A todes se nos ha enseñado que la sociedad ha evolucionado. Partiendo de lo simple hacia lo complejo. Entendiendo lo complejo como jerarquía y cadena de mando. Pasamos de vivir en bandas a tribus, de ahí a jefaturas, y por último a Estados, como producto último de la evolución social. Es un esquema que han asumido desde liberales a marxistas: salvajismo, barbarie, civilización (en la cual estamos); y también comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo (ahora), y falta lo del socialismo, que está pospuesto a la espera de tiempos mejores.
Es una empanada mental que se nos ha propuesto desde el siglo XIX, cuando los descubrimientos científicos nos pusieron ante los ojos un universo infinito, asombroso, en expansión desde lo muy pequeño hasta lo inmensamente grande. Era tentador aplicar el mismo esquema a la sociedad humana.
Si lo pensamos despacio, es un disparate. Nuestra especie según el genoma, tiene unos doscientos mil años. Altamira fue decorada en un periodo del 36.000, al 13.000 antes de «nuestra era». ¿Alguien puede creer que en todo ese tiempo, los humanos no experimentaron formas de organización social de lo más variadas?
En las últimas décadas, desde los años ochenta al presente, la arqueología nos está dando más y más sorpresas. Muy agradables. Se desentierran ciudades de miles y decenas de miles de habitantes, sin que se encuentre el palacio, la cámara real o el ayuntamiento. Las casitas son iguales, el trazado de las calles invita a dirigir a las personas a lugares de encuentro en los que probablemente la gente charlaría de cómo le ha ido el día. No se encuentran fortificaciones, ni armamento, con escasos signos de guerra. Hay enterramientos suntuosos, y resulta que los cadáveres son enanos, o payasos, o personas con evidentes deformidades. Se vislumbran enormes monumentos llevados a cabo por personas que no practicaban la agricultura sistemática. Lugares en los que se supone que se llevaban a cabo representaciones en las que se teatralizaba simbólicamente el mundo sobrenatural. O vete a saber. Las inscripciones y figurillas no muestran a reyes imponentes, sino increíbles cambiaformas que aparecen y desaparecen en remolinos hipnóticos, cámaras de memoria que seguramente narran acontecimientos o viajes míticos, animales sin forma definida, figuras femeninas impresionantes, ajuar funerario con pipas de hueso, morteros con restos de drogas psicoactivas, cucharillas de rape, peines… También se descubren zonas de involución, en los que los Estados desaparecen y sus territorios –anteriormente pujantes– quedan malditos, abandonados, nadie se quiere acercar a ellos… Es una historia fascinante de personas que, de forma creativa, durante milenios, produjeron su propia historia, sin determinismos geográficos, económicos o tecnológicos.
Hay ejemplos de todo ello a lo largo del mundo, duraron mucho más que nuestros tristes reinos, y ahí están los arqueólogos, escarbando incansables para interpretar una nueva historia de la Humanidad, en la que mundos complejos y grandes no tienen que ser necesariamente autoritarios, ni estar dirigidos por centros de poder en los que medren sacerdotes, guerreros, reyes, políticos, intelectuales y potentados. Este asunto conmociona a los autoritarios. Que tanta gente inteligente y doctorada piense que cualquier sociedad, institución u organización, tiene que poseer un centro de mando reconocible, dirigido por un hombre horrible, probablemente dice más de cómo piensa el intelectual, el ricachón, el político, el militar o el sacerdote, que de cómo somos realmente los humanos.
Como anarquistas estamos abiertos al cambio aquí y ahora, dispuestos a experimentar la libertad de imaginar y crear nuevos mundos. Porque esa ha sido a lo largo de nuestro periplo, la historia de nuestra humanidad. Esto que vemos y padecemos, un mundo de Estados y dominación por el dinero, desaparecerá en cuanto soplemos. Lo que salga no será para siempre, claro está. Pasará, como todo. Pero, ahí vamos.
NOTA
Fundamentar todo lo que digo haría que tuviese que citar a decenas de libros y autores. Y como sería mu cansao, esto es solo mi opinión con ánimo de incitar a darle vueltas al coco, y así lo dejo.
Con citar a David Graeber y David Wengrow y su estupenda obra «El amanecer de todo» sería suficiente porque me temo que en las academias y facultades tan marxistas ellas, ni los nombrarán.