La necesidad de una comunicación racional

Es un hecho indudable que vivimos en la era de la comunicación de masas, incluso puede decirse que lo que define a nuestro tiempo es el continuo intento de «persuadir» a las masas. Lo que define a la sociedad de consumo y a la democracia representativa es tratar de convencer a las personas de que tal producto es el mejor, de que un determinado candidato va a ser el mejor dirigente (parece que la condición de «electo» lo acaba justificando casi todo) o, incluso, de otorgarnos una visión de la vida o de la verdad.

Los informativos, en mi opinión cada vez más detestables por su eterna arrogación de la pretensión de «informar» a las personas, ejercen una tremenda influencia en las personas a la hora de contemplar el mundo y opinar sobre un asunto. De poco sirve que se señale la condición limitada o selectiva de los medios a la hora de dar una noticia, la visión del mundo parece en gran parte determinada por esta sociedad de la comunicación. Los noticiarios de televisión, de manera más obvia, seleccionan sus noticias con el peso principal del factor del entretenimiento, por encima del cualquier otro. De esta manera, lo que vemos en la «caja tonta» con la presunta intención de informarnos se centra en catástrofes y en actitudes violentas de las personas, ya que el componente de la acción será un espectáculo más sugerente que el de los comportamientos pacíficos o constructivos. No es raro que gran parte de la población considere que la mayoría de sus semejantes resulta peligrosa (incluso, puede extenderse la creencia de que las personas son más violentas ahora que en otras épocas), que se reclame una continua protección (por parte del Estado, ya que «no existe otra alternativa») e, incluso, hay estudios que aseguran que la continua repetición de comportamientos violentos induce a la emulación (teoría que yo he oído en repetidas ocasiones, y que la gente suele desdeñar, ya que «los malos son siempre los otros»).


Elliot Aronson, en su obra El animal social, ilustra el poder de los medios de comunicación con el llamado «contagio emocional». Numerosos ejemplos de excesiva publicidad a accidentes o catástrofes provocadas han acabado por provocar su repetición en otros lugares del mundo. De manera intencionada, o no, los medios ayudan a difundir la idea de que la mayor parte de la gente es cruel, el reforzamiento que exista en las nuevas tecnologías debería llevarnos a estar alerta ante esta constante manipulación. La intencionalidad no es fácil de demostrar, y no habría que mostrarse demasiado paranoico ante la presencia de un Gran Hermano, aunque la manipulación política sí se produce tantas veces de forma menos sutil con los medios a su servicio. Si no es posible dar una distinción definitiva entre información y conocimiento, tampoco lo es realizarlo entre educación y propaganda. Este último término parece más peyorativo, a priori, y no es facil discernir entre dar a conocer algo al público y simplemente hacer proselitismo de una doctrina en la que el posible adepto se ve «contaminado» por una información.

Decidir qué información resulta más pura y objetiva no es tarea fácil, aunque puede ayudar la presencia de un respeto por la inteligencia del receptor, de ponerle sobre la mesa todos los factores para que piense por sí mismo y de no utilizarlo como un medio para algo (imperativo ético ya antiguo, difícil de cumplir en un contexto autoritario). Parece que en la práctica son los valores de cada persona las que consideran un tipo concreto de información como educativa o propagandística. Es por eso que habrá que insistir en los valores sólidos y en la amplitud de miras; si una persona posee unos principios rígidos, restrictivos y autoritarios, difícilmente se le va a sacar de una dogmática concepción del mundo y convencer de la riqueza y pluralidad de la existencia. La realidad supone diferencia de opiniones, muchas con una fuerte carga emocional, pero por eso se hace más necesaria la comunicación racional y el respeto mutuo, sin instancias ajenas a los propios actores que se encarguen de la tutela. La psicología social nos dice que la persuasión (reciba el nombre de propaganda o de educación) es inherente a la realidad, por lo que con mayor motivo se necesitan individuos conscientes de principios sólidos, movidos por la confianza en su individualidad y por la solidaridad con sus semejantes (llamemosle «tensión», como se dijo al principio de este texto).

Hay teorías que sostienen que solo reflexionamos en profundidad y examinamos el argumento con detenimiento si la cuestión resulta relevante para nosotros. Incluso en estas ocasiones, hay circunstancias en que nos podemos mostrar distraidos u ocupados, o en que la comunicación se muestra fluida, por lo que parece difícil que nos detengamos en un examen riguroso. En esta línea, pueden darse dos vías para la persuasión: la vía central, con argumentos sólidos edificados en base a datos y cifras importantes, o la vía periférica, que anula la capacidad de pensar de las personas y demanda que acepten el argumento sin reflexión. Lo que sostienen los psicólogos sociales es que el modo en que se presente una cuestión puede inducir a la reflexión o dar lugar a un acuerdo inmediato, dependiendo de la vía que adopte la persona emisora de la comunicación. El incremento de la eficacia de una comunicación se ve afectado por tres variables importantes: quién manifiesta la comunicación (la fuente), personas que podemos considerar expertas o fiables (la psicología social habla también de factores como el hecho de que nos guste una persona o de que defienda tesis opuestas a sus intereses); cómo se dice (la naturaleza), y a quién se dice (las características del público).

Todos estos factores presentes en la comunicación y en la recepción de información, y que aparentemente conducen a la persuasión o a la manipulación, no deberían llevarnos al abatimiento o ninguna suerte de determinismo. Tampoco es cuestión de buscar la constante racionalidad ni la profundidad intelectual, aunque vivamos tiempos en que no parece haber mucho hueco para ello y no esté de más el insistir en ello, ya que el espontaneísmo puede resultan otro factor equilibrante. No obstante, buscar la perfección, la pureza en definitiva, en la comunicación y en la educación, no representa un ideal irrealizable y sí perseguible (al igual que en cualquier otro ámbito humano). En cualquier caso, las ciencias sociales pueden ayudarnos a conocer el comportamiento, a reafirmarnos en la idea de una sociedad antiautoritaria como el mejor de los contextos. Cuanto más aprendemos, más amplio resulta el horizonte vital y menos posibilidades existen para encorsetar la existencia.

Capi Vidal

2 comentarios sobre “La necesidad de una comunicación racional”

  1. Hola, Octavio.
    Por supuesto, totalmente de acuerdo contigo, no pretendía sugerir lo contrario.
    Un abrazo.
    Capi

  2. Sí, Capi, las ciencias sociales nos ayudan a conocer los comportamientos humanos y «a reafirmarnos en la idea de una sociedad antiautoritaria como el mejor de los contextos». Pero me parece que para conseguir la «perfección» y la «pureza», en «la comunicación y en la educación», es necesario no creerse los poseedores de ellas y esforzarnos por escuchar a los demás…
    No olvidar que tanto la «comunicación» como la «educación» son en doble sentido…

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