“En la construcción que tenemos ahí, mire, no han parado de trabajar. Nos siguen tratando como unos esclavos sustentables en este país. Al fin nos tratan como números. Si se mueren, que se mueran. Pero nosotros somos la mano poderosa en este país. Nosotros movemos la economía”.
Repaso estas palabras varias veces en mi cabeza. Sencillas, sí, pero cuánta verdad reflejan. Vivimos en un mundo plegado al beneficio económico; el capital y sus necesidades de expansión marcan los ritmos de nuestras vidas. En esta vorágine, nuestra condena es esa, ser meros números, meras herramientas en la generación de riqueza ajena. Pero a la vez, esta condena nos otorga fuerza, una fuerza extraña e indeseada, pero ahí está, sin nosotros, sin esas herramientas, es difícil (por no decir imposible) que todo esto funcione. Condena y fuerza; esperemos romper algún día con esta dicotomía. Mientras tanto, nuestra realidad se ha visto sacudida con enorme virulencia por una pandemia sanitaria. Estamos en mitad de una tormenta. Y aquí las palabras resuenan con más intensidad. La reflexión pertenece a Myrna, por cierto, una anónima vecina del neoyorquino East Harlem. Mientras la graban para uno de los últimos documentales de la productora alemana Redfish, Myrna camina por las calles de su barrio con un carro abarrotado de alimentos y otros productos de primera necesidad. Forma parte de una de las incontables redes de solidaridad que han nacido al calor de esta devastadora tormenta en la ciudad de Nueva York.
El paso de los meses ha convertido al estado de Nueva York, con su ciudad de nombre homónimo a la cabeza, en el gran foco de esta pandemia en Estados Unidos. Cientos de miles de personas se han contagiado, y el número de fallecidos solo en esta urbe ya supera al conjunto de los muertos en nuestro país.
La sacudida ha sido tremenda, y el impacto se ha visto acrecentado por una serie de gobiernos (federal, estatal y municipal) que no han sabido o querido gestionar sus consecuencias en la población. Falta de previsión y falta de medidas. Pero no sólo eso, las condiciones estructurales que nos marca el sistema no pueden olvidársenos. Pues si bien es cierto que el virus contagia a todos por igual, no todos se contagian igual, ni mucho menos mueren igual. Aquí, es interesante introducir el concepto de las comunidades históricamente abandonadas, aquellas comunidades que arrastran un pasado y un presente de invisibilidad y explotación. Jay, un vecino del Bronx e integrante de la red de solidaridad North Bronx Collective, pone el acento en este aspecto cuando nos recuerda que su barrio, uno de los más pobres de Estados Unidos, también atesora uno de los porcentajes más altos del país en diabetes y enfermedades respiratorias como el asma, dos afecciones que derivan en mayores posibilidades de riesgo a la hora de pasar por el COVID-19. Enfermedades, altas tasas de paro y de trabajo precario, menor acceso a la sanidad (y, muchas veces también, a una cultura sanitaria), déficits a nivel habitacional, completa falta de muchos servicios básicos… En pocas palabras, la vida cotidiana en un barrio olvidado, una vida ya de por sí difícil, pero que explota cuando se acerca al centro de la tormenta. Los ejemplos son innumerables, pero en momentos de especial estrés, como puedan ser las catástrofes naturales, salen a la luz con más dramatismo. Podemos recordar casos como el huracán Katrina y sus terribles consecuencias sobre los suburbios negros de Nueva Orleans, o el paso de la tormenta tropical María por la colonia norteamericana de Puerto Rico. Estas catástrofes naturales (o sanitarias) acaban arrojando luz sobre unas catástrofes previas, estas de carácter político.
Ahora bien, este apoyo mutuo que aflora de forma innata ante momentos de necesidad, ¿nos abre una ventana hacia un futuro más comunitario o simplemente acaba haciéndole el trabajo sucio a las necesidades del Estado y la economía? Pregunta difícil, pero que sólo puede responderse desde la práctica. Las redes de apoyo mutuo nacen desde la necesidad de un cuidado comunitario, un cuidado que siempre acabará entrando en contradicción con las necesidades de expansión del capital. La práctica de la solidaridad implica desde este ámbito un marco de actuación que trata de atacar las causas subyacentes de la pobreza y la precariedad de las comunidades desde la escucha y la participación de las mismas, en contraposición a una caridad que viene de arriba, de instituciones, formales o informales, y en la que son éstas quienes deciden qué dar y a quién dárselo. Es en el desarrollo de esta solidaridad y en la capacidad de dar continuidad a estos espacios, donde veremos si la ventana es aprovechada o hay que volver de nuevo a la casilla de salida.
La tormenta sigue, y mientras nos esforzamos en capearla de forma conjunta, no es mala idea echar un ojo a lo que otros hacen y piensan sobre el tema, aunque sea a miles de kilómetros de nuestra querida Madrid. Así que os recomendamos el documental Epicenter New York: mutual aid vs COVID-19 producido por Redfish y que podéis visualizar con subtítulos en castellano a continuación. Que siga creciendo la solidaridad.
«La lucha se hereda. Nuestros hijos, que nacieron acá, deben de seguir cultivando esta organización comunitaria. Dicen que sólo el pueblo salva al pueblo. Tenemos que unirnos y, botar la opresión».
https://www.todoporhacer.org/pandemia-en-nueva-york/