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Muere un juglar

Se nos ha muerto Javier Krahe, o lo que es lo mismo, se nos ha muerto una parte de nuestras vidas. Muchos crecimos y enriquecimos nuestra conciencia con sus canciones cargadas de irreverencia, sarcasmo e ironía. A diferencia de otros muchos instalados en el drama permanente, el humor era su seña de identidad a la hora de enfrentarse igualmente a la odiosa realidad del poder y sus vasallos. Y aprendimos su efectividad con la censura por TVE en 1986 de aquella valiente obra de arte llamada Cuervo Ingenuo.
Javier ha estado especialmente cerca, no solo por su obra, alguna de cuyas canciones incluso me he atrevido a destrozar con la guitarra, por ejemplo esa gran declaración de ateísmo que es El Cromosoma, sino también por su predisposición a tocar en eventos del movimiento libertario, demostrando una afinidad más que evidente. El Ateneo de Villaverde o el teatro donde se celebró el recital de cantautores para conmemorar el centenario de la CNT, fueron algunos de los escenarios donde alzó la voz acompañado de sus incondicionales músicos para apoyar la lucha antiautoritaria.

El componente hedonista de su mensaje se puede ver igualmente como una reivindicación esencialmente política. Porque no se trataba de un falso individualismo miope ni de una oda al consumismo sino, todo lo contrario, de celebrar nuestra naturaleza y nuestra libertad entre iguales chocando así irremediablemente con los papeles que nos tienen designados quienes planifican nuestras vidas. No es casualidad por tanto ni una ocurrencia de última hora que junto a su último disco regalase el libro El Derecho a la Pereza, de Paul Lafarge.

Desde luego su posición ante la vida no pasó desapercibida para los defensores de la muerte. Desde el año 2004 se vio acusado de los mismos cargos que el arzobispado de Toledo dirigió contra mí en 2008. En mi caso, hablar de los crímenes históricos del cristianismo en general y el catolicismo en particular. En el suyo, ser entrevistado en televisión mientras ponían de fondo un vídeo humorístico titulado “Sobre la Cristofagia”. También Leo Bassi se enfrentó, además de a un atentado, a alguna querella basada en los artículos del código penal utilizados por los nuevos cruzados contra ambos (Artículos 510, “Provocación para la Discriminación”, y 525 “Escarnio de los Sentimientos Religiosos”). Mi afán de compartir mi defensa jurídica por si facilitase la suya hizo surgir la posibilidad de hablar con Javier en un bar de la calle del Pez, en Madrid, durante más de una hora. Nunca estaré lo suficientemente agradecido a la Iglesia por darme la oportunidad de haber charlado con este hombre a quien siempre aprecié tanto en lo que hacía como en su actitud vital.

Su aroma quedará entre nosotros, más fuerte que el de las flores que saldrán por su cabeza, como decía la canción, porque en su legado artístico hay dardos certeros contra el poder y la necedad que promueve para hacernos esclavos. Siempre en la memoria, compañero.

Julio Reyero

Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.326 (septiembre 2015).

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