Irán Revueltas Represión

Revueltas y represiones. Irán, entre contradicciones y conflicto social

Los acontecimientos en la calle en Irán parecen adquirir cada vez más una característica insurreccional. Las protestas, iniciadas en la ciudad de Meshed contra la carestía de la vida, e inicialmente inducidas por sectores conservadores del sistema con objeto de poner dificultades al gobierno reformista de Rouhaní, rápidamente se han convertido en una movilización generalizada de masas no solo contra el actual gobierno sino también contra la República Islámica en general.
Fuentes locales refieren la difusión de consignas contra el clero chiita, contra el Guía Supremo (el ayatolá Jamenei) y contra las estructuras militares, expresiones de la teocracia. También relatan la presencia de lemas contra la intervención iraní en Oriente Medio, sobre todo en Siria. Mientras escribimos estas líneas, diversas fuentes hablan de al menos una veintena de muertos en los enfrentamientos causados por las intervenciones represivas.

Si la oleada de protestas de 2009 se concentró sobre todo en la capital y fue protagonizada fundamentalmente por jóvenes, entre ellos muchísimos estudiantes universitarios (chicos y chicas), y fue caracterizada por cuestiones de orden político, la actual oleada de movilizaciones de masas tiene características tanto políticas -la oposición a la misma forma del Estado, establecida por la toma de poder por parte del clero- como económicas: si Rouhaní es moderadamente reformista en el ámbito social, desde un punto de vista económico es por el contrario claramente neoliberal, y las políticas que lleva a cabo su gobierno han dado lugar a un empobrecimiento de las capas populares. Al mismo tiempo, no ha conseguido garantizar sus tibias y lentas reformas sociales, muy poco en un país en el que la población joven crece día a día y tolera cada vez menos el sofocante control clerical.
Toda la fracción reformista de la clase dominante persa en los últimos años se ha inclinado cada vez más hacia las posturas de Rouhaní, extrema cautela en las reformas sociales y fuerte propensión al neoliberalismo, y así ha provocado una profunda desilusión entre quienes le habían apoyado en las urnas, votándole a menudo con la óptica de «lo menos malo».

El hecho de que las protestas se estén dando incluso en ciudades históricamente fieles al clero -entre ellas, la ciudad de Qom, en la que se encuentra uno de los principales santuarios chiitas- demuestra cómo la desafección hacia la República Islámica es cada vez mayor.
La mezcla entre las fallidas reformas en el campo social y la enésima reducción de salarios, ha creado las bases de la actual oleada de movilizaciones. Llegados a este punto, sucesos como las revelaciones sobre el latrocinio de fundaciones ligadas al clero -fundaciones que poseen buena parte de la industria y de la propiedad del suelo del país- o el aumento del precio de los huevos, han hecho simplemente de catalizadores. Quien ha evocado la movilización en la calle con el objetivo de hacer la cama a sus adversarios políticos -como ha hecho la facción conservadora de la clase dominante persa- ha creado un monstruo que, obviamente, no puede controlar.

La tímida apertura por parte de algunos exponentes del gobierno hacia las manifestaciones -que serían escuchadas mientras se mantuvieran los límites de la legalidad- no son más que la justificación del asesinato de Estado de una veintena de manifestantes en todo el país mientras el gran jefe de los verdugos, el presidente del Tribunal Revolucionario de Teherán, ha afirmado que los detenidos pueden ser acusados de haber «declarado la guerra a Dios», acusación que implica la pena de muerte y que es empleada siempre por el gobierno islámico para eliminar sin demasiadas explicaciones, gracias a una definición extremadamente vaga del delito, a los opositores políticos, como sucedió tras las protestas de 2009. Mientras tanto, el Gobierno ha aumentado la censura en las páginas web y ha limitado después el acceso a internet con la intención de dificultar la comunicación entre los manifestantes, y la filtración de noticias al exterior.

En Irán, cerca de doce millones de personas viven por debajo del índice de pobreza. La particular forma de asistencialismo iraní, basada en las fundaciones religiosas, llega a asistir a cerca de la mitad de esta masa de desheredados. A pesar de la distribución con precios económicos de los bienes de primera necesidad, realizada por estas fundaciones, que tienen como objetivo mantener el control de las masas proletarizadas, los salarios reales han sido constantemente erosionados en los últimos años.
Al mismo tiempo, el ayatolá Jamenei, Guía Supremo del país, y el presidente de la República, Rouhaní, teóricamente representantes de dos facciones enfrentadas, al unísono acusan a las potencias extranjeras de estar siempre detrás de las movilizaciones. No nos cabe duda sobre el hecho de que también nuestros aprendices de brujo de la geopolítica, los mismos que de hecho se excitan con la idea de apoyar a ciertos Estados -y a ciertas burguesías nacionales- en nombre del antiimperialismo, se pondrán a repetir esta canción como papagayos.

Seguramente no son ajenos al hecho de que la expansión de las movilizaciones de masas -sobre todo si tienen carácter insurreccional- preocupan no solo a los aliados directos de Irán, como Rusia y China, sino también a la Unión Europea, con Alemania e Italia a la cabeza, que tienen con Irán unas relaciones comerciales excelentes y en expansión.
Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí seguramente pueden mirar con mayor simpatía todo lo que ponga en dificultad al país que consideran como principal enemigo; pero solo quien tiene la cabeza obnubilada por la propaganda puede pensar que las movilizaciones de Irán sean causadas por no se sabe qué oscura maniobra externa, y no el resultado de años de políticas económicas que han socavado las condiciones de vida de las clases populares y de una represión social que dura décadas.
Por otro lado, la clase dominante saudí vive en el terror permanente de que las contradicciones internas de su país exploten definitivamente y, si las movilizaciones en Irán siguen adelante, comenzará a temer el contagio revolucionario.

Ante esta posibilidad, las burguesías nacionales están dispuestas a aparcar sus diferencias para concentrarse, juntas, en sojuzgar al proletariado. La historia inmediata a la derrota iraquí en la Primera Guerra del Golfo lo demuestra a las claras: tras una década de guerras ininterrumpidas, primero con Irán y después con Kuwait y la OTAN, el proletario iraquí insurge contra sus masacradores; inmediatamente, quienes combatían a Sadam Husein decidieron que era mejor que permaneciese al mando con el fin de que pudiese reprimir la insurrección.
Una de las causas del descontento por parte de quienes combaten en estos días en las calles persas es el constante traspaso de fondos hacia el gasto militar, traspaso necesario para mantener y expandir esa gigantesca máquina de guerra continuada por Teherán, que ha permitido a Irán expandir o consolidar su influencia en Iraq y Siria.
Pero puede ser que también las clases populares de otros países -como Arabia Saudí o el propio Israel- decidan que se han cansado de pagar para el mantenimiento de los instrumentos que los tienen sojuzgados.

Lorcon

Publicado en Tierra y libertad núm.355 (febrero de 2018)

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