Cuando afirmamos que los anarquistas «no votamos», como tantas veces ocurre a los que tienen ideas radicales (sí, en este caso significa profundizar en la democracia directa y en la justicia social), ajenas a los discursos oficiales, parece obligado incurrir en una serie de explicaciones y aclarar el amplio sentido de la palabra «votar».
Así, cuando hablamos de votar, puede decirse que nos referimos a dar o expresar una opinión sobre una cuestión, o sobre una persona. No obstante, es cierto que suele vincularse habitualmente el hecho de votar a la constitución de un mayoría. La elección por parte de una mayoría no significa tener razón, creo que casi todo el mundo estará de acuerdo (al margen de la hipocresía y oportunismo de los políticos cuando aseguran que «el pueblo siempre tiene razón). La decisión por parte de una mayoría, no seamos tampoco tozudos, puede ser útil en circunstancias concretas donde resulta imposible ponerse todos de acuerdo. Los anarquistas, en cualquier caso, siempre se muestran críticos con esta decisión de la mayoría, que no tiene por qué expresar una verdad, ni tener razón; ni más ni menos que como lo expresaría o tendría una sola persona. No obstante, como hemos dicho, reservándonos siempre el derecho a la crítica y la protección de nuestros valores personales, puede asumirse como un método útil la decisión de la mayoría en ciertas actividades colectivas. Podemos expresarlo como, si de forma voluntaria, uno acepta participar en un grupo asambleario donde se decide tomar una decisión por mayoría, deberíamos tener cierto compromiso y responsabilidad ética al respecto.
En cualquier caso, si nos atenemos a la democracia representativa, parece que los anarquistas no votan por una cuestión de principio. El llamado sufragio universal, aunque se presenta como una importante conquista histórica, es criticado por los anarquistas por tratarse de un engaño, una ilusión colectiva, que constituye (y justifica) una nueva forma de poder político (de dominación). Resulta increíble, sea uno anarquista o no, cómo la gente puede ser reiteradamente explotada y engañada para, cuando llegue tiempo de elecciones, acuda de nuevo a votar cuando el poder político lo demanda. Es cierto que el sufragio universal es una conquista histórica, aunque resulte matizable si es tanto producto de la lucha o concesión del propio poder político para perpetuarse. Lo que sí deberíamos comprender es que es producto, una vez institucionalizado, del hábito y de la costumbre. Las personas, y no olvidemos que gran parte de ellas son abiertamente conservadoras y aceptan la realidad que ponen delante de sus ojos, se encuentran ese hábito en el tejido social donde se han desarrollado: donde el poder político les dice lo que tienen que hacer. Las leyes y normas se acatan, no necesariamente por su justicia o imperativo ético, sino porque son sencillamente leyes y así se han constituido (por supuesto, el ciudadano común ni siquiera ha participado en ellas).
El sistema de la democracia representativa o parlamentaria, aunque se quiera presentar de otra forma, arrebata al pueblo (a los integrantes de la sociedad) su capacidad para otorgarse y establecer sus propias normas. Ni más, ni menos, que es una nueva forma de alienación de la mayoría por parte de una minoría que expropia el poder y toma las decisiones. Por supuesto, muchas personas nos dirán que el Gobierno es necesario, que sin él no existiría el respeto por la autoridad y por las normas, no habría en definitiva la posibilidad de la convivencia social. No importa el grado de opresión, explotación, miseria y engaños que se produzcan en la sociedad jerarquizada (el orden social al que se alude), esta ilusión se muestra permanente y acude cada tantos años a las urnas para tratar de cambiar las cosas, unos, de consolidar el statu quo, otros, o quizá para elegir el ‘mal meno’ (tal vez, la mayoría). A pesar de esa ilusión de tanta gente por cambiar las cosas dentro de la democracia representativa, dentro del poder político y de esa alienación del conjunto de la sociedad, el acudir a las urnas periódicamente lo que termina haciendo es consolidar el orden vigente. Tal vez mucha gente piense, de forma honesta, que ese orden es necesario, ya que la alternativa es el caos. Si el caos es la necesidad, la guerra, la marginación, las persecuciones de todo tipo, las carencias de la mayoría en beneficio de una minoría privilegiada, me temo que todo eso ya lo tenemos en el orden jerarquizado imperante (legitimado por el Estado y bendecido por el capitalismo).
La democracia representativa, y no quiero en absoluto recrearme en la razón que podamos tener los anarquistas para sencillamente negarla como una falsedad, debería ser al menos analizada y criticada por parte del ciudadano común. Para empezar, la supuesta mayoría que surge de las urnas no es más que una grotesca abstracción. Si observamos a las personas, no como seres concretos y reales, sino como parte de un orden institucionalizado que los divide en mayorías y minorías (también, abstencionistas, aunque estos cuentan menos) resulta legitimada esa falacia de un individuo, un voto. Las personas formamos parte de una red de prácticas sociales diversas, ya que integramos grupos de diversa índole (familiares, vecinales, de ocio…) donde actuamos y decidimos según se nos permite. Por supuesto, estos grupos no tienen el acceso al conocimiento y el poder que sí tienes las élites privilegiadas. Estas, políticas y económicas, son las que entran en el juego gubernamental y es la mayoría que decide en las urnas (como hemos dicho, una unidad abstracta y artificial) la que permite legitimar a unos u otros. La democracia representativa acaba siendo una nueva forma de oligarquía consolidada y legitimada gracia a la ilusión de una supuesta voluntad popular. Podemos, todavía, y sin acudir a la crítica radical a la democracia representativa, matizar y detallar algo más sobre la manipulación. Así, cuando las personas acuden a votar lo hacen sobre candidaturas preestablecidas por los partidos políticos integradas por personas ya con una carrera política a sus espaldad (y, por lo tanto, perfectamente ajustados a lo institucionalizado, aunque se presenten con un nuevo discurso que seduzca a las masas). Este mecanismo funciona perfectamente con candidatos veteranos o jóvenes, a izquierda o derecha del panorama parlamentario. Como dice Eduardo Colombo: «Se llama democracia representativa o indirecta a esta institución en la cual la voluntad del pueblo fue escamoteada por la alquimia del sufragio universal». Los anarquistas, sencillamente, son conscientes de ese juego manipulador y alienante para reafirmar el poder en manos de una minoría.
Me gustan tus interesantes propuestas y te animo a que no te pares…
Los anarquistas botamos y nos rebotamos si se nos insiste.
¡Salud y buena puntería!