Hace 10 años, con las movilizaciones del 15M y el ciclo de luchas que se abrió, se caracterizaba a España como un lugar donde había una pinza que impedía el surgimiento de expresiones de extrema derecha de nuevo tipo como las que surgían en Europa. El Frente Nacional en Francia, Demócratas Suecos, Liga Norte en Italia, UKIP en Reino Unido, los gobiernos de Polonia y Hungría, AfD en Alemania, Amanecer Dorado en Grecia o el FPÖ Austriaco conformaban una amalgama diversa de propuestas desde la extrema derecha. Unos más fascistas, otros más neoconservadores, muchos homófobos, todos antifeministas. La cuestión es que había un resurgir de la extrema derecha sin que hubiese temor alguno a una izquierda revolucionaria cercana al poder, que fue el motivo principal del auge de los fascismos a principios de siglo. La nueva-vieja extrema derecha se había quitado algo de naftalina encima y se mostraba como una opción respetable, relativamente alejada de los cabezas rapadas y las palizas a inmigrantes (aun sin condenarlas), con un discurso antiélites en algunos casos y en todos defendiendo a las familias tradicionales y sus, aparentes, necesidades.
En España esto no sucedía. Una esfera pública movilizada y capitaneada por un movimiento social masivo, junto con un partido único de derechas (el PP) que aglutinaba todo el voto de todo el espectro de la derecha, impidió por un tiempo que una opción más allá fuera viable electoralmente. Es cierto que existe un franquismo sociológico, una parte de la población que se identifica con el franquismo o que compra las teorías revisionistas de la guerra civil, que era un caldo de cultivo de la extrema derecha. Pero sin ruptura con el PP y un liderazgo carismático, la operación no era viable. Y ahí apareció Vox y Abascal.
El asalto institucional de parte de la izquierda movilizada, el peso de la cuestión electoral, el desgaste de la movilización popular o la incapacidad de transformar los deseos movilizados en políticas públicas o nuevas formas de organización social terminaron de matar uno de los mayores hitos del ciclo 15M: la esfera pública. En un clima de, en cierta manera, ofensiva popular (aunque fuera a la defensiva) existió un debate público muy enriquecedor que se plasmaba en asambleas, nuevas mareas, centros sociales, publicaciones, investigaciones y tantas otras formas de expresión que marcaban agenda y ante el que el resto de actores políticos se tenían que posicionar. Cuando esto muere, el fantasma de la reacción toma cuerpo y su forma corpórea no es única ni está solo en el extremo del flanco derecho del tablero político.
Todo esto no es nuevo
Estamos asistiendo al envalentonamiento de una izquierda reaccionaria, que sin haber logrado nunca nada, trata de decirle a los sectores movilizados lo que deben hacer. Aludiendo a una supuesta defensa de las políticas favorables a la clase trabajadora, cargan contra los feminismos, el ecologismo o las personas trans. Resulta que para esta izquierda reaccionaria, autodenominada materialista y racionalista, la pérdida de derechos laborables y el olvido de la clase trabajadora es consecuencia de los discursos feministas o de género. En un punto de la historia donde sabemos que existen unos límites físicos de los materiales, que hay un cambio climático en marcha fruto de la acción humana y el excesivo consumo de combustibles fósiles, esta reacción clama por la industrialización del país aunque sean industrias nocivas para el desarrollo humano y social. El enemigo no es la clase propietaria, es la alianza globalista de las feministas y ecologistas comandadas por George Soros. Anhelan un mundo que ya no existe, y que probablemente ya no exista por los errores políticos y estratégicos de sus antecesores políticos. Y es que la nostalgia no es otra cosa que echar de menos un pasado idealizado que nunca existió.
El cliché del obrero de mono azul no es el sujeto predominante entre la clase trabajadora realmente existente. Las tasas de sindicalización son las más bajas de la historia. La temporalidad en el trabajo es más alta que en las décadas pasadas. Todo esto no implica que la cuestión de clase sea indispensable y que la comunidad de intereses potencialmente revolucionaria se genera entre las desposeídas forzadas a vender su fuerza de trabajo. Pero acusar a las minorías sociales que reclaman visibilidad, representación y derechos de ser las responsables de la derrota de la clase trabajadora es, además de falso, un discurso reaccionario funcional a la extrema derecha.
Se acusa a todos estos “nuevos” movimientos (feminismos, LGTBiQ, ecologismo, diversidades varias…) de ser inocuos al Capital. Se olvidan de dos factores imprescindibles en cualquier análisis de clase y materialista. Primero, bajo la hegemonía absoluta del capital todo es susceptible de ser incorporado a las lógicas del mercado. Segundo, el primero de todos estos movimientos en ser derrotado e incorporado a las estructuras de la gestión de la miseria (el Estado y el Capitalismo) fue el movimiento obrero resultante de la segunda guerra mundial capitaneados por los partidos socialdemócratas y bastantes de los autodenominados comunistas y marxistas-leninistas. Igual que no todo el movimiento LGTB ha sido absorbido, no todo el movimiento obrero lo fue.
Todos los discursos que anhelan y mitifican un pasado son de base reaccionaria. Asegurar que nuestros padres vivían mejor porque, por ejemplo, tenían mayor facilidad de acceso a la vivienda en propiedad, será una afirmación que probablemente dependa del apellido que tengas, del color de tu piel, de la orientación sexual o de tu posición en la cadena productiva. Restringir el modelo de familia a la tradición heteronormativa, excluye otras propuestas de familias igualmente válidas y probablemente más justas e igualitarias. No existe un pasado mejor, existe un pasado siempre diferente al presente y que dependiendo de tu posición en el mundo podría haber sido más o menos fácil.
¿Los extremos se tocan?
Resulta que esta autodenominada verdadera izquierda obrera, patriótica y profamilia tiene mucho más que ver con la extrema derecha de lo que nos quieren hacer ver. Resulta gracioso ver a los herederos ideológicos del estalinismo enarbolar discursos que antaño no se atrevían y hoy sí porque existe una extrema derecha movilizada en las instituciones y medios de comunicación que los amparan. Lo “políticamente incorrecto”, el ataque a las minorías sociales, el desprecio de las ideas ecologistas, el asco por el feminismo movilizado, la fetichización del obrero fabril es, sin lugar a dudas, la propuesta política más amigable con la extrema derecha y los poderes fácticos. A ver si ahora llamar feas a las feministas es algo transgresor e incorrecto, cuando es lo que se lleva haciendo toda la vida y vemos cada día en la prensa.
Urge revitalizar la esfera pública, ser capaces de volver a hacer que los debates movilicen en una dirección de cambio social, con unos enemigos declarados conocidos y con unas alianzas entre iguales, respetuosas y que potencien la libertad, la igualdad y la autonomía popular. Las ideas reaccionarias viven del debate enfangado, la provocación y la derrota. La lucha es por la vida y contra aquellos que quieren negárnosla.