Cuando se le preguntó a Charlton Brooker la razón de cancelar la serie Black Mirror su respuesta pudo sonar grandilocuente: «Influido por Huxley u Orwell, quise crear una corriente de opinión y reflexión a través de una serie, pero esta, lejos de producir un cambio, solo consiguió normalizar la distopía, que ya vivimos, o el futuro apocalipsis, para transformarlas en un producto cultural. […] Mi alianza con Netflix fue la puntilla de Black Mirror y acabé tan desazonado que decidí no volver a creer en que las cosas pueden cambiarse desde dentro».
En 2020, la plataforma de streaming que más monetiza y analiza los datos de sus clientes, estrena El dilema de las redes en el que se tocan temas que mucha gente desconocía, como el poder de control de las redes sociales y cómo los usan de forma amoral empresas y gobiernos.
La noche del estreno en Netflix, el uso de Twitter y Facebook se incrementó un 12% por encima de la media para un domingo, impulsado, precisamente, por el impacto que causó el documental. Es decir, la emisión de un documental que impactaba porque nos llamaba a un uso más racional de las redes o a, sencillamente, dejar de usarlas, provocó justo lo contrario de lo que pretendía.
El capitalismo ha convertido elementos marcadamente anticapitalistas, en negocios ajustados a la sistemática del mercado. Decir que el capitalismo nos lleva al apocalipsis es cool. Tuitear que hay que dejar de usar Twitter es cool. Lo antisistema es cool… y, ahora también, capitalista. Una de las empresas más contaminantes del mundo, Amazon, realiza multimillonarias campañas por la sostenibilidad y lanza hashtags en Twitter que alcanzan el Trending Topic a nivel mundial. Un estudio realizado por The Guardian, demostró que si Amazon hubiese utilizado el dinero que gastó en esas campañas reputacionales en mejorar su flota de camiones, habría reducido un 77% la contaminación que provoca. Curioso, ¿verdad?
El «Feminism market», es un mercado que mueve un dineral a través de la venta online de camisetas, chapas, banderas… con el feminismo como estandarte, un movimiento que tenía un marcado carácter anticapitalista y que ahora funciona como catalizador de consumo identitario. La ONU cifró en 420$ millones el dinero necesario para acabar con los matrimonios de niñas en los países islámicos. El mercado de las camisetas feministas mueve, solo en Estados Unidos, más de 2.000$ millones. Resulta aterrador pensar en cómo cada solución que trata de resquebrajar el monolítico capitalismo, acaba convertido en divertimento, en moda, en Trending Topic, en pin, en camiseta, en políticas reputacionales para empresas o, por resumirlo, en parte activa del problema.
El capitalismo ha conseguido algo que parecía imposible: que oponerse a él sea casi tan capitalista como defenderlo. Por eso cuando veo una película como No mires arriba siento muchísima desazón. Dejando de lado que este divertido film discurre anárquico [sic] como una sucesión de gags, vuelvo a sentir ese cansancio del que se ve abocado a la imposibilidad del cambio. El punto de partida es maravilloso, pero los guionistas deciden utilizar el humor para convertir una temática gravísima en una comedia agridulce para todos los públicos, que tan solo pretende demostrar algo que ya sabemos: que la raza humana merece la extinción.
El problema, y creo que esta es la clave, es que intuyo que cualquier espectador se identificará con los protagonistas, Leonardo Di Caprio y Jennifer Lawrence, y he aquí la perversión, que No mires hacia arriba pretende hacernos sentir como personas racionales. Personas que saben que lo que está ocurriendo sería imposible en un mundo real, donde todos evitaríamos juntos la llegada del meteorito. Esa paradoja es lo que provoca la risa constante. Pero, ¿es real? Si bajamos a la realidad, sin meteoritos, observamos que el capitalismo no es un desastre natural que arrasará el planeta en cuestión de segundos. El capitalismo es un veneno que actúa de forma progresiva, que sigue haciéndonos creer que podemos crecer hasta el infinito, que sigue haciéndonos creer que merecemos lo que tenemos, que sigue haciéndonos creer que, mientras nos riamos con películas como esta, mientras alucinemos con Black Mirror, mientras compremos a empresas no contaminantes, mientras tuiteamos muy fuerte que #BlackLivesMatters, o que mientras publiquemos en nuestras redes textos como este que estáis leyendo para calmar nuestras conciencias, todo estará bien. No, siento deciros que no somos parte de la solución, que no somos Di Caprio ni Lawrence en No mires arriba. Si lo fuésemos, si fuésemos parte de la solución, esta película no nos haría ni puta gracia.
La conclusión es evidente y con esto cierro para el que no quiera leerse el hilo (o artículo) entero: Antes el sistema fagocitaba todo conato de resistencia, ridiculizándolo o demonizándolo. Ahora lo convierte en lucrativo negocio. La ansiedad de Di Caprio me parece especialmente simbólica porque se ridiculiza, quitándole hierro y presentando al personaje como un pirado ridículo. «Replantearos la realidad, pero siempre bajo el ámbito del humor o la crítica en redes. Pasar de ahí es ser un paria».
Hilo de Twitter por: @LosPajarosPican – Daniel Méndez