Hace unos días leía con total desapasionamiento, que la señora Cospedal, cesada del ministerio de Defensa, había gastado (redondeando) cuatro millones de euros en 80 capellanes castrenses en 2017 (1). La noticia la daban medios digitales de izquierda y laicos, y era luego compartida en internet entre grandes lamentaciones, de lo chunga que es la derecha fascista. A ver: sale el mantenimiento de un capellán, en unos cincuenta mil euros anuales (salarios y seguridad social dios mediante).
Total, que resulta que por arte de birbiriloque, los jueces, los periodistas y la guardia civil han derribado al PP, y ahora es un gobierno socialista, el que dirige el rumbo de la Nación. Los nuevos dirigentes se las prometen muy felices, y adoptan de cara a la galería algunas medidas que establezcan con claridad, que las cosas han cambiado. Ejemplo: recibimos un barco de inmigrantes y se les tratará conforme a la ley (es decir, que lo llevan claro), y se quitarán las cuchillas de las alambradas de la frontera, con un nuevo plan de contención.
La cuestión que quiero plantear es la siguiente… Los capellanes esos no van a desaparecer. Ahora mismo es un gobierno socialista el que está pagando religiosamente los curas castrenses. Están presupuestados este año, y lo están los próximos años hasta la llegada del Apocalipsis, así gobierne Pablo Iglesias, Alberto Garzón y Diego Cañamero en un tripartito fecundo. Os apuesto…, diez euros que tengo en alguna parte, que los cuarenta millones de euros seguirán apoquinándose tan panchamente al clero militar, con subidas anuales. Con Margarita Robles. Jura sin crucifijo, que pagará lo que haga falta.
Y como eso, viendo que no me ha cambiado la situación, pienso que todo va a seguir yendo de culo, porque en el entramado de leyes, interventores, controles, estudios jurídicos, marcos presupuestarios y demás, el margen de maniobra que tiene un Gobierno «para cambiarlo todo», es más que estrecho, nulo. De ahí que José Múgica, el expresidente progresista de Uruguay, cuando se le preguntaba que por qué no había acabado con la corrupción, o con la pobreza, o con lo de más allá, respondía que «un gobernante no hace lo que quiere, si no lo que puede». Que es más o menos lo mismo que respondió Rajoy (reaccionario) cuando le reprochaban el incumplimiento de su programa desde el primer día. Lo cual nos indica que progresistas y reaccionarios se parecen bastante cuando gobiernan.
En definitivas cuentas: que ahora tenemos un gobierno social, apoyado por un montón de partidos que están en la puerta diciendo el «qué hay de lo mío»… Y todos ellos, están gestionando, cárceles, bancos, despidos, desahucios, policías, juicios, universidades, y cuantas plagas fascistas se os ocurran.
Lo cual me hace pensar, que lo mismo es que resulta que seguimos en el camino del desastre, hacia otra crisis peor que la anterior, solo que el conductor –dicen–, es de los nuestros. ¿No sería mejor, en algún momento, parar este autobús delirante, tirar las llaves a un pozo, y echar un sigarrito?