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La sociedad anarquista: más allá de la utopía

La ideología anarquista se enfrenta, según mi juicio, a dos grandes problemas que, a lo sumo, son los que en parte le impiden convertirse en una doctrina política que la clase trabajadora vea como propuesta realista, a saber: Dos siglos de manipulación por parte de la clase dominante en la que se ha esparcido la idea de que el anarquismo es una utopía (y en el peor de los casos un caos destructivo) imposible de realizar más allá de las fantasías milenaristas que uno pueda plasmar sobre el papel y una parte del compendio teórico anarquista que se basa principalmente en ideas muy generales y abstractas sobre la libertad y el apoyo mutuo que no consiguen crear una imagen mental de cómo sería una sociedad y economía de carácter anarquista. En este artículo intentaremos plasmar de forma resumida y sencilla cual sería, a grandes rasgos, la organización económica bajo el anarquismo.

Otro elemento a tener en consideración para entender el artículo es el siguiente: Cuando en este artículo se habla de “sociedad anarquista” se parte de la base de que los Sindicatos (aún con funciones distintas a las actuales) deben seguir extiendo porque la burguesía no ha sido vencida internacionalmente y por ende la lucha de clases prevalece. En otras palabras: no se ha llegado a la sociedad comunista de forma integral y por tanto, para la defensa de la Revolución, la organización revolucionaria (el Sindicato) aun prevalece.
Lo primero es discernir cuales son los distintos niveles de organización de la nueva sociedad, y cuál es la función de cada uno de ellos. Los agentes de organización serán tres: El sindicato, los Comités de Gestión y la Federación de Industria/Agricultura, y como pabellón de la estructura económica, la Organización Nacional de Industria y Agricultura.

¿Cuál será la función del Sindicato tras el derrocamiento del régimen capitalista? Su principal función será la coordinación de la actividad de las distintas empresas, de forma paralela a los Comités de Gestión, puesto que éstos pueden caer en una suerte de corporativismo y dejar de centrarse en el bienestar general. El Sindicato, pues, también controlará que los Comités no caigan en un “nacionalismo empresarial” para que la distribución y producción se haga mediante las instrucciones del Plan General económico según las necesidades de la totalidad de la clase trabajadora, y no solo de los trabajadores de una empresa o sector determinado. Para ello, y como es lógico, el Sindicato deberá tener censados a todos los trabajadores de las distintas empresas, las herramientas y maquinarias utilizadas y las que puedan necesitarse en el futuro, así como las potencialidades del sector y el volumen de producción y beneficios.

Ahora pasemos hablar de otro de los elementos importantes en la coordinación y dirección de la producción de la nueva sociedad libertaria: Los Comités de Gestión. Tales comités serán los elementos  encargados de la coordinación empresarial a nivel local, regional y nacional. Estos Comités no serían más que los distintos grupos de delegados surgidos de cada Sección (si la empresa es muy grande y tiene varias especialidades) o de cada empresa, elegidos por la asamblea general de trabajadores y trabajadoras, que se encargarían de elaborar y dirigir el trabajo y la producción para que ésta no sea deficiente, siempre a través de los informes de la propia asamblea obrera, es decir, de abajo arriba y no de forma vertical, lo cual terminaría por crear otra estructura parasitaria y burocrática. El conjunto de comités de gestión constituirían un Comité General de Gestión para llevar la economía comúnmente y en pos de los intereses generales.
El siguiente nivel de organización empresarial para lograr una buena coordinación productiva sería la constitución de las federaciones de industria, esto es, la agrupación del conjunto de trabajadores de un mismo ramo productivo. Estas federaciones de industria estarían formadas por delegados de las distintas empresas y ramo productivo en cuestión, los cuales se reunirán desde las asambleas generales locales (luego comarcales, regionales y finalmente nacionales) junto con los técnicos (si es que éstos no se han adherido en su totalidad a la Revolución) para establecer las directivas generales del trabajo.

Utilizando mínimamente la lógica podemos observar como son necesarios diferentes niveles de coordinación y dirección empresarial a la hora de conducir la producción, puesto que la interdependencia económica en la sociedad moderna es una realidad imperiosa, lo cual nos obliga a desechar al basurero de la Historia aquella decimonónica idea de la “comuna libre autosuficente”, propia del anarcocomunismo que se basaba en ese ideal kropotkiano del municipio libre en la Edad Media. De esta forma, las federaciones de industria podrían coordinar y sincronizar su actividad económica mediante un organismo de coordinación superior que vendría a ser el centro neurálgico de la economía nacional. El esquema quedaría de la siguiente manera: En la base, las empresas y sus asambleas de trabajadores. Seguidamente, y un escalón por encima, las federaciones locales y regionales de industria con sus distintos comités de coordinación escogidos previamente por los delegados correspondientes. Y por último nos encontraríamos con la federación nacional de cada industria/sector y el organismo económico nacional que haría de plataforma interindustrial.

