La Transición CNT Anarcosindicalismo

La Transición en rojo y negro

Es de temer que este libro publicado por la Fundación Salvador Seguí este año 2018, parte de una tesis más amplia de Reyes Casado Gil de 2016, algunos lo observarán desde un punto de vista exclusivamente militante; así, inevitablemente llegará el enfrentamiento entre el “purismo” ácrata de la CNT actual y el “reformismo” libertario de una CGT con mayor peso sindical.

Precisamente, en bien del movimiento anarquista, por llamarlo de ese modo, haríamos bien en tener unas miras algo más amplias. El pasado glorioso de la organización confederal, desgraciadamente, pertenece a la historia, por lo que es preciso un análisis riguroso de lo que es la realidad del siglo XXI, muy distinta a la de, incluso, un tiempo de la Transición ya transformado frente al de los años 30 del siglo XX. Dicho esto, con el deseo profundo de que el anarquismo influya en la sociedad actual, diré que hay que estar lejos de no observar la historia con rigor e intención pedagógica, lo cual debería mantenernos a salvo de toda tentación dogmáticamente historicista. Desgraciadamente, si la literatura militante, tan necesaria, ha abundado no pocas veces en ciertos mitos que podemos poner en cuestión con plena intención herética, el mundo académico ha abundado en la displicencia hacia lo libertario o, en el mejor de los casos, como una nota a pagina del gran libro de la historia.


Centrémonos en el libro de Reyes Casado que, de acuerdo o no con todo lo que se expone en él, seguro nos va a aportar valiosas enseñanzas sobre nuestro pasado y presente. Inevitablemente, para comprender lo que ocurrió con la CNT y el movimiento anarquista durante la llamada Transición democrática española hay que recordar la historia inmediatamente anterior, con el desarrollo y evolución tras la derrota en la Guerra Civil, después de la Segunda Guerra Mundial y pasando por la larga noche de la dictadura franquista. Hay que comprender que el universo ideológico ácrata sufrió inequívocamente, si no reactualización de sus postulados, sí un enriquecimiento y cambios de paradigmas con el mundo de la contracultura y los nuevos movimientos sociales. Los convulsivos hechos de la década de los 60, con ese gran evento revolucionario que fue Mayo del 68, incluida una cierta renovación del marxismo más cercana a la autogestión ácrata (como fue el consejismo), constituyen factores a tener en cuenta sobre lo que sería la reconstrucción posterior de la CNT. A pesar de ello, hubo grupos que sí trataron de entroncar directamente con la historia libertaria anterior, por lo que sus esfuerzos se volcaron en rehacer explícitamente el anarcosindicalismo. Así, el conjunto heterogéneo que se reunió en torno a la reconstrucción de la CNT estaría formado por la herencia anarcosindicalista tradicional junto a un movimiento anarquista renovado formal e ideológicamente. Casado considera que las siglas CNT, bien alimentadas por un pasado casi mítico, sirvieron de nexo de unión de un universo compuesto de diversos elementos, pero todos ellos impregnados de anarquismo.

La CNT, tras su legalización en 1977, abrió sus puertas sin ninguna cortapisa a todos aquellos que simpatizaran con el mundo libertario, lo cual explicaba también la composición heterogénea de la organización. Lo que se concluye en el libro es que el crecimiento a los trescientos mil afiliados inició un debate sobre las estrategias a seguir, pero sin afianzar un modelo sindical alternativo al impuesto por decreto en aquel momento. Lo que sí se cuestionó es el propio modelo organizativo y la condición anacosindicalista de todos los afiliados, lo que a la postre supondría la división entre dos grandes bloques. Uno, desearía preservar la naturaleza histórica e ideológica de la CNT y el otro, aunque identificado con lo libertario, insistiría en una reactualización de las estrategias anarcosindicalistas en una realidad muy diferente a la de los años 30. Si la reconstrucción se produjo entre los años 1973 y 1977, luego llegaría otra etapa de evidente crisis a partir de 1978. La organización confederal, que aspiraba a una radical transformación social, nunca estuvo abierta al diálogo con el gobierno y, claro está, se mantuvo independiente respecto al resto de fuerzas políticas y sindicales. A pesar de no contar con grandes recursos, consiguió una multitudinaria asistencia a diversos mítines y jornadas. El prestigio de la CNT aumentó al mantenerse al margen del concierto sociolaboral que se estaba desarrollando, concretado en la firma de los Pactos de la Moncloa en octubre de 1977 por parte de los partidos parlamentarios y con el apoyo de los sindicatos CCOO y UGT, así como de la patronal CEOE.

A pesar de esta buena disposición, Casado considera que la CNT se mantuvo inmovilista en cuanto a sus estrategias, sin adaptarse a la nueva realidad sociolaboral, y ensimismada en debates internos estériles. Así, el crecimiento confederal se frenó en 1978 y entró en franco retroceso a partir del año siguiente. La celebración del V Congreso en 1979 sería el marco ideal para analizar y tomar decisiones sobre los factores que estaban perjudicando a la Confederación. Ya es historia el desarrollo de tensiones entre los dos bloques, que tuvo su colofón en el proceso escisionista iniciado en el Congreso de Valencia de 1980. Casado concluye que lo que sería la futura CGT fue una reacción a la situación inmovilista del otro sector cenetista, hay que recordar que mayoritario en cualquier caso, y los llamados reformistas sí trataron de adaptar sus estatutos a la nueva situación laboral del país. Por supuesto, aunque no profundizaremos esta vez en ello, no hay que dejar de lado los factores externos que mermaron el crecimiento de la CNT y del movimiento anarquista. Es el caso, a principios de 1978, del atentado en la Sala Scala y todo el proceso de criminalización de la organización confederal, que coincidiría en el tiempo con las primeras elecciones sindicales celebrada el primer trimestre de ese año. Otro factor a tener en cuenta, que impidió a la CNT tener un lugar destacado en la Transición, fue lo relacionado con el Patrimonio Sindical. A la Confederación, como organización mayoritaria en la Guerra Civil, debería corresponderle una parte importante de los cuarenta mil millones de pesetas resultado del desmantelamiento de la franquista CNS. Una legislación lenta al respecto hizo que el Gobierno se retrasase en la devolución del Patrimonio, lo que indudablemente contribuyó a que la CNT no tuviese el protagonismo debido. Lastrado en su desarrollo y ya consolidado el proceso escisionista, el resto de la historia del anarcosindicalismo, llega hasta el día de hoy.

Como colofón de esta reseña sobre un libro sobre una parte de la historia de la CNT y del movimiento anarquista, merece la pena hacer una pequeña reflexión sobre la situación actual del anarcosindicalismo. Se plantean unas cuantas preguntas sobre la existencia de organizaciones anarcosidicalistas, su condición presuntamente revolucionaria y su validez en la actualidad como instrumento de lucha. En primer lugar, huelga decirlo, es rechazable esa permanente mirada nostálgica al pasado con la existencia de una organización de masas como fue la CNT. En la actualidad, el proletariado ha perdido un evidente peso frente al auge de sectores como el de servicios, a lo que se une una transformación del espacio laboral cada vez más precario, que dificulta la tradicional lucha sindical. Por otra parte, el capitalismo se transforma permanentemente, con la capacidad de desplazarse geográficamente para buscar nuevas estructuras de producción. Esto, indudablemente, merma la lucha de los trabajadores por sus derechos y debilita consecuentemente la lucha sindical.

Otro aspecto es la indudable limitación de organizaciones que se dedican exclusivamente a la lucha sindical, aunque se presenten con objetivos revolucionarios. En esta realidad del siglo XXI, tal vez más que nunca, la lucha pasa por involucrarse, no solo en el mundo laboral, sino en cualquier ámbito donde se dé una situación de dominación. Así, puede decirse si aspiramos a una organización de cierta envergadura junto a muchas otras, que lo sindical y lo social deberían fusionarse siempre en la misma estructura orgánica. Tal vez, con ello pueda evitarse la habitual crítica a las organizaciones sindicales, por muchos colores rojinegros que exhiban, de integrar al trabajador en una sociedad netamente capitalista. Los espacios sociales y laborales se van transformando a velocidad vertiginosa, por lo que las organizaciones libertarias deberían conectar con ellos y contribuir incluso a su construcción fusionando los dos ámbitos de actuación de los seres humanos. Resulta indudable que una mirada a la historia del anarquismo nos aporta a veces valiosos elementos, pero debemos ser capaces de conectar con las exigencias del presente para dilucidar los caminos a seguir. En cualquier caso, deberíamos dejarnos de polémicas estériles, para ver quién o qué organización es más o menos libertaria, y empezar a construir solidariamente esos espacios de transformación social.

Capi Vidal

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