La obra Foucault es una lectura necesaria para cuestionar todo lo heredado, para esclarecer el hecho de que no existe necesidad o determinismo en lo que somos y abre la posibilidad de pensar, sentir y actuar de forma diferente.
Tomás Ibáñez considera que la aportación más valiosa de Foucault es habernos enseñado que es posible subvertir el a priori histórico de la experiencia posible, subvertir lo que somos y lo que nos ha hecho ser como somos, una enseñanza que tiene indiscutibles resonancias políticas. La obra de Foucault puede ser vista como una respuesta al incumplimiento de los postulados de la Ilustración, ni existe verdadera democracia, ni igualdad y el concepto de progreso ha demostrado ser una falacia. No obstante, es también muy interesante esa otra visión de la Ilustración, que no es sino la otra cara de la misma, como la coartada legitimadora de la Revolución Industrial y el capitalismo, y la obra de Foucault ha de ser vista también como un desenmascaramiento del proceso de la modernidad y un intento de alcanzar los verdaderos objetivos de la famosa triada de igualdad, libertad y fraternidad.
Nietzsche afirmó que no existe naturaleza ni esencia, el conocimiento es el resultado histórico y puntual de ciertas condiciones ajenas al mismo conocimiento. En esa misma línea, Ortega y Gasset dijo: «El ser humano no tiene naturaleza, tiene historia». Puede decirse que el hombre moderno es una invención del capitalismo de los dos últimos siglos, de su énfasis en el control político y social apoyado en otras disciplinas supuestamente científicas. Es por eso que la intención de Foucault es analizar las condiciones de producción del hombre moderno. Después de autores como Nietzsche, Heidegger o el mismo Foucault solo quedamos nosotros, los seres humanos, con nuestra libertad y con nuestras prácticas sociales. El mismo Foucault afirmó que toda su obra puede ser vista compuesta de pequeñas cajas de herrramientas que deben servir para descalificar los sistemas de poder (sistemas en los que incluía su propia obra). No existe la ciencia como saber absoluto, como poseedora de la verdad; esta es, según Foucault, local y transitoria, una producción social.
Para Foucault, el poder no existe, existen relaciones de poder de manera ubicua. Tampoco el poder es meramente represivo, lo cual facilitaría que existiera una mayor resistencia; «el poder produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos… es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social», todo ello contribuye a que sea aceptado. La teoría es que nosotros, los propios sujetos, somos también una consecuencia del poder y ello explica la dificultad de transformar las cosas y de generalizar una resistencia. No obstante, no existe un determinismo ante el que no se puede hacer nada (como sostendría el estructuralismo), pueden articularse resistencias que desestabilicen las relaciones de poder. Lo que Foucault propone es promover nuevas formas de subjetividad que nos liberen a nosotros mismos del Estado frente al tipo de individualidad impuesta durante siglos. Es una crítica radical del sujeto humano tal como se presenta en la historia y un deseo de constituir «un sujeto de conocimiento a través de un discurso tomado como un conjunto de estrategias que forman parte de las practicas sociales».
Foucault muestra el nacimiento de las instituciones modernas que tomaron parte en las condiciones de producción del sujeto (manicomio, cárcel, escuela, fábrica…). Del mismo modo, han tomado parte importante de dicha construcción las ciencias humanas y sociales, considerando el francés que el nacimiento de la cárcel estuvo acompañado del surgimiento de muchas de esas disciplinas (como la criminología, la sociología o la psicología). El conocimiento/poder conduciría a una mejor comprensión y, a la vez, a un mayor control de las personas, necesario para la modernidad (para la sociedad industrial), ya que todos son necesarios para la producción. Las ciencias sociales han servido para construir el sujeto moderno y lo ha puesto al servicio del sistema capitalista triunfante. La psicología puede haber sido la que ha hecho el daño mayor al procurar que el individuo interiorice las normas sociales y los valores del sistema económico dominante (individualismo, egoísmo, competitividad).
Hay quien considera a Foucault como un autor fundamentalmente transgresor, un revolucionario, que recoge la tradición más crítica de la filosofía y reniega de la ingenuidad idealista de alguien como Platón. Su formación en psicología y su amplia preocupación al respecto de esta disciplina le llevó a negar tajantemente que se utilizara para controlar al ser humano y sí para profundizar en su comprensión. En este sentido, y como ya se ha mencionado anteriormente, era Foucault un defensor de la historia frente a la naturaleza y consideraba que la actitud de buscar explicaciones genetistas en la conducta humana encubría la ingnorancia sobre los procesos psicosociales. Parece la obra del francés una ayuda inestimable para comprender cómo funcionan esos procesos: identidad, construcción de la subjetividad, exclusión, establecimiento social de la normalidad… Es posible que el rechazo social que sufriera a temprana edad por su condición de homosexual le impulsara a preguntarse durante toda su vida sobre la exclusión provocada por unos límites sociales tan estrechos. Toda su obra será una respuesta trasngresora a esos límites.
Qué es por tanto la filosofía -quiero decir la actividad filosófica- si no es la labor crítica del pensamiento sobre sí mismo. Y si no consiste, en vez de en legitimar lo que ya se sabe, en tratar de saber cómo y hasta dónde puede ser posible pensar de otro modo.
Pensar será siempre peligroso para el sistema y los poderosos, para un supuesto orden social establecido que se considerara en peligro ante el desenmascaramiento de sus intereses y de lo que no es sino falsa apariencia.