Votar, utilizado como la más alta expresión de libertad, ha sido y será siempre un arma arrojadiza contra la gente para sacar rédito político de nuestros problemas. Con distintos argumentos y chantajes y con distintos colores y modales, el uso del voto y la democracia, hacen posible que nos envuelvan en una dinámica sin sentido que sólo beneficia a los de siempre y nos perjudica a los demás.
El elevado índice de participación que ha habido en las últimas elecciones generales, puede generar un balance de fuerzas favorable hacia los distintos partidos y hacia la propia democracia: la gente ha acudido a las urnas en 2019 como no habían acudido antes en los últimos 15 años. Reflejo de ello, es que ha habido un índice de participación de más de un 75%, o lo que es equivalente, más de 26 millones de personas en cuanto a las elecciones generales se refiere y un aumento también en la participación de las municipales respecto al año 2015.
Y es que, la resaca electoral nos deja ahora una actualidad política llena de vaivenes, titulares de prensa, pactos que van y vienen, negociaciones, rupturas, partidos que se van yendo al garete poco a poco mientras otros ocupan asientos en el parlamento representando las ideas más “extremas” dentro de la “derecha”, etc.
Una nebulosa de signos, ideas, definiciones y consignas se están metiendo de lleno en nuestras sobremesas a golpe de telediario, cada cual más sensacionalista. En confusionismo se adueña de las mentes: ¿valió de algo haber votado? ¿Hice bien en votar a ese partido? ¿Ahora, quién va a gobernar? Porque, a pesar de que haya salido un partido con mayor número de votos, la democracia y sus triquiñuelas, permiten que otro partido sea el que gobierne. Entonces, ¿Si no gobierna el partido al que votaste, que significa todo esto? Y si el partido al que cada cual ha votado no recoge las expectativas que cada votante ha depositado en él ¿habrá servido para algo votar? Y si el partido al que ha votado la gente, resulta que está envuelto, inevitablemente, en cualquier trama de corrupción ¿habrá servido de algo votar? Y si el partido toma decisiones sin preguntar a los votantes o a las bases y se mete de lleno, inevitablemente, en una dinámica complaciente con los mercados ¿habrá servido de algo votar? Y si ese partido, el partido de cada cual, desdice y deshace lo que su programa electoral decía durante la campaña, ¿habrá servido de algo votar?
Si analizamos la respuesta detalladamente, seguramente a muchos de los que leen estas líneas les sugiera como contestación un “no, no habrá servido de nada votar pero…”
“… Si no votaba, la derecha iba a gobernar”
Ha sido una campaña electoral cargada de miedo y chantaje. Miedo para que creyéramos que a la derecha se la podría parar en las urnas a pesar de que nada más lejos. La derecha ha entrado en el parlamento y no se ha logrado cambiar nada a través de los votos. Ahora ellos, con su proporción de participación, tratarán de incidir en el panorama político actual a pesar de que no hayan ganado las elecciones. Lo importante es también, todo el dinero que se están llevando a costa de tener escaños, porque no todo se mide en representación parlamentaria, sino en presencia en la calle, en el calado del discurso y en otras actividades extraparlamentarias que desarrollan los partidos para propagar sus ideas y programas políticos. Y ahora Vox, con o sin nuestro voto, tiene ese poder. Además, los partidos tienen programas y miras a muy largo plazo, no son tan cortoplacistas como la gran mayoría de nosotros, que sólo podemos leer hasta final de mes (si es que llegamos). Por tanto, démosle tiempo al tiempo y veamos dónde acaba todo después de esta legislatura, con o sin nuestro voto, porque los partidos son estrechos aliados de los empresarios y grandes inversores, ahí queda eso.
Chantaje, porque nos situaba a nosotros en un papel de responsabilidad máxima para evitar que ocurriera “un desastre electoral”. Nosotros, los que luego no pintamos nada en sus programas ni en la toma de decisiones, de repente somos imprescindibles “para parar al fascismo”, haciendo sentir culpable a la gente y coaccionando con el voto de por medio.
