Lanzamos unas reflexiones sobre el ateísmo, del modo más amplio posible, otorgando el horizonte más amplio a la razón, el conocimiento y la ética, algo inherente a la tradición libertaria como demuestra el lema «Ni Dios, ni amo»; es decir, hablamos de una autoridad sobrenatural o metafísica que, de un modo u otro, acaba justificando la autoridad política y (muy) terrenal.
El anarquismo, en sus orígenes, se presenta como el ala más radical del socialismo, lo que no le sitúa como quisieron hacer ver sus enemigos como unas ideas meramente destructoras de todo lo establecido (religión, patria, familia, propiedad..). Para que podamos entendernos, podemos utilizar el verbo «superar» en las propuestas anarquistas, ya que no puede haber actitud coactiva propia de una proyecto autoritario en un anarquista: nadie quiere arrebatar a ningún ser humano sus creencias y afectos, se trata de iluminar las conciencias y de potenciar la cultura para descubrir todo aquello que imposibilita una comunicación racional entre los miembros de una sociedad y los más nobles valores de solidaridad y apoyo mutuo. Ese florecimiento cultural no puede tener ninguna estrechez de miras fundada en creencia política o religiosa alguna, se recoge una tradición enorme de conocimiento y valores, incluidos con seguridad muchos rasgos presentes en las doctrinas religiosas. Sin embargo, esto es así precisamente porque se entiende que los textos religiosos, y los valores que propugnan, son meras creaciones humanas.
En mi opinión, no habría que perder demasiado tiempo en lamentarse en el desarrollo histórico, precisamente porque no tenemos creencias providencialistas (ni teleológicas, en su versión filosófica un poquito más sofisticada), y sí la capacidad para analizar la historia y las ideas en aras de una mejor praxis. Con seguridad, aceptando la complejidad y sin caer en la simpleza, la historia de la humanidad es una tensión permanente entre corrientes autoritarias y libertarias. La manera de comprender el progreso es potenciando todos esos rasgos humanos contrarios a toda dominación y favorecedores de la autonomía social e individual. Otorgar mayor horizonte a la razón y al conocimiento es comprender esto, e igualmente analizar la instituciones autoritarias en las que han desembocado tantas doctrinas (no eternas, sino propias de la actividad humana, con su nobleza y con su mezquindad) para ofrecer una alternativa libertaria. No, no es un camino fácil, pero es el que hemos elegido, fundado en la negación de toda tutela externa. Una de las condiciones apriorísticas, como enarbolaban los viejos anarquistas en sus lemas, parece que es el ateísmo, por lo que lanzaremos una reflexiones al respecto.
El ateísmo fue inherente al movimiento socialista desde sus orígenes, aunque únicamente los anarquistas iban más lejos con el rotundo y significativo lema «Ni Dios, ni amo». Es decir, no al principio de autoridad, ya sea sobrenatural (poniéndola en primer lugar) o muy terrenal. Anarquismo es sinónimo de autonomía, a nivel individual y social, y tal noción no es totalmente posible si existe algún tipo de voluntad suprema. Insistiremos, desde siempre el anarquismo ha hecho propaganda contra la religión, por considerar que es consustancial a ella la existencia de alguna forma de autoridad trascendente, por encima de los seres humanos (aunque se denuncie también que esa forma mística oculte una dominación muy humana). Es algo muy sencillo, y demasiado evidente, no puede haber libertad con la presencia de un amo, ultraterreno, eclesiástico, ideológico o político, del tipo que fuere. Por lo tanto, dejaremos claro que el deseo de autonomía es propio del anarquismo. La opción, individual en principio, aunque obviamente influenciada por las condiciones objetivas, de regirse por la propia conciencia y renunciar a cualquier tipo de «guía» requiere, como es lógico, un gran esfuerzo, voluntad y una reflexión continua.
