Cuando me comentan que el anarquismo y el anarcosindicalismo, no son lo que eran, yo me quedo sorprendido… ¿Cómo que no? Cierto que hace la tira de años tenía mucha más influencia. Cierto que hubo una guerra que perdimos, y quedamos con muy poquita gente. Cierto que el autoritarismo se hizo fuerte… Pero el anarquismo sigue siendo el mismo que era, y su existencia y la de sindicatos, grupos, colectivos, ateneos…, adscritos a su filosofía, es de suma importancia para el cambio social, y explico por qué.
En 1951 Solomón Asch, un psicólogo social realizó un célebre experimento. Se mostraba a un grupo de sujetos una tarjeta con unas líneas de diferente longitud, y se les preguntaba cuál era la más larga, o corta con respecto a otra línea que servía de referencia. Lo mismo hizo con figuras, tamaños, colores… Todos los participantes, que en realidad eran cómplices de Asch, daban la misma respuesta errónea. El último en responder, que era el cobaya, veía claramente cuál era la respuesta correcta. Era imposible no darse cuenta de ello. Pero en un 36% de los casos respondía lo mismo que los otros, dejándose llevar por la presión del grupo. Y el resto, se mostraba inquieto por no ser de la misma opinión que los demás. ¿Qué demuestra el experimento? Que una persona puede tomar una deci-sión completamente errónea a sabiendas, si el grupo tiene una creencia unánime. Ahora bien, en los experimentos de Asch, esta tendencia al conformismo y al dejarse llevar se reducía drásticamente si cualquier otro individuo mostraba disconformidad, aún dando distinta respuesta errónea. Entonces el cobaya podía ponerse terco e insistir en la respuesta correcta.
Este experimento, lo podemos complementar con el de Stanley Milgram, en 1963. Milgram contrata a un actor, le pone unos electrodos, y capta a más de cien cobayas a los que paga unos pavos por hacer lo siguiente: les va poniendo sucesivamente delante de unos mandos con cables que van hacia el actor. Les dice que el experimento trata de comprobar cómo el dolor y el castigo mejoran el aprendizaje. El cobaya tiene que hacer preguntas al actor (lo ve a través de un cristal), y si se equivoca en la respuesta, meterle una descarga eléctrica progresiva que va de, pongamos 40 a 400 voltios. Todo mentira, claro, el actor lo único que hacía era fingir dolor. Bueno, pues la mayor parte de los cobayas, aún mostrando des-agrado, nervios o indiferencia, subieron los mandos hasta 300 y 400 voltios, viendo como el actor convulsionaba hasta el desmayo…, simplemente porque un tío con bata blanca y bien afeitado le había dicho que estaba llevándose a cabo un experimento científico, y le pagaba unos dólares.
¿Qué nos demuestran estos experimentos? Pues que la obediencia a la autoridad, puede llevar a personas corrientes a realizar actos execrables. Torturas, asesinatos, robos, quedan justificados si: a) mucha gente los asume; b) si los ordena alguien con poder; c) si hay algún incentivo económico. Pero, basta con que alguien discrepe fuertemente, basta con que uno desobedezca, para que toda esa pantomima se cuestione. Esa es una parte del experimento de Asch que no se suele conocer. Si alguien niega, los que asumen, los que se conforman, los que obedecen…, se sienten mal, y pueden, tal vez, modificar la maldad de su obediente conducta… O matarte.
Discrepar es duro, es muy jodido, tiene un coste psicológico importante. Pero el conformismo conduce a aberraciones que acaban costando infinitamente más que un enfrentamiento con el grupo. La actitud del anarquista, que reflexiona, que niega la autoridad, que discrepa, que se enfrenta a fuerzas inmensas, que arriesga su libertad, sus recursos, su tiempo y su vida por la libertad personal y colectiva, es la actitud del buen ejemplo, que permite a los demás ver, comprender y disentir. Esa es la aportación del anarquismo, el que fue y el que es, al cambio social.
Acratosaurio Rex
Públicado originalmente en el boletín Siglo XXI # 39, Madrid, octubre 2018. Número completo accesible en https://drive.google.com/file/d/1QRlRpE0NwavLWQyZC5StRjsUsl-4r4c2/view