El anarquismo y el federalismo como su esqueleto organizativo

¿Por qué somos anarquistas y otros muchos no?

Lo que sucede en el mundo hoy, lo que sucedió ayer, lo que podrá suceder mañana, induce a la mayor parte de las mujeres y los hombres a reflexiones a menudo pesimistas, críticas, a veces en forma de lamento, otras veces desesperantes. Parece como si una especie de gran vacuna nos haya dejado inmunes e insensibles a todo esto; todo parece sistemáticamente inmutable e inevitable, a veces incluso por descontado.
Una de las preguntas más recurrentes que me suelo plantear (y estoy seguro de no ser el único) se refiere precisamente a por qué mujeres y hombres pueden aceptar todo esto sin, aparentemente por lo menos, oponer resistencia o activar una rebelión que vaya más allá de la simple protesta o de la lamentación de turno. En otras palabras, a menudo parece que lo que tenemos enfrente sea inmodificable o constituya la estructura psicológica de nuestro pensamiento.
Pero el problema existe, está delante de nosotros, basta con dejar de fingir no verlo, con no bajar la cabeza, con no escapar a un limbo de certezas mesiánicas, para darse cuenta. Probemos ahora a sugerir algunas hipótesis.

Como sucede a menudo, me parece importante antes que nada interrogarnos a nosotros mismos, leer nuestra historia, empatizar con el prójimo, adentrarnos en una situación, un contexto, una realidad. Probablemente cada uno de nosotros podrá, recorriendo su historia personal, descubrir e identificar algún elemento de clarificación sobre por qué hemos reaccionado ante un atropello o continuamos resistiendo a una modalidad de relaciones autoritarias. Seguramente podremos comprender que, en un momento dado, hemos roto radicalmente con el imaginario social dominante y estamos mejor así. No añoramos muchas cosas que una sociedad monstruosamente consumista nos publicita cada día, por ejemplo. Por el contrario, tenemos el placer de saborear momentos y situaciones en los que los demás aparecen en todo su esplendor y no como una amenaza. Y muchas otras cosas. Pero eso no basta, no es suficiente para explicar o intentar comprender; necesitamos más.

Este tema del servilismo difuso ha sido magistralmente indagado por Étienne de La Boétie a finales del siglo XVI, en su extraordinario y siempre actual libro Discurso sobre la servidumbre voluntaria (si todavía no lo habéis leído, leedlo y difundidlo). De La Boétie concluía, refiriéndose a una verdad insoslayable: las raíces del dominio están dentro de quien lo sufre, por lo que o se sale de esta lógica con un acto de ruptura, o se acaba siempre por justificar lo existente. Pero, y este es el problema de los problemas, ¿por qué sucede esto raramente y con tanto esfuerzo? De hecho, me he preguntado muchas veces por qué los hombres y las mujeres están dispuestos a creer en todo, realmente en todo, en las absurdeces irracionales de la fe, antes que a nosotros. La primera respuesta que me ha surgido, sobre la que obviamente soy el primero en tener dudas, es que ser anarquistas, vivir como anarquistas, es difícil y cansado. Caminar y proceder según la ola de la costumbre y de la seguridad de lo habitual ofrece indudablemente a muchas personas la posibilidad concreta de no formularse preguntas, de considerarse a salvo de cualquier turbulencia y de sentirse parte de un mundo que es, sobre todo, un modo de ser. Esto es así para quien no sale del cascarón de lo existente y para quien tiene miedo de cualquier cosa diferente, probablemente incierta, insegura.

 

Sin el poder se está mejor

Fatalismo y determinismo caracterizan nuestras relaciones, monopolizan nuestros comportamientos, ocupan nuestros sueños. El sentido de la autonomía, este bien precioso e indispensable para ser libres, aparece cada vez más comprometido y vacío de respuestas prefiguradas y preestablecidas, hacia las que alimentamos una especie de paralizante devoción. De hecho, absorbemos todo, nos cuesta recuperar el sentido de elección auténtica y libre que solo la autonomía (al menos una buena dosis) nos permite practicar. De este modo huimos de la responsabilidad, es decir, de la capacidad de respuesta y, al mismo tiempo, de responder a los demás. Si no somos creíbles para la mayoría probablemente quiere decir, por nuestra parte también, que debemos asumir responsabilidades, practicar la elección, salir de las fortalezas consolidadas, encontrar a los demás, escuchar no solo con las orejas sino con todo el ser. Pero también significa no pensar en poder tener, en nombre y por cuenta de un sistema de pensamiento, una respuesta para todo, como piensan, con los resultados que hemos podido comprobar, la ideología totalitaria y la fe irracional.