No pocas veces, en conversaciones coloquiales se acusa al ateo de dogmático y de cerrarse a indagar en lo que podemos llamar «especulación metafísica». Bien, como resulta evidente, el término ateo recoge a muchos tipos de personas, ideas y actitudes, seguramente tantas como diversa es la especie humana; sin embargo, lo que puede unir a un ateísmo combativo es haber comprendido los mecanismos que conducen a creer en según qué cosas (necesidad, tranquilidad, miedo…) y otorgar un horizonte amplio a la razón y a la ciencia, ya que se entiende que la creencia sobrenatural acaba bloqueando esa posibilidad; por lo tanto, el dogmatismo debería ser incompatible con esta postura. Sí, es posible que la negación de los viejos autoritarismos religiosos no haya conducido a muchas personas al ateísmo propuesta. Esto es, a la negación «de» para, posteriormente, construir una realidad humana mejor: los conceptos «negativo» y «positivo» de la libertad, también primordiales para entender el anarquismo. En cualquier caso, es importante llamar la atención sobre esos mecanismos anteriormente mencionados, es posible que no difieran demasiado en las diversas creencias por muy diferentes que se presenten en su envoltorio o por muy sofisticadas que quieran aparecer. Si, además, hay tantas religiones (o que cumplen la función de las religiones, ya que igualmente las creencias son propias de las diversidad humana) que se presentan hoy en día con el subterfugio de «cierta» legitimidad científica, la cosa se complica un poco (no demasiado, si tenemos las cosas claras y seguimos confiando en un conocimiento sólido y en nuestras convicciones).
Volvamos al viejo lema anarquista contrario a cualquier instancia divina y a todo amo terrenal, que a pesar de su aparente simpleza es el obvio punto de partida de una sociedad libertaria. Como decía, esa negación no es el camino más cómodo, requiere un gran esfuerzo (puede decirse que los sometidos tienden a relajarse, como sostenía La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria, o el propio Hegel cuando afirmaba que el poder del amo se alimentaba del miedo del esclavo), una tendencia ardua y fatigosa hacia la libertad, finalmente satisfactoria, por supuesto, y con pocas posibilidades de que haya un camino de retorno. Se dice continuamente que estamos en una etapa de decadencia (algo que no es solo propia de esta crisis actual, llevamos ya mucho tiempo así y difícil es no recordar un tiempo en el que no se haya analizado de esta manera), y solo el anarquismo parece resistir bien al paso del tiempo como movimiento. Hay quien ha señalado que esto es así por ser el movimiento libertario más una actitud ética que cualquier otra cosa, algo con lo que estoy de acuerdo. La intolerable decadencia que sufren las más variadas doctrinas religiosas y políticas no afecta a quienes no negocian con sus convicciones, y tampoco se mantienen alejados en ninguna suerte de «idealismo», sino que pretenden incidir permanentemente sobre el mundo en el que viven. El desprestigio de la razón, tal y como surgió del proyecto de la modernidad, ha dado cabida a todo tipo de creencias, que a mi modo de ver no son más que el síntoma de esa decadencia.
El anarquismo confía también en la razón (no sé si denominarlo «racionalismo», ya que se trata de una corriente filosófica muy determinada y da lugar a equívocos, aunque hay un sentido coloquial que me parece muy diferente y apropiado en muchos casos), y se trata de darle un mayor horizonte, no de dar cabida a lo irracional y a posturas espirituales y místicas de lo más cuestionables. Es por eso que la decadencia y el despiste de todo tipo que sufrimos haya conducido a buscar refugio en nuevas creencias o creencias exóticas, como es el caso de las religiones orientales, que se presentan con una autenticidad más o menos explícita. Existen posturas históricas, morales e ideológicas, que son muy recuperables, la decadencia que padecemos es precisamente síntoma de la tergiversación y renuncia que han sufrido (y que el anarquismo es capaz de asumir gracias a sus miras amplias). Por supuesto, no somos reaccionarios ni fanáticos, somos progresistas y creemos profundamente en la libertad, lo que ocurre, y no gusta a muchos, es que no hemos negociado con nuestra moral. Son aclaraciones que hay que realizar, y demostrar, de forma continua para refutar afirmaciones de gran pobreza intelectual y/o mezquindad. Sigue habiendo motivos para reflexionar sobre el ateísmo, en aras de otorgarle un campo muy amplio, y para reivindicar el viejo lema anarquista: «Ni Dios, ni amo».