Las mujeres han estado presentes en las actividades sindicales desde lo que podemos llamar presindicalismo (en España desde mediados del siglo XIX) hasta el anarcosindicalismo en fechas posteriores. Bien es cierto que su presencia siempre fue minoritaria respecto a los hombres y no solo porque el porcentaje de mujeres asalariadas fuera inferior al de sus compañeros.
La presencia minoritaria la podemos relacionar con algunos aspectos como:
-El discurso de género de la domesticidad imponía a las mujeres su mandato patriarcal basado en la idea de que las mujeres debían permanecer en el ámbito doméstico, y excluidas del ámbito público. Pese a que las mujeres tenían que ser competentes en muchos campos para atender los «cuidados», este discurso de género imperante en el siglo XIX y parte del XX, les negaba su perfil de trabajadoras. Los «cuidados» no se valoraban como trabajo y este discurso influyó en la consideración negativa del trabajo extradoméstico femenino. Aunque las mujeres pobres tenían que trabajar fuera del ámbito doméstico (solo las ricas podían permitirse no realizar trabajo asalariado), ese discurso sobrevolaba siempre sobre las mujeres obreras que mayoritariamente procuraban dejar de trabajar fuera de casa si podían.
-La Iglesia católica influía de forma relevante en ellas para reforzar este discurso de género.
-Pero no solo, con ser mucho, influía el discurso de género y el conservadurismo de la Iglesia católica en la poca participación de las mujeres en el sindicalismo y en los conflictos sociales. Las sociedades obreras y sindicatos se construyeron como espacios de la masculinidad obrera: las mujeres no eran bien recibidas en estos espacios o se las consideraba como componentes subalternos de la clase obrera sin atender a la especificidad de la explotación que sufrían (salarios más bajos, trabajos sin cualificación, abusos sexuales por parte de capataces y encargados, etc.). El lenguaje y el discurso revolucionario tenía un fuerte componente masculino (los órganos sexuales masculinos parecía que tenían un protagonismo en la lucha inigualable respecto a los innombrables órganos sexuales femeninos). Las mujeres eran ignoradas cuando no convertidas en objeto de burla si se atrevían a intervenir en las asambleas y reuniones sindicales.
Por tanto, las mujeres en múltiples ocasiones sintieron una clara incomodidad en las organizaciones anarcosindicalistas y en los movimientos de protesta y revuelta por su carácter sexista. En este sentido, las mujeres anarquistas en España enseguida mostraron su malestar por el trato que recibían en las sociedades obreras internacionalistas y luego sindicatos y optaron por no ingresar en estas organizaciones o limitarse a ser afiliadas. Algunas de ellas decidieron constituir sociedades obreras de mujeres, organizaciones feministas de afinidad (librepensadoras o claramente libertarias) o reunirse por separado de los hombres para luego tener más fuerza para intervenir en los Sindicatos. En definitiva buscaron crear organismos igualitarios, seguros (no mixtos), sindicales o feministas. Ambas identidades, la de género y la de clase, se interseccionaron.
Estas iniciativas las encontramos ya en el contexto de la I Internacional y construyen una genealogía de experiencias y de saberes que florecieron durante la II República y la Guerra Civil.
Bueno es decir que también hubo hombres que potenciaron el activismo de las mujeres y que algunas figuras relevantes tuvieron siempre detrás a sus parejas, padres o compañeros con planteamientos igualitarios y respetuosos.
Por otro lado, hay que destacar que en el Movimiento Libertario (ML) tan importante como el sindicalismo fue la cultura y la educación como elementos de emancipación personal y colectiva. En este terreno se intentó hacer saltar por los aires la compacta membrana cultural compuesta por sedimentos que se habían acumulado durante cientos de años en las estructuras mentales y el imaginario social, consolidadas en comportamientos autoritarios, valores jerárquicos y comportamientos patriarcales. Esa transformación cultural, que ejercía una especial atracción sobre las mujeres, a través de los Ateneos Libertarios de barrio, empezó a llevarse a cabo a través de la creación de formas de contrasociedad igualitaria (cooperativas de producción, formas de vida colectivas, instituciones educativas y culturales, etc.) en el seno mismo de la sociedad desigualitaria.
Aplicando lo que se denomina planteamiento prefigurativo: un concepto que siempre ha sido clave en el anarquismo. Este término plantea que los modos de organización y tácticas realizadas deben reflejar con exactitud el futuro de la sociedad que se busca. Es la vieja receta anarquista de correspondencia entre fines y medios. A los y las anarquistas les importa tanto el qué se logra en la lucha como el cómo se obtienen las mejoras. Esto que se aplica a la organización y táctica, se aplica también a la vida personal buscando que esta sea consecuente con el ideal al que se aspira. El anarquismo era, así, «una forma de ser», una experiencia vital, un compromiso existencial y ético, más que una doctrina cuidadosamente acabada.
La revolución social durante la Guerra Civil (1936-1939) fue una clara demostración (fracasada: siempre es cuestionable este término) del poder del anarcosindicalismo y del ML en España y las mujeres participaron en ella en múltiples aspectos. Vamos a destacar la experiencia protagonizada por Mujeres Libres pero no es la única ni mucho menos puesto que hubo mujeres anarquistas que no participaron en MMLL y se incorporaron a otros sectores del ML (CNT, FAI, JJLL) y a otros movimientos (milicianas, maquis, etc.) tanto durante la guerra como en el exilio.
