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Reflexiones sobre el nihilismo

En cierto libro reciente, que insiste en eso de la teoría de las oleadas terroristas, contiene una serie de despropósitos que hay que leer para creer; uno de ellos asegura que los nihilistas del siglo XIX eran, sencilla y llanamente, «personas sin moral ni ética». Como necesitamos, urgentemente, profundizar en ciertos términos y en el conocimiento, nos lanzamos a indagar en qué es eso del nihilismo.

Es cierto que, con cierta frecuencia, se usa coloquialmente la palabra «nihilismo» aludiendo a la absoluta falta de principio moral o político. Tal vez, el primer filósofo que utilizó el término fuera William Hamilton, el cual consideró que el nihilismo es la negación de la realidad sustancial. Hamilton consideró que Hume era un nihilista, al negar que exista una realidad sustancial -o que, en realidad, existan sustancias- y solo cabe sostener que se conocen fenómenos. Desde este punto de vista, el nihilismo sería idéntico al fenomenismo -el cual tiene, a su vez, diversas vertientes-. Este nihilismo de Hamilton sería llamado posteriormente «nihilismo epistemológico». Se diferencia del nihilismo moral -negación de que haya principios morales básicos-, pero está tal vez muy emparentado con el nihilismo metafísico -pura y simple negación de «la realidad»-.

El propio Hamilton aludió con frecuencia al sofista Gorgias de la Antigüedad, según el cual no hay nada -y si hubiera algo, sería incognoscible; y si fuera cognoscible, seria inexpresable, inefable o incomunicable-. También se ha mencionado al escéptico Pirrón a propósito del nihilismo; aquí nos detenemos con atención, cuando se equipara muy a menudo nihilismo y escepticismo radical y se considera que ambos apuestan por una especie de universal «negacionismo». El escepticismo se ha manifestado muchas veces como duda de que haya nada permanente en el movimiento y en el cambio, mientras que el nihilismo se ha entendido como la afirmación de que todo cambia continuamente y de que todo varía en función del sujeto.

A veces, se expresa el nihilismo en forma de una concepción del mundo, que puede adoptar un pesimismo radical o bien conduce a un punto de vista totalmente «aniquilacionista». Así, en este último sentido, en el Fausto de Goethe Mefistófeles considera que sería mejor que nada surgiera ya que todo perece; en La vida es sueño, Segismundo parece seguir esa línea al decir que «el delito mayor del hombre es haber nacido». Schopenhauer, en El mundo como voluntad y representación, cita esas dos obras, así como versos de Teognis. Este filósofo consideró que toda existencia «refleja» el impulso irracional e incesante de la voluntad; la vida es lucha, y la vida humana está llena de sufrimientos y oscila entre el dolor del deseo (basado en la necesidad o en la carencia) y el dolor no menos intenso del aburrimiento o la inanidad (experimentado cuando todas las necesidades han sido satisfechas). Para Schopenhauer, la voluntad es la causa, no solo del egoísmo y la agresión, sino la raíz de todo mal en general. Ante la objeción de que la negación del sufrimiento implica la eliminación de la voluntad y, por lo tanto, «el deslizamiento hacia una nada vacía», el filósofo afirmará que, para quienes se hallen llenos de Voluntad, lo que permanece después de la completa abolición de la voluntad -o después de su negación- es una nada.

Para Nietzsche, la noción de nihilismo es muy importante. Por un lado, considera al nihilismo como una amenaza, como el término final de un desarrollo histórico sin salida. En otro sentido, considera como nihilista la interpretación de la existencia humana y del mundo proporcionada por la Europa cristiana y por la Europa moderna; esa interpretación niega los valores superiores de la fuerza, la espontaneidad, el concepto de superhombre, a beneficio de los supuestos valores de la equidad y la humildad, entre otros. Se puede hablar así, según el filósofo alemán, de un nihilismo «malo», que será aquel pasivo perteneciente a la tradición moral y metafísica. Pero se puede hablar también de un nihilismo «bueno» -o «auténtico»-, que sería activo y consistiría en destruir el sistema de valores de aquel nihilismo pasivo tradicional. El nihilismo de los «espíritus fuertes» pone punto final al nihilismo débil del pesimismo, del historicismo, del afán de comprenderlo todo, de la idea de que todo es vano. Este tema nietzscheano del nihilismo ha sido recogido por Heidegger al tratar de la destrucción de la metafísica occidental e, incluso, de toda metafísica como un «acontecimiento».

Capítulo aparte merece la historia del nihilismo ruso, con fuertes raíces sociales. Recordaremos que Bakunin llegará a afirmar que sólo la destrucción es creadora; recordamos aquí, por supuesto, que el gigante ruso se refería a la instituciones, y tenía en mente la injusticia social, por supuesto. Mencionamos a Bakunin, uno de los padres del anarquismo, pero al que tantas veces se ha calificado de nihilista, precisamente como un ejemplo de las muchas lecturas simplistas del término. En cualquier caso, el anarquismo posee una mayor conexión con los problemas sociales y, por supuesto, ninguna lectura elitista. Un verdadero representante del nihilismo será Dimitri Ivanovitch Pisarév, el cual escribió que «todo lo que puede romperse, hay que romperlo; lo que aguante el golpe, será bueno; lo que estalle, será bueno para la basura. En todo caso, hay que dar golpes a derecha y a izquierda: de ello no puede resultar nada malo». Hay que entender este violento párrafo como que sólo lo que resiste la critica implacable es digno de ser conservado. Insistiremos en que confundir nihilismo con terrorismo es una reiterada falsedad histórica.

Albert Camus, en El hombre rebelde, relaciona el nihilismo con la rebeldía, con el decir no, y se pregunta si esa negación de Dios, y de toda idea trascendente, no supone cuestionar el mismo concepto de moral y justicia. El nihilismo de Stirner, a diferencia del de Nietzsche, es vitalista y satisfactorio; hablamos de la destrucción de cualquier idea trascendente que anule al ser humano, entendido como un individuo concreto con una personalidad digna de ser potenciada. No obstante, para Camus es Nietzsche quien representa la conciencia más aguda del nihilismo. Gracias a él, el espíritu de rebeldía salta de la simple negación del ideal a la secularización del ideal, la salvación pasa de un terreno sobrenatural a la realidad del mundo. Esta transformación del mundo implica una dirección que tiene que ser ahora humana, Nietzsche confiaba plenamente en la evolución y en el devenir. Camus es un autor muy influenciado por Nietzsche y, para el caso que nos ocupa, un estupendo ejemplo de la concepción positiva que puede tener también el nihilismo entendido como rebeldía hacia lo establecido; así entendido, se trata de una apuesta por una nueva acción moral y una apertura a un mayor horizonte para la existencia humana.

Capi Vidal

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