Que un Estado moderno cuya esencia política es el voto prohíba votar, dicho así en principio, parece una paradoja. Por una parte nos incitan a votar a todas horas y por otra, prohíben votar en un referéndum, que aunque parta de un supuesto carente de sentido: el “derecho a decidir” (decidir el qué, pues decidir es algo que todos hacemos, al margen del derecho, innumerables veces a lo largo del día, incluso de forma inconsciente), es una cita electoral más, que como todas, solo sirve para legitimar y reproducir el sistema capitalista imperante, haya un Estado más o un Estado menos.
Así que intentar resolver la paradoja, tal vez pueda ayudarnos a soportar el enfermizo aturdimiento al que nos somete la lucha de poder entre un Estado, que para nuestra desgracia ya lo es: España, Una, Grande, y Libre, y otro, que para nuestra desgracia, aspira a serlo. Catalunya Triomfant, y que, como todo Estado que se precie, también aspira a ser uno, grande, y libre, y puede que hasta a ganar el próximo campeonato mundial de fútbol. Y si uno se deja llevar por lo que aun pueda quedar vivo fuera de lo políticamente correcto, y del pensamiento único – atado y bien atado por las reglas del juego democrático – lo que primero viene a la mente es aquel grito olvidado de: “Un patriota un idiota… mil patriotas mil idiotas” que tras la muerte del dictador, recorría en manifestaciones populares las calles de nuestras ciudades.
Por entonces, a la gente aun no le habían creado problemas nacionales. Teníamos otros sueños y otras preocupaciones más de abajo, más de clase, y la izquierda en general, marxistas -aún el PSOE decía serlo- y anarquistas, mantenían vivo el recuerdo de que habían nacido con vocación de I Internacional, y que los trabajadores tenemos una sola patria: el mundo. Las banderas, las patrias, los Estados, y las fronteras son cosa de otros, que algún día debemos destruir, si de verdad buscamos la Emancipación Social, o como se dice ahora, construir un Mundo Nuevo. Ahora el capital nacional causante de guerras mundiales y millones de muertos, para mejor defender sus intereses se vuelve multinacional, mientras la izquierda marxista para parecer nueva y diferente, se hace nacionalista. “Patria y Pueblo” rezaba un eslogan electoralista de Podemos, en su hilarante deriva transversal, para pillar votos acá y acullá. ¡Vivir para ver!
Tal parece que una primera consideración tiene que ver con el tiempo. Si entendemos que votando nunca pasa nada importante que no esté previsto, pues si excepcionalmente pasara se impone lo previsto, es fácil pensar que si las partes quisieran, el tan grave problema catalán se habría solventado en dos o tres meses a lo sumo, tal como pasó en Escocia o Quebec. Pero entonces no podrían entretenernos y asustarnos durante años con el problema nacional, ni crear y exacerbar sentimientos nacionalistas populistas patrióticos en ambos estados, que es lo que se pretende, en torno a tradiciones inventadas y símbolos absurdos como los trapos con franjas rojigualdas, horizontales o verticales, más o menos anchas. Mas sin el espectáculo aborregante, aparecería el peligro de que la gente pueda pensar y razonar. Quizá preguntarse por qué no dedicar toda esa energía a evitar que sigan deteriorándose las condiciones de vida y trabajo, y que un tercio de la población sufra carencias de todo tipo, en ambos bandos; o por qué seguimos soportando que nos envenenen el aire, el agua, y la tierra; y se abandonen los montes, y se maltraten mujeres, y….
La paradoja se complica: Ya es más que temporal. Un referéndum no acordado ni pactado, también se prohíbe porque es un ataque a la democracia, ya que altera el orden institucional y socava el principio de autoridad del Estado. Por eso todos los actores usan como fundamental argumento su intención de defender la democracia, aunque sea haciendo a la vez una cosa y la contraria. Si se autorizara bajo presión, podría descubrir la debilidad y la mentira constitutiva del moderno Estado-capital. La gran mentira es que la democracia, por mas democracia que sea – participativa, representativa, directa, indirecta o circunstancial -, no es un modo de vida, ni es un sistema social, como quieren hacernos creer, sino que solo es la expresión política del Poder, del Estado con su conjunto de instituciones al servicio del capital, para garantizar la explotación del trabajo y el sometimiento de los trabajadores, en condición de ciudadanos libres y soberanos. Y el instrumento con el que se teje el engaño es la Ley, o mejor, el Imperio de la Ley.
Unas pocas personas, “ungidas por el poder”, articulan un conjunto de leyes y normas en defensa de los ricos y sus privilegios, llamado Constitución, que luego democratizan a través del voto para darle apariencia divina – no en vano ese es el origen genuino de la Ley –. Con el truco del voto hacen que la gran minoría que es la mayoría ganadora en las elecciones, se convierta en Todos, y la fecha concreta en que se produce, en Siempre. Así se construye la creencia general de que las leyes las hacemos entre todos, que todos somos iguales ante ellas, y que además son eternas. De ahí que lo que solo es legal debe ser acatado por todos, y en todos los Estados, como justo, universal y eterno. De no obedecer, te atizará el “estado de derecho” con todo el peso de la ley, es decir con todo su aparato legal y democrático de represión, que para eso está. Eso es lo que hace el gobierno español, y cualquier otro llegado el momento.
O es ¿que aún alguien en sus cabales piensa que partido o institución alguna promovería por ejemplo, una votación a favor de una Federación Libre de Comunas Obreras, o Asambleas Populares, o cualquier otra forma de sociedad sin Estado?
Al final, la paradoja desvela una vez más que el voto, y los derechos a él asociados, solo sirven para impedir a la gente, como en otros regímenes, ejercer la libertad de vivir y organizar sus vidas. Por tanto, “Prohibido prohibir” ha de ser la única norma universal y el único artículo que debe figurar en la Constitución de ese Mundo Nuevo, que llevamos en nuestros corazones, y que cada vez se torna más necesario que posible.
José Ramón Palacios
Presidente de la Fundación Anselmo Lorenzo