“… He votado en contra de Vox”
No existe el concepto “voto en contra”. La democracia nos permite votar a algún partido que nos guste, no votar (abstenerse), votar en blanco (nuestro voto se reparte entre las candidaturas representadas) o el voto nulo (un voto que está mal efectuado porque en la papeleta están los datos mal o aparece información incorrecta, de forma voluntaria o involuntaria. Este voto no tiene validez cuantitativa). Pero lo que no existe es el “voto en contra”, algo con lo que nos han ido llevando hacia el camino que ellos querían: el de aumentar la participación electoral, el miedo a la derecha y la perpetuación de una tradición y sistema casi religioso en el cual se siguen manteniendo los status quo de unos cuantos a costa de la mayoría.
Votar por el mero hecho de querer evitar que algún partido gane, lleva implícito el hecho de otorgarle un voto y una consideración a algún partido. No simplemente votamos para frenar un frente (de derechas en este caso), sino que se elige votar a alguien que se piensa que puede frenar a esa derecha y además, se le proporciona más poder, más seguimiento, más dinero. El concepto de “voto en contra” (que muchas veces se hace votando al partido contrario que más posibilidades tiene de ganar, ni siquiera al partido que la gente querría que ganase), conlleva consecuencias y no es sólo una acción “anti-algo”, si no “pro-algo”.
“… Si no votaba, no podía quejarme después”
Más bien podría decirse al revés: “si votas, no te quejes”. El “derecho al voto” y a la democracia, es algo más complejo que lo que nos venden. Las repercusiones de nuestra decisión, son algo más que el ir a votar y elegir el partido que más me guste, o quizá, el que menos me disguste. El sistema parlamentario, ofrece posibilidades más allá de que gane un partido por mayoría de votos y eso, es algo a tener en cuenta. Cuando sale un candidato que no es el que más votos a obtenido y llega al poder gracias a pactos y coaliciones, es algo con lo que se debe contar cuando uno participa en el sistema electoral. Todas estas prácticas se legitiman con nuestro voto y la democracia las contempla como algo dentro de su juego, un juego legal y asumido por todos. Son las reglas y no solo vale sacar mayoría. Por tanto, si votamos y aceptamos todo esto (salga o no el partido al que hayamos votado), formamos parte del juego y entendemos esas reglas. Además, a pesar de haber salido el partido al que se haya votado, faltará poco tiempo para que haga y deshaga a su gusto durante los próximos 4 años de mandato. A eso, también nos atenemos. Por tanto, ¿Si no votas no te quejes? Claro que sí, porque justamente quien no votó (y lo hizo por descontento o por una decisión más o menos consciente) no está otorgándole ese reconocimiento en su nombre, con su voto, con su acción. Además, ocurre, que mucha gente no vota precisamente por la toma de una decisión consciente y, más allá del hecho de acudir ese día a las urnas, esas personas luchan todos los días, se quejan, se organizan. Si no votan, si luchan y quieren cambiar las cosas, claro que pueden quejarse. De hecho, ahí radica su esencia.
“… Si no votaba, no era partícipe de las decisiones que se fueran a tomar”
Ni lo ibas a ser de la otra forma. La macropolítica que se desarrolla a través de la democracia, hace inviable cualquier tipo de participación individual o colectiva en nuestras decisiones. Es incompatible ser partícipe de ello y votar o hacerlo mediante este tipo de mecanismos porque, automáticamente excluyen la libertad de poder hacerlo, porque es imposible a la escala en la que está pensada esta forma de hacer política, porque ningún partido te va a preguntar en qué te parece mejor que se gaste tu dinero o en qué no. Porque los partidos están sujetos a entes y organizaciones mucho más superiores que ellos y tienen que obedecer a acuerdos comunitarios, extracomunitarios, económicos, cumbres, fondos monetarios, bancos, etc.
Por lo tanto, en democracia, tú no decides, deciden políticos y banqueros. Deciden empresarios, inversores, especuladores. ¿Cuándo se ha visto que la democracia, desde el año 1978, haya tenido en cuenta nuestras necesidades, de la mayoría de las personas (hablando de un sistema de “mayorías”, por cierto)?.