Esta organización (junto con su revista) participó «a su manera» en la Revolución social de 1936 en la que desarrollaron un «más allá» del imaginario revolucionario clásico, del modelo de revolución modelizada (comunismo libertario, Congreso de Zaragoza, mayo 1936). Las mujeres no entraron en ese modelo: de las milicias fueron expulsadas a la retaguardia, en los Comités apenas tuvieron cabida, solo en las colectivizaciones tuvieron cierta presencia.
La revolución de Mujeres Libres se desarrolló con otra lógica en la que no hubo prioridad en los acontecimientos, no hubo modelización, no hubo épica ni heroicidad, la revolución fue silenciosa, poco aparente, sin espectacularidad. Una revolución entendida como mutación cultural que implicaba un cambio vital, una revolución de la vida, de la existencia. Una revolución que transcurrió como un río subterráneo que cuestionó el patriarcado.
Las mujeres de MMLL (excepto una minoría) tenían unos pocos principios ideológicos consignados, unas nociones libertarias muy elementales:
1) Crítica a la delegación permanente del poder y del principio de autoridad que van muy relacionados.
2) Organizaciones asumidas colectivamente por las propias interesadas que impulsaban nuevas formas de vida, de producción y de consumo.
3) Acción directa.
MMLL actuaron más desde la experiencia que desde el pensamiento y se embarcaron en la aventura de cambiar la vida desde la vida. La retaguardia se convirtió en un espacio en que hubo mujeres protagonizando pequeñas insurgencias que desestabilizaron las normas y jerarquías en el día a día.
Se dedicaron a gestionar la vida, a ser solucionadoras de problemas y preservadoras de la vida en lo cotidiano. Se ocuparon de organizar de otra manera las maternidades, de organizar guarderías y comedores colectivos para poder trabajar y tener los «cuidados» asegurados, se ocuparon de las personas refugiadas, de capacitar a mujeres analfabetas, y de un sinfín de problemas cotidianos.
Organizaron sus vidas personales y las de las personas a su cargo, vivieron sus emociones, sus pasiones, su sexualidad, la crianza, el trabajo y el activismo para que fueran compatibles. Muchas de ellas lo hicieron solas, sin hombres, por primera vez en sus vidas. Esa fue «su revolución de la vida», una transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los «cuidados» y un sinfín de aspectos más.
Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles, construyeron un «más allá» de la utopía, no quisieron destruir el mundo viejo sino redefinir la realidad. Esa fue su revolución y nadie le dio importancia ni ayer (por eso no sufrieron la persecución y disolución como ocurrió con la revolución modelizada), ni hoy (aún está por reconocer la relevancia de esta revolución incluso en los medios libertarios).
La Dictadura franquista fue un duro correctivo para las mujeres que no estaban dispuestas a someterse de nuevo a la sumisión impuesta por el Régimen, eso las forzó a vivir un duro exilio interior o bien a marchar al exilio, camino este último por el que optaron la mayoría de las Mujeres Libres más significadas.
El exilio exterior supuso para ellas abandonar todo lo que había sido su vida hasta ese momento y sufrir la condición de refugiadas en un momento en que el auge del fascismo y los sones de guerra en Europa lo complicaban más de lo habitual. De hecho, sufrieron la huida hacia Francia, los campos franceses y el intento de rehacer la vida sin documentos.
Las mujeres, muchas veces solas, arrastrando de sus hijos e hijas y de sus mayores, se convirtieron en el único bastión de los suyos. Aprendieron a vivir en campos de concentración y refugios, soportando toda clase de privaciones (alimenticias, higiénicas, sanitarias), con un único aliado: su infinita capacidad de resistencia.[1]
De las mujeres que estuvieron al frente de Mujeres Libres la que optó por lo que llamamos exilio interior fue Lucía Sánchez. Era una de las mujeres más militantes y la más implicada en la lucha sindical, feminista, propagandística y revolucionaria. Salió al exilio en 1939, en su caso protegida por su pertenencia a SIA. Sin embargo, decidió regresar con su compañera Mery, en 1942, a Madrid trasladándose después a Valencia. Abandonó el activismo y poca gente conoció su paradero, tuvo que callar y olvidar su identidad política anterior.
Otras sufrieron represión, internamiento en campos, cárcel, humillaciones (rapado del cabello, ingesta de aceite de ricino), violaciones, etc. Mujeres como las que nos explicó Mª del Carmen Agullo Díaz en las Jornadas del 80 Aniversario de la Federación Nacional de MMLL: Isabel Mesa Delgado, Maruja Lara Sánchez, Angelina Ferriz Aguilar y tantas otras mujeres anónimas.
El castigo fue de grandes dimensiones, tanto para las que vivieron el exilio interior como el exterior centradas en salvarse y cuidar de los suyos. Quizás por ese motivo tardaron tanto en recuperar la genealogía de MMLL. Fue en 1963 cuando resurgió la organización en el exilio por iniciativa de un pequeño grupo de anarquistas de París: Luz Continente, Helena Tamarit, Pepita Estruch, María Portales, María Juan, Antonia Pompean y Natividad Moro. Poco después, Suceso Portales, exiliada en Londres, se unió a esta iniciativa y propuso la publicación de un Boletín como portavoz de la organización. El primer número del Portavoz de la Federación de Mujeres Libres de España en el Exilio apareció en noviembre de 1964 y se publicó durante doce años, en diciembre de 1976 el número cuarenta y siete fue el último publicado. El mérito de este Portavoz fue sacar del olvido la experiencia de Mujeres Libres y propiciar el enlace genealógico con las nuevas generaciones de mujeres que buscaban ese referente a la muerte de Franco.
[1] Rodrigo, Mujer y exilio, p. 16.