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Un vendaval libertario que llegó para quedarse

Encendiendo la mecha

Es un viernes. El viernes 3 de mayo para mayor exactitud, pero esta mañana voy a llegar tarde al trabajo. Antes de acudir al “Laboratorio de Psicología Social” donde he sido contratado al poco de acabar la Licenciatura, me he detenido largamente en el patio de la Sorbona. Ya han empezado a afluir en ese recinto los estudiantes convocados en protesta por el cierre, ayer mismo, de la Universidad de Nanterre. Algunos traen porras y cascos ante la perspectiva de un ataque inminente de los comandos fascistas. Muchos de mis compañeros y compañeras de la LEA y del 22M  se encuentran entre los cerca de 400 estudiantes que se irán concentrando a lo largo del día. La circunstancia de que casi todos los lideres de los distintos grupos políticos estudiantiles de extrema izquierda hayan acudido a esta cita incidirá, como se verá más adelante, en los sucesos posteriores.

Me hierve la sangre por no poder permanecer con mis compañeros, pero como el “Laboratorio” se halla a tan solo treinta metros de la entrada al patio de la Sorbona, mis idas y venidas para ver cómo transcurren las cosas serán constantes hasta el momento en que la policía bloquea la entrada. Alternando cantos revolucionarios, arengas y debates, los compañeros están dispuestos a mantener la ocupación todo el tiempo que sea necesario. Transcurren las horas, los fachas no aparecen, pero, en su lugar acuden centenares de antidisturbios y, a las cinco de la tarde empiezan a encerrar los estudiantes en sus “lecheras”. Eso sí, solo se llevan a los varones, ya que una negociación previa ha  concluido con el acuerdo de que todas las estudiantes pueden abandonar la Sorbona libremente.

¡ Grave error de la policía ! Las militantes que han podido salir a la calle se agrupan inmediatamente con estudiantes que se hallan en los alrededores de la Sorbona y empiezan a hostigar enérgicamente a la policía y a sus lecheras al grito de “liberemos nuestros compañeros”. Extraño día laboral, llegué con retraso al trabajo, y resulta que lo abandono antes de hora para sumarme a los grupos que empiezan a arrojar objetos de todo tipo contra los coches de la policía.

Carreras, cargas, granadas lacrimógenas, el parabrisas de una lechera estalla en mil pedazos hiriendo a su conductor. La gente arranca las rejas de los árboles y las tira sobre la calzada del Boulevard Saint Michel para entorpecer el paso de los furgones policiales. Plaza de la Sorbona, un dirigente estudiantil trotskista, que había escapado de la redada, se afana en el intento de desactivar la situación exigiendo que dejemos de provocar (¡sic !) a la policía. Entiendo entonces que si los lideres estudiantiles no se hubiesen encontrado apartados del escenario de la lucha, esta hubiese abortado muy rápidamente. En cualquier caso, tras unas cuatro horas de intensos enfrentamientos estos concluyen finalmente con bastantes heridos leves, unas 600 personas interpeladas, de las cuales 27 son retenidas en  las comisarías, y 14 serán juzgadas y condenadas antes de que concluyan las 48 horas posteriores.

Fue ese día cuando la mecha de Mayo empezó a prender, encendida por la gente que se rebeló espontáneamente contra la represión, y que no dudó en pasar del clamor de la protesta a actuaciones físicas, no para pedir, o para exigir, “la liberación de los detenidos”, sino para intentar liberarlos.
Así fue como se inició Mayo del 68, así fue como empezó, y se propagó velozmente por toda Francia, sumiendo todo el país en un esplendoroso mes y medio de multitudinarias manifestaciones, de ocupaciones de universidades y de fábricas, y de duros enfrentamientos con la policía, con momentos épicos como la famosa noche de las barricadas del viernes 10 de Mayo donde ardió el barrio Latino, y donde París pudo contemplar, al despertarse, un dantesco escenario de lucha.

Un “acontecimiento” en toda regla

Nada hacia presagiar que un conflicto, que en su origen era de naturaleza estudiantil, pudiera propagarse con tanta rapidez en el tejido social, ni que consiguiera espolear a la clase trabajadora, ni que acabase por adquirir tan enormes proporciones, ni tampoco que logrará abrasar todo un país y paralizarlo durante semanas. Nadie había imaginado que algo semejante pudiese ocurrir en un país que era relativamente próspero, y donde la tónica dominante era una aburrida monotonía.
Si Mayo surgió como un fenómeno absolutamente inesperado fue precisamente porque se trataba  de un autentico “acontecimiento”, es decir, de una “creación”, que, en este caso era de tipo histórico. No en vano el concepto de “creación” remite a aquello que no preexiste a su formación, que no se encuentra prefigurado en ninguna de sus condiciones antecedentes, y  fue por eso que Mayo, no solo causó una sorprendida y enorme estupefacción en el mundo entero, sino que dejó atónitos a sus propios protagonistas.