Otro de los temas más importantes a la hora de abordar la economía planificada de la sociedad futura es el de si establecer un modelo centralizado o descentralizado. Realmente no existe una dicotomía absoluta entre planificación centralizada y descentralizada, es decir, toda planificación es, en determinados aspectos, centralizada, pues aspira a un máximo enfoque económico común. Pero por otra parte la descentralización en otros aspectos es vital si se busca una economía planificada totalmente democrática y realmente en manos de la clase trabajadora. Si no hubiera esa descentralización nos encontraríamos con el surgimiento de un nuevo aparato burocrático que, mediante la centralización, será la nueva clase dominante que hará y deshará lo que considere conveniente con la economía, a espaldas, y contra los intereses, de la clase obrera. ¿Cómo queda entonces el esquema económico? Como bien hemos apuntado más arriba, existen unos órganos superiores que trazan las líneas generales del proceso económico-productivo, pero siempre a través de las directrices emanadas desde la base, la cual constituye el cimiento y origen del sistema de planificación democrática, herramienta, que no fin, para el libre desenvolvimiento material y espiritual del pueblo.

¿Debe tener la economía planificada un carácter obligatorio? ¿O por el contrario se debe establecer libertad para que cada Comuna decida por su cuenta en todos los aspectos? Lo cierto es que una planificación que no constituya un mínimo de obligaciones acabaría por ser inútil y no tendría ningún resultado positivo sobre la realidad material y social general del conjunto de la población, creando ineficacia y desorden económico, que es precisamente lo que se intenta combatir desde una planificación (económica). El dilema central es establecer el cómo se aplican dichas obligaciones en el marco de una nueva sociedad democrática en las que la clase trabajadora ha tomado las riendas de sus vidas. De esta forma, la obligatoriedad de la nueva economía planificada, a diferencia del socialismo de Estado, no surge de un comisariado que a su vez cumple las órdenes de estamentos superiores (cosa que no haría más que volver a reproducir las relaciones laborales y sociales propias del capitalismo, aunque esta vez fuera bajo un capitalismo de Estado), sino que surge de forma democrática, cual “contrato social”, entre las diferentes partes que forman parte de la autogestión obrera, tales como las propias asambleas de trabajadores y los técnicos especialistas de cada sector productivo.

Por todo lo anteriormente dicho debemos hacer valer la idea de que la economía planificada no debe ser una herramienta para satisfacer los informes de unos comités o delegados concretos, sino que por el contrario debe ser la herramienta esencial que sirva para que de forma progresiva mejoren las condiciones del trabajo y de la vida del individuo, así como la elevación de la productividad del trabajo social, que necesariamente ha de repercutir en el bienestar general en forma de productos y servicios de todo tipo. Y será esta misma planificación económica la que, mediante la propiedad colectiva y social de los medios de producción y demás elementos para el trabajo social, estimularán moralmente al trabajador a seguir trabajando por la Revolución, pues el ser parte elemental y creadora del curso de la empresa y de todo el sistema económico eleva a la clase trabajadora a la posición que merece, a la de ser libre, a la de no ser una pieza más en un engranaje burgués que todo lo da para el empresario y nada deja para el trabajador, que alienado, ni siquiera sabe para quién o qué produce.

La planificación económica anarquista debe por tanto ser la más alta expresión de la creación de unas nuevas relaciones de producción, que a su vez servirán de base para crear unas nuevas relaciones sociales, ya no solo entre individuos de la misma comunidad, sino también de los distintos pueblos ibéricos, que una vez constituido el régimen revolucionario (entiéndase régimen como sinónimo de organización político-social) de forma federal, podrán, por fin, establecerse unas relaciones de verdadera fraternidad entre las distintas naciones, más aun bajo una economía planificada anarquista que rechaza la competencia en pos de la cooperación y el apoyo mutuo. Es pues la planificación económica la que puede establecer una verdadera armonización entre todos los trabajadores –y sus intereses- tanto a nivel económico como social y nacional.

No pretende este artículo sentar cátedra de ningún tipo, ni erigirse como dogma, pues solo se busca trazar unas líneas muy generales sobre cómo debería quedar planificada una economía bajo un sistema político anarquista, a modo de combatir las ideas y prejuicios que se tiene generalmente sobre la ideología de Mijaíl Bakunin, así como de combatir las ideas abstractas y utopistas que tantas veces se encuentran en los libros de autores anarquistas.

Borja Mera Barriobero

[Tomado de http://www.elcosaco.org/la-sociedad-anarquista-mas-alla-la-utopia.

Bibliografía:


Práctica del Socialismo Libertario – Gastón Leval

Sobre el sistema de planificación autogestora – Edvard Kardelj

3 comentarios sobre “La sociedad anarquista: más allá de la utopía”

  1. El artículo empieza con una pregunta. Es decir, según ésta pregunta, la fórmula enunciada empieza una vez hayamos desbancado al capitalismo. Ubicando al sindicato y un censo obrero de sus actores. Me quede entonces en esas reyertas contra el poder y el sistema económico. El resto lo leí, pero sin tanto entusiasmo.

  2. Por supuesto, el compañero Borja tiene el pleno derecho -como lo tenemos todos- de imaginar y exponer lo que sería una «sociedad anarquista», después del triunfo de la revolución, en un mundo en el que «la burguesía no ha sido vencida internacionalmente», por lo que «siguen siendo necesarios los sindicatos…’ y una «planificción de la economía’, etc…
    No obstante, me parece que, decretar hoy como se deberá funcionar mañana, es seguir construyendo «fantasías milenaristas»; pues, cuando se produzca el triunfo de la revolución y haya que defenderla, es obvio que serán los que vivan entonces quienes deberán pensar y decidir cómo orgaizarse para comenzar a construir la sociedad sin explotación ni dominación.
    Mientras eso llega, me parece que lo urgente es buscar la manera de ser más efectivos en nuestra acción contra el Orden establecido.
    Fraternalmente

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