Motivos para la abstención activa, motivos para luchar
Para recuperar nuestra autonomía y nuestra independencia como personas y grupos sociales que se organizan para resolver sus propias vidas. Para huir de esta idea tan paternalista que supone el hecho de que el Estado medie en todos nuestros asuntos, infantilizándonos y quitándonos toda oportunidad de ser protagonistas de nuestras decisiones. Para responsabilizarnos sobre todos los aspectos de nuestra vida y dejar así de delegar en nadie la gestión de nuestros asuntos vitales. Para autoorganizarnos entre nosotros y atacar a todo aquello que nos está oprimiendo y presionando, manteniéndonos como esclavos de las decisiones que se toman en nuestro nombre. Para dejar de ir de un lado para otro, eligiendo entre lo malo y lo peor, conformándonos con las miserias que puedan darnos aquellas medidas políticas que puedan, en alguna ínfima e indigna medida, permitirnos vivir menos apurados, con un poco de menos precariedad, con menos esclavitud. Precariedad, esclavitud y chantaje al fin y al cabo, sea como sea.
Y ahora, ¿qué?
Si se hubiera puesto, aunque fuera, la mitad de empeño y esfuerzo en llamar al voto (como tanta gente ha hecho) en luchar, en salir a la calle, en rebelarse y en autoorganizarse, seguramente no estaríamos en el punto en el que estamos ahora. Nada nuevo, por otro lado, dado que es el punto en el que nos llevamos encontrando tantos y tantos años, con matices, con colores y con coyunturas distintas, pero al final seguimos con el dilema de elegir entre estar mal o estar muy mal.
Tampoco es que el haber votado sea algo totalmente irreversible. Lo es en cuanto al poder que se le otorga a quien recibe ese voto, al dinero que perciben los partidos por cada diputado que consigue meter en el congreso, por la autoridad y el reconocimiento que se le otorga a la democracia, garante de las injusticias y de las desigualdades sociales y por muchas cosas más, votar no es irreversible en cuanto a estas cuestiones se refiere. Pero ello no significa que no se pueda cambiar esa dinámica en futuras elecciones ni que no podamos hacer nada hasta que nos vuelvan a convocar a las urnas. De hecho, si las cosas continúan así, nada nos dice que no tengamos una segunda vuelta y convoquen nuevas elecciones. En este supuesto, ¿habremos entendido que el voto no garantiza nada? Sería interesante comprobar las consecuencias de una abstención masiva (y activa) y ver cómo podrían llegar a tambalearse sus esquemas.
A nosotros nos es indiferente el jaleo que se traen ahora mismo los partidos para pactar entre sí y para ver qué porción de pastel se lleva cada uno, a costa nuestra y de los votos que les permiten hacer eso. Nos es indiferente si se da o no una segunda vuelta y se convocan elecciones otra vez porque no llegan a pactar ni a ponerse de acuerdo. Somos ajenos a que la izquierda esté fracturada y que haya hecho que pierda credibilidad aunque ello demuestra, una vez más, que las medidas populistas y el vender humo, nunca funcionaron y, tarde o temprano, se descubriría el pastel. A nosotros no nos va a cambiar la vida, en lo esencial, en lo importante, en lo vital. Podrán cambiar detalles, flecos, reformas, políticas menos antisociales o más “duras”. Podemos sufrir y presenciar más represión o menos, pero nunca dejará de existir. Podremos sufrir más o menos desahucios, con mayor o menor frecuencia, pero no dejaran de existir (el capitalismo necesita desalojos y desahucios para poder seguir existiendo). Podremos presenciar una mayor o menor carestía de la vida, pero al fin y al cabo, carestía, dado que es imposible abordar el ritmo de vida que se nos está imponiendo, con cada vez mayor fiereza. Y así, una larga lista de situaciones que nos dice que, gane quien gane, los que perdemos seguimos siendo nosotros.
Queda mucho por delante, mucho que batallar y sobran los motivos para salir a la calle a luchar. Lo reversible es nuestra actitud frente a lo que viene, cómo vamos a encarar lo que nos espera y hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Finalmente, las cosas dependen de nosotros, por mucho que nos hayan dicho durante años que las decisiones tienen que ser tomadas por unos cuantos a nuestra costa. ¿Quién se mata a trabajar todos los días, quien genera riqueza, quien otorga o quita autoridad a unos pocos que nos gobiernan, quién puede tomar la decisión de abstenerse o votar, quien puede tomar la decisión de pasar a la acción y dejar de ser un ser pasivo en segundo plano?. Nosotros.