Esa perplejidad no se limitó a los inicios de Mayo, sino que lo que estaba ocurriendo seguía siendo inimaginable y desconcertante para nosotros mismos al finalizar cada día de lucha, y al iniciarse en cada amanecer un combate del que no se sabía cual iba a ser su rumbo a lo largo de las horas, y que parecía no querer detenerse nunca.
De hecho, si queremos caracterizarlo en lo que tuvo de más esencial, debemos precisar que Mayo emergió como una salvaje exigencia de libertad, y que se trató de una revuelta  radical contra la autoridad, tanto la que se manifestaba en las aulas, como la que imperaba en los talleres, y la que saturaba la vida cotidiana. Se caracterizó por ser un autentico estallido anti-autoritario, y es por eso   por lo que se puede considerar que fue genuinamente libertario. Los latidos de Mayo diseminaron expresiones libertarias por doquier, arrancándolas del exiguo gueto donde moraban, y proyectándolas repentinamente sobre las multitudes para que la gente se las apropiase y las reinventase a su modo.

Si bien es cierto que Mayo se inició en las universidades, fueron, sin embargo,  las ocupaciones de fabricas las que  le inyectaron las energías que le permitieron subsistir más allá de la primera noche de las barricadas. En la Sorbona reabierta y ocupada la noche anterior, el ensordecedor clamor que acogió en la tarde del martes 14 de mayo el anuncio de la ocupación de la fabrica de “Sud Aviation” y del secuestro de su director, indicaba claramente que iba a ser el movimiento obrero el que iba a dar continuidad y fuerza al estallido del 3 de mayo.
No cabe la menor duda de que fueron las ocupaciones de fábricas, con millones de trabajadores en huelga, las que potenciaron la resonancia, tanto en intensidad como en duración, que tuvo Mayo en la sociedad contemporánea. Fue el mundo del trabajo el que le dio una dimensión de «acontecimiento histórico», una dimensión que nunca hubiese conseguido alcanzar si se hubiese quedado en una simple revuelta estudiantil.
Ahora bien, aunque fue el mundo del trabajo el que permitió que Mayo adquiriese el espesor propio de un autentico acontecimiento histórico, sin embargo, no fue el mundo del trabajo el que le imprimió las características que lo sitúan como un evento político de primera magnitud que cambió en profundidad los esquemas heredados, y que surtió unos efectos que aun perduran.

Lo que posibilitó ese resultado, y lo que constituye la originalidad de Mayo, fue la creatividad desplegada en la acción subversiva por los innumerables activistas de Mayo, alumnos de secundaría, estudiantes universitarios, jóvenes trabajadores, hombres y mujeres que se agolpaban en las asambleas, que organizaban y mantenían las ocupaciones, y que animaban los “comités de acción” en los barrios, sin que, en la mayoría de los acasos, estos activistas tuviesen la más mínima experiencia política con anterioridad al inicio de Mayo. Su radical inconformismo, su talante transgresor y creativo hicieron que, lejos de agotarse en una mera protesta, Mayo del 68 abriese vías de innovación y de cambio en múltiples ámbitos, tanto el político, como el  educativo, el interpersonal, o la propia vida cotidiana.

Lo que Mayo nos enseñó

Mayo introdujo en la sociedad unas semillas de cambio que incidieron en múltiples ámbitos, desde la educación, a la cultura, pasando por las identidades sexuales, las relaciones familiares y los estilos de vida. No en vano la derecha no se priva de atribuir a las consecuencias de Mayo la erosión de los valores de “orden” y el irrespeto por la autoridad. Pero al lado de esos efectos globales, Mayo también nos enseño algunas cosas que cambiaron nuestras formas de actuar, de organizarnos, y de pensar políticamente.
Con independencia de que abrió nuevos cauces y sembró algunas de las semillas que darían vida a los nuevos movimientos sociales, de finales del siglo XX y principios del XXI, Mayo también fue sumamente importante por todo aquello que declaró obsoleto, por los caminos que clausuró, por las prácticas de lucha, por los modelos organizativos, y por las concepciones políticas que descalificó.  Así, por ejemplo, restó legitimidad a unas estructuras organizativas marcadamente vanguardistas que se autoatribuían el papel de conducir a las masas hacia su liberación, porque se creían poseedoras de la línea justa, porque pensaban que estaban dotadas del saber político correcto, y porque se consideraban conocedoras privilegiadas del camino que convenía seguir.