Aceptar la propia parcialidad y la relatividad de las propias observaciones y de los propios análisis significa asumir la responsabilidad de no imponerse a los demás cada vez que se presenta la ocasión; significa caminar al lado, no ir en lugar de otro en un espacio y en un tiempo, aunque estos sean diferentes. Esta es la doble responsabilidad a la que, me parece, estamos llamados y a la que hemos de responder. Todo esto no significa diluir o, peor aún, escoger el propio anarquismo en una confusa miscelánea de sensaciones o gestos concretos. Quiere decir, más que nada, no vender un enésimo producto (aunque esté bien presentado) sino preguntar, formular dudas, descomponer situaciones, asumir comportamientos diversos, en resumen, perturbar la quietud asfixiante que gobierna este mundo. Una de las pocas convicciones sólidas que tengo es que una vez roto el encanto del dominio, rechazadas y alejadas las ansias del tener y del poder, se vive mejor, se está bien al menos consigo mismo. Y esto no es poco, aunque tampoco es bastante.

Me parece que se puede sugerir que el servilismo en el comportamiento cotidiano de tanta gente es debido, al menos en parte, a esta huida de la responsabilidad que hombres y mujeres practican porque simplemente es más cómodo y más fácil, aparte de automático, obedecer y adaptarse a lo existente. A fin de cuentas, nosotros proponemos una modalidad de relaciones que se basa en un continuo trabajo sobre uno mismo, sobre una progresiva y significativa liberación de cualquier dependencia no natural e impuesta, un modelo de vida basado en valores que van contra corriente respecto a la marcha general de la sociedad. Así pues, el esfuerzo que creo debemos hacer, tiene que ver con el hecho de proponer un anarquismo más creíble y más apetecible, si queremos, como yo creo que es lo justo, acrecentar la tasa de anarquismo en la sociedad.

 

¿Un anarquismo creíble?

Por tanto es importante, si no el único medio, demostrar que las soluciones que podemos sugerir, en los límites impuestos por la realidad existente pero de modo coherente con nuestros fines, están más en consonancia y son más eficaces para garantizar la solución concreta de un determinado problema y, en general, para aumentar la calidad de nuestra existencia. Por ello, las experimentaciones que podemos realizar, en los diferentes ámbitos de nuestra vida cotidiana, marcadas por una visión alternativa a la dominante y caracterizadas por una metodología coherente y libertaria, pueden demostrar que no solo es posible una cierta tasa de anarquismo aquí y ahora, sino que también se pueden ilustrar, con el ejemplo, posibles soluciones que puedan mejorar nuestra existencia.

Una de las cosas que creo útil subrayar es que gracias a las prácticas de libertad y autonomía, no solo aumenta nuestro sentido de la responsabilidad y se expande la tasa de influjo hacia los demás, sino que también se amplía nuestra satisfacción personal. De hecho, lo que aparece como imposible o indeseable para algunos puede por el contrario demostrarse como satisfactorio para muchos. No nos olvidemos de que si preguntamos a la gente que encontramos cotidianamente qué saben y qué piensan de la palabra “anarquía”, todavía hoy y a nuestro pesar, las respuestas que podemos obtener son desoladoras. Por eso pienso, pero solo es una hipótesis de trabajo, que debemos esforzarnos en hacer nuestro anarquismo creíble, sobre todo en el sentido que he propuesto y definido. Con la modestia y la disponibilidad de quien sabe que solos y únicamente con nuestro pensamiento no podremos nunca tener respuestas para todo.
En cualquier caso, seguramente podremos inspirar un método radicalmente diferente.

Francesco Codello

Publicado en Tierra y libertad núm.333 (abril de 2016)

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