El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.
Merece la pena destacar, además de ese peculiar maniqueísmo tal del gusto del género humano, que el personalismo de la campaña electoral ha llegado también a extremos vergonzantes depositando esta vez la verdadera izquierda toda su esperanza en la carismática figura de una tal Yolanda Díaz. No ha sido necesario, más allá de algún que otro apunte de ayudas estatales para protegernos del salvaje capitalismo, un sólido y atractivo proyecto político que enarbolar; y, en cualquier caso, da un poco igual, ya que es de suponer que el progresivo infantilismo del electorado conduce a ser seducido sin más por la mera imagen de los elegidos para clase dirigente bien aderezada por unos cuantos apuntes demogógicos (entiéndase esto, no necesariamente en su habitual connotación despectiva, sino en un sentido lato de ganarse el favor de las masas con ciertos discursos susceptibles, o no, de llevarse a la práctica). Al fin y al cabo, la política esta perfectamente subsumida en un mercado (supuestamente) libre donde concurre una pluralidad de partidos exhibiendo sus mejor apariencia con la finalidad de captar al consumidor/elector. Pero, volvamos al maniqueísmo. Efectivamente, la campaña a favor del voto ha llevado a identificar la abstención con algo propio de seres iletrados, grotescos e indolentes que favorecen la llegada al poder, una vez más, de la derecha/ultraderecha/fascismo. Ha sido, claro, una abierta apelación al miedo; algo que, por cierto, en otros escenarios o quizás en este mismo, es muy propio de fuerzas reaccionarias para lograr sus propósitos de afianzarse en posiciones de privilegio, pero no liemos las cosas a ver si alguien se va a encabronar ahora con carácter retroactivo.
No llevaría mucho recorrido desmontar ese lugar común de que la abstención favorece a la reacción, fundada en que el electorado de derecha suele votar siempre y es la izquierda la que se muestra reacia a acudir a las urnas, ya que todo apunta a mera argumentación falaz (podría dar datos, pero ahora no me apetece buscarlos) y a tranquilidad existencial progre (sea lo que sea lo que signifique esto). Me he referido al maniqueísmo de la izquierda, pero eso no excluye el de la derecha, que por supuesto existe, no menos pueril y esquemático basado usualmente en tópicos irrisorios e insultantes como el de que son ellos los que trabajan eficazmente y crean riqueza (y no los rojos esos de mierda que nos llevan al desastre). No obstante, como suele ser la progresía la que señala a tipos auténticamente siniestros, como el que suscribe, por no meter la papeleta en la urna en contra de la reacción, me permito darles un consejo para que les vaya un poquito mejor en la carrera electoral; que nos dejen en paz a los lúcidos abstencionistas, que empiecen a ser autocríticos y que traten de convencer con honestidad, transparencia y un proyecto más o menos eficaz dentro de ese aparato coercitivo que llaman Estado. Claro está, no lo digo por mí, portento intelectual ácrata de tendencias nihilistas que solo aspira a no gobernar ni ser gobernado, sino por aquellos que sí ejercen la sagrada obligación de votar (no sea que les dé otra vez por votar a la derecha).