Es recurrente la afirmación, especialmente en el mundo libertario, de que los anarquistas constituyen los olvidados entre los olvidados. Así es, en un país donde venció el fascismo, y cuando los actos sobre la memoria histórica se esfuerzan especialmente en buscar efemérides que idealicen la Segunda República, pocos realizan una mirada razonablemente objetiva y mínimamente equilibrada sobre el poderoso movimiento anarquista del pasado. En el imaginario progresista, o bien los anarquistas son vilipendiados de la peor manera o bien son mencionados con desdén como parte de un bloque izquierdista de dudosa homogeneidad. No, las cosas eran infinitamente más complejas en el laberinto político español previo a la victoria de Franco y sus secuaces. Tampoco es cuestión de pasar por alto que, como por otro lado no podía ser de otra manera, que los anarquistas tuvieron una relación muy tensa con el poder político en esos supuestos años dorados republicanos.
Bibliografía, al respecto, hay mucha y los propios anarquistas, tan preocupados por la cultura y por la memoria se han ocupado en gran medida de ello. No quiero tampoco idealizar al movimiento libertario del pasado, con sus excesos y errores, y recordaremos siempre que se trataba de algo mucho más amplio que la organización anarcosindicalista CNT. Motivos para la crítica, por supuesto, existen como en cualquier otro movimiento u organización y yo mismo, en las múltiples y vívidas lecturas que he realizado, encuentro díficil la identificación plena con alguna de las corrientes y actitudes ácratas de entonces. No obstante, lo que lograron los anarquistas del pasado es digno de recuerdo y es lo que, hoy, mantiene la esperanza de que la humanidad no constituyamos una panda de borregos sin remedio. Solo el afán culturizador de los libertarios, concretado en infinidad de libros, publicaciones y ateneos, ya merece un respeto mucho más amplio que cualquier otro movimiento. Mientras escribo estas palabras, en que confundo adrede el uso de los términos ‘anarquista’ y ‘libertario’, la apropiación actual de este último por ciertos botarates liberales, tan preocupados exclusivamente por su libertad económica, me provoca una mueca de desprecio.
Continuemos con los anarquistas, los auténticos libertarios dignos de ese nombre, sin necesidad de apelativo alguno. También es digna de elogio la capacidad para la movilización en busca de la justicia, que exhibieron organizaciones horizontales y antiautoritarias o, al menos, con una tensión permanente para evitar dirigismos. Sí, como escribió Pessoa, tal vez cualquier organización humana tiene el peligro de la división entre dirigentes y dirigidos, pero hay que aceptar que los anarquistas han sido los más inquietos y lúcidos al respecto. Fueron ellos también los que más hondas preocupaciones tuvieron sobre la democracia, si es que que queremos llamar así a la libre elección de cada persona sobre los asuntos que le afectan, y sin máscaras autoritarias en la forma amable del engaño representativo. Por todo esto, y por mucho más, y siendo consciente de las notables carencias y errores cometidos, y por mucho que haya cambiado el mundo y, por ende, el ser humano, creo tener un hilo conector con los anarquistas del pasado. Es una de las cosas que me hacen, frente al hastío y mediocridad de la sociedad actual, mantener una llama de esperanza en la humanidad.