Su ímpetu anti-autoritario puso al descubierto lo que venía lastrando el bagaje antagonista, los aspectos autoritarios del propio movimiento revolucionario- y a veces del propio anarquismo-, tornando imposible proseguir con unos esquemas heredados que declaró caducos. Entre otras cosas, Mayo puso fin a la seducción que durante 50 largos años el modelo leninista ejerció sobre el imaginario político radical, dando alas a las formas libertarias de ese imaginario. Su éxito fue tal que las formaciones marxistas no tuvieron más remedio que incorporar desde entonces tonalidades libertarias en sus discursos, y nos ofrecen hoy el insólito y paradójico espectáculo de querer recuperar y apropiarse un acontecimiento que invalidó precisamente algunos de sus postulados

Mayo también nos enseñó, por ejemplo, que las energías sociales necesarias para que se constituyan potentes movimientos populares surgen desde dentro de la creación de determinadas situaciones, no les preexisten necesariamente. No es que esas energías existan en estado latente, y se liberen cuando se encuentran reunidas ciertas condiciones, es más bien que esas energías se forman en el propio proceso de la creación de determinadas situaciones, retro-alimentándose a si mismas, perdiendo fuerza por momentos y, volviendo a crecer de repente, como ocurre con las tormentas. Se trata, por lo tanto, de unas energías que siempre pueden aparecer en cualquier momento, aunque en el instante inmediatamente anterior no existan en ninguna parte.
Durante los acontecimientos de Mayo pudimos ver como esas energías sociales se forman, por ejemplo, cuando lo instituido queda desbordado, cuando se sustrae un determinado espacio a los dispositivos de dominación, vaciándolo del poder que lo inviste, y creando, literalmente, un “vacío de poder”. Pero, de forma más general, si la enorme energía social que impulsó los acontecimientos de Mayo no pudo detectarse antes de que estos estallaran fue porque esa energía no existía previamente. Fueron los propios sucesos de Mayo, las prácticas que allí se desarrollaron, las fórmulas que se idearon y que se expresaron en su transcurso, los que dieron cuerpo a un multitudinario y variopinto sujeto colectivo que no existía en lugar alguno antes de que los propios acontecimientos lo fuesen construyendo.

De hecho, el movimiento pudo avanzar hasta topar, finalmente, con sus límites porque fue construyendo su andadura sobre la marcha. No a partir de un proyecto que nunca preexistió al inicio de la movilización, sino que se construía, se rectificaba y se formaba en el seno del hacer cotidiano. Fue ese hacer haciendo el que dio vida al movimiento y le permitió ir sorteando con inventiva, uno tras otro, los obstáculos que iban surgiendo en su camino.
De esta forma, lo que Mayo dejó meridianamente claro es que el “sujeto revolucionario” no preexiste a la revolución, sino que se constituye en el seno del propio proceso revolucionario. Resulta de ese proceso, porque es la revolución quien lo crea en el transcurso de su propia andadura.

Volviendo ahora a consideraciones menos generales, hay que añadir que Mayo puso de manifiesto que el mero hecho de subvertir los funcionamientos habituales, de trastocar los usos establecidos, de ocupar los espacios, de transformar los lugares de paso en lugares de encuentro y de habla, consigue desatar una creatividad colectiva que inventa de inmediato nuevas maneras de extender la subversión y de hacerla proliferar. Como resulta, además, que los espacios liberados engendran nuevas relaciones, crean nuevos lazos sociales que se revelan incomparablemente más satisfactorios que los que existían previamente, las personas experimentan en esos espacios el sentimiento de que viven una vida distinta en la que gozan de lo que hacen, descubren nuevos alicientes, y se lanzan a una profunda transformación personal que se realiza, además, en muy poco tiempo.

Mayo del 68 fue una lucha, por momentos violenta, áspera, tensa, extenuante, exigente, y llena de sin sabores como lo son todas las luchas. Pero fue también una fiesta, una experiencia que proporcionaba placer y un enorme sentimientos de felicidad. Nos transmitía con claridad que no debíamos posponer al final de la lucha el placer de saborear sus eventuales resultados, sino que las recompensas surgían desde el seno de la propia acción, formaban parte de lo que esta nos proporcionaba diariamente. De esa forma, Mayo nos mostraba que son las realizaciones concretas, aquí y ahora, las que son capaces de motivar a la gente, de incitarle a ir más