Hoy, hay eso que llaman pomposamente convocatoria electoral en la capital del Reino, y creo que también en otras regiones de este inefable país llamado España. Hay quien considera que, por ser elecciones locales, es posible cambiar alguna cosita con más base que a nivel estatal. Claro, si llegan al poder los buenos. Bien, no dudo que sea posible cambiar «algo» a través del poder, pero la gran pregunta es si es posible cambiar alguna cosita sustancial. Y eso, si conquista el poder esa gente honesta, que tampoco los veo venir dada la patética e hilarante fragmentación de eso tan difuso que denominan ‘izquierda’. Hay pertinaces ácratas que se empecinan en hacer propaganda de la abstención, tratando de evidenciar la falacia de la democracia parlamentaria, pero yo siempre digo que no gastaría el mínimo esfuerzo en ello. Que cada cual haga tenga la ilusión que le venga en gana y haga lo que considere en consecuencia. Eso sí, por favor, está ya muy gastado el cuento de culpar a la abstención de nada. Si no se tiene la capacidad de seducir al personal con propuestas y hechos, más importante sería esto último, que nos dejen en paz a los que, en convocatoria electoral, nos quedamos en la cama igual. Hace no tanto, la democracia parlamentaria parecía estar en crisis. ¿Qué ha pasado desde entonces?
En 2011, se produce el llamado 15M, acontecimiento de hartazgo ciudadano que cuestiona las instituciones y que parece propugnar la autogestión social frente a la democracia representativa con sus políticos profesionales. Un ilusionante movimiento, con sus asambleas, su horizontalidad y su autorganización. No obstante, de cara a a una transformación definitiva, y con todo mi respeto a lo que supuso, aquello se va desinflando paulatinamente con el colofón de ciertos partidos nuevos emergentes. Fuerzas políticas que se presentan como una nueva forma de actuar en la democracia, pero para acabar transitando el camino trillado de siempre. Se preparaba el asalto institucional y, aunque después de cierto auge electoral, la cosa también se va viniendo abajo, llegan incluso al gobierno central en coalición con un partido, que hasta entonces representaba a la casta. Tengo también amistades que consideran, dejándonos de quimeras utópicas, que esa fuerza minoritaria en coalición ha llevado a cabo las únicas medidas de progreso auténticas. No quiero entrar en el cuestionable calado de esas supuesta medida sociales, pero si insistir en que el circo electoral, donde ha entrado sin ningún problema toda esa izquierda fragmentada de nuevo en diversos partidos, anula el imaginario colectivo en aras de una sociedad verdaderamente libre y autoorganizada, con alguna forma de democracia directa o como lo queramos llamar.
Además de esa mínima conquista del gobierno central, y más importante dada la jornada de hoy, también llegaron en estos años las fuerzas del cambio a diversos ayuntamientos. Ese asalto institucional, también a nivel local, habrá quien lo defienda también con reales medidas de progreso, pero solo parecen observarse, de nuevo, algunos cambios sin demasiada importancia sin tocar problemas de fondo, tal vez intocables en el sistema que padecemos. Así fueron las cosas, de nuevo alternancia en el poder y los nuevos partidos acabaron siendo demasiado parecidos a los antiguos. Las grandes fuerzas del cambio se adaptaron sin mucho problema a socialdemocracia, eufemismo en este indescriptible país para denominar a un sistema, estatal y capitalita, donde todo parece estar atado y bien atado. En los últimos años, hay un auge también de partidos abiertamente reaccionarios, como ese engendro llamado Vox, que no deja de ser una escisión de una derecha tradicional, que siempre estuvo de una u otra forma. Es por eso que la nueva estrategia para votar «progreso» pasa a ser, no tanto el cambio, como parar la ultraderecha y el fascismo. No parece tan claro que frenar a los abiertamente reaccionarios, como tantas otras cosas, se haga a través de las urnas. Insistiré, que cada uno hoy haga lo le venga a gana, pero al menos tengamos memoria, capacidad de indagación y tendamos a observar la realidad con cierta claridad meridiana. Ojo, que no digo que sea mi caso; al fin y al cabo, un irreductible y trasnochado ácrata.