Como sucede en los eventos que se repiten con frecuencia, también el reciente anuncio de Wikileaks sobre la publicación de un sustancioso conjunto de materiales procedentes de los archivos de la CIA corre el riesgo de pasar rápidamente al olvido. Y eso, a pesar de que el tipo de secretos desvelados sea, en ciertos aspectos, más interesante que los sacados a la luz en los últimos años.
Naturalmente, como de costumbre en casos similares, partimos del presupuesto, indemostrable, de que los contenidos son todos originales. Vale decir que un clamoroso fracaso de las políticas de seguridad de una estructura que de la seguridad debería ser adalid, no será solo el fruto de las tácticas de intoxicación y desinformación que están en la base de muchos de sus cometidos. En los documentos se encuentran, en lo que se conoce de momento, pruebas del hecho de que la CIA ha espiado a los políticos franceses implicados en la precedente elección presidencial de 2012, así como la existencia de un centro de pirateo con base en el Consulado norteamericano de Fráncfort. La parte más interesante es la constituida por los programas usados por la Central de espionaje para comprometer la seguridad y la confidencialidad no solo de los sistemas operativos de los teléfonos móviles y de los ordenadores, sino también de la nueva generación de «televisores inteligentes».
Este último programa, desarrollado en colaboración con los servicios secretos del Reino Unido, nombre en clave Weeping Angel («ángel que llora») infecta la Smart TV con lo que en apariencia parecen apagones, pero que en realidad están programados para grabar las conversaciones de alrededor y para mandar esta información a los servidores de la Agencia.
Desde un punto de vista global, la revelación más que inquietante es la relativa al trabajo desarrollado por el grupo «Umbrage», que recoge y conserva todo cuanto tiene conexión con las técnicas de ataque y el malware procedente de otros Estados. En la práctica, el trabajo de esta sección de la CIA hace más que posible un escenario que permite a los agentes atacar una fuente informática y dejar dentro «residuos» que dirigirán después a los investigadores hacia otro culpable. Un poco como sucede en los relatos de ficción cuando el malo se apodera de un arma que ya ha matado en el pasado y comete un segundo delito que la policía científica tenderá a atribuir al primer homicida. Obviamente no es casualidad que este género de noticias salga a la luz después de que hace meses que Estados Unidos y Rusia se acusan de ataques informáticos. Una diferencia entre estas nuevas revelaciones y las precedentes es que en esta ocasión Wikileaks ha prometido compartir las informaciones relativas a los fallos de seguridad, que ha logrado poseer, con los productores de los sistemas operativos objeto de las mismas.
Contrariamente a lo que se podía imaginar, Italia está en la vanguardia, al menos en lo referente a los instrumentos de espionaje individual; tanto es así que compañías italianas se arriesgan a vender sus programas de espionaje incluso al FBI, que de estas cosas debe de saber. Porque estamos hablando del país en el que este tipo de programas se utiliza desde hace tiempo para espiar a la gente; antes de que alguien se pueda preguntar si estos procedimientos son «legales» o demasiado invasivos, ha nacido un grupo de parlamentarios con la intención de proponer una ley sobre la «disciplina de uso de los receptores legales en el respeto a las garantías individuales» que ya en el nombre es un oxímoron. Y esto porque los denominados «receptores» permiten a quien los gestiona lograr el control completo del ordenador o del teléfono móvil objetivo, convirtiéndolo de hecho en sujeto de cualquier acción y así podérsela atribuir después con cierta facilidad al desconocedor sujeto de su atención. Difícilmente una ley podrá evitar cualquier posible abuso de este género.
Ante una situación en la que, tanto a nivel local como internacional, la vigilancia de los Estados y de sus aparatos aumenta exponencialmente, no hay muchas respuestas posibles. Por una parte, las asociaciones que luchan por la libertad de las comunicaciones y por el respeto de su intimidad pueden seguir con sus campañas. Por otra parte -y es el camino que preferimos- es preciso seguir propagando el uso individual de instrumentos y de programas que hacen el trabajo de los espías si no imposible, al menos más complicado.
Mientras tanto en Estados Unidos, la detestable norma -en la que se basan todos los programas de vigilancia descubiertos y denunciados en los últimos años- que permite a los servicios secretos norteamericanos espiar en el exterior incluso a los ciudadanos estadounidenses, caduca este año. No debemos sorprendernos si, con toda probabilidad, se renueva.
Pepsy
Publicado en Tierra y libertad núm.345 (abril de 2017)