Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que apartar a la religión iba a suponer el camino definitivo de la humanidad hacia la emancipación. Hoy, bien entrado el siglo XXI, en plena posmodernidad, la cosa no está nada clara y las instituciones religiosas sobreviven tratando de mantener su parcelas de poder, bien adaptándose de manera hipócrita a los nuevos tiempos, bien replegadas en el fundamentalismo, bien una mezcla de ambas cosas (lo más habitual). Pongamos varios ejemplos. Es sabido que la Iglesia Católica basa sus dos milenios de existencia en la unidad jerárquica más férrea con influencia dispar en el poder social y político de las naciones según van pasando los tiempos. Sin embargo, como también es lógico y conocido, según el contexto patrio en el que se ecuentre el poder religioso, se manifiesta tirando hacia un lado o hacia otro. Es decir, aunque sumo pontífice solo hay uno y verdadero, el increíblemente progre Francisco, luego la cosa no está del todo clara según la jerarquía confesional en los diversos lares, que también tienen derecho a conservar sus cuotas de poder. Así, refirámonos a dos de las iglesias más poderosas del planeta, las cuales coinciden mílagrosamente con dos de las mayores potencias económicas como Estados-nación: Estados Unidos y Alemania.
Al parecer, la Iglesia en USA se opone a que el presidente Biden, fervoroso católico, además de revolucionario, tome la comunión por sostener el derecho al aborto. ¡Qué cosas! Los católicos alemanes, pueblo siempre más pragmático, se plantean nada menos que ordenar mujeres como sacerdotes, bendecir parejas gays e incluso ir un poquito más allá en la condena de la cantidad de abusos, durante tiempo inmemorial, que se han dado en el seno de la Iglesia. Incluso, cierto arzobispo germano ha llegado a dimitir recientemente, por considerar las «grandes» reformas de Francisco más bien insuficientes. El alucinantemente progre Papa actual, que si no me equivoco llegó hace ya ocho años al poder, cuando fue investido aquello parecía ser el advenimiento de una nueva era para la humanidad. Por cierto, lo mismo quiso verse con la investidura de Obama en 2008, después de dos legislaturas convulsamente reaccionarias como las de Bush jr., y con menor intensidad algo de eso hay en 2021 con Biden como sucesor de alguien tan inefable como Trump. Que todo o nada cambie para que todo siga más o menos igual. Hagamos la analogía en el contexto de este inefable país llamado España o, para el caso que nos ocupa, sigamos con la Iglesia Católica.
La Iglesia alemana, con seguridad, perspicaz ante el paso del tiempo, sabe que o se hacen algunas reformas o el chiringuito eclesiástico se les puede ir viniendo abajo. Otros, más coherentes en su fundamentalismo, pero igualmente aferrados al poder, se repliegan en las creencias tradicionales, que digo yo que deberían ser las que otorguen sentido, como verdades reveladas que son, a todas estas ideologías reaccionarias concretadas en instituciones férreamente jerarquizadas. El Papa Francisco, a pesar de todo lo que se trato de vender en su tiempo, parece más cercano a esta última postura dogmática, que no deja de tener también su alta dosis de hipocresía ante los males de un mundo sobre el que poco aportan de verdad para erradicarlos. Particularmente, se me escapa todo este lío de confesiones católicas, o de cualquier otro tipo, que desemboca en luchar por un poder inicuo. Puede ser muy comprensible que la gente, castigada por los problemas de la existencia y sin que se les ponga delante un horizonte razonable, crea en toda suerte de delirios místicos. Lo que no lo es tanto es que el poder religioso, en cualquier de sus formas, siga maniatando conciencias en instituciones nada igualitarias y ferozmente reaccionarias. Sí, en plena posmodernidad en el siglo XXI, a pesar de estos confusos y convulsos tiempos, trataremos de seguir caminando hacia la emancipación.