anarquista que, en el caso español, se celebran cada año, desde hace un tiempo, en un centenar de localidades. No sólo sirven, por cierto, para difundir las publicaciones de las editoriales de corte libertario: se han convertido a la vez en un genuino y transversal espacio de intercambio de opiniones en un mundo a menudo dividido y sectario. Qué hermoso sería que un movimiento como el que me ocupa levantase el vuelo, en un grado u otro, gracias al libro.

Carlos Taibo

Tomado de: https://www.carlostaibo.com/articulos/texto/?id=685#inicio

Antología del teatro anarquista

Antología del teatro anarquista (1882-1931), de Juan Pablo Calero Delso, recién editada por LaMalatesta en abril de 2020, recoge una serie de obras dramatúrgicas de intenciones libertarias precedida de un ensayo donde se indaga en los orígenes en España del teatro político, social y, finalmente, con rasgos inequívocamente anarquistas. Sigue leyendo

Ateneo Anarquista La Hidra

Ateneo Anarquista La Hidra

Entendemos que el capitalismo se ha apropiado del conocimiento de la tierra, de nuestra forma de relacionarnos y de nuestros cuerpos. Nos han hecho creer que ésta es la única forma de vivir, cuando el momento en el que nos encontramos actualmente es fruto del expolio que hemos sufrido. De la fuerza de las tierras comunales, de los conocimientos ancestrales y de las revueltas que hacían nuestras Sigue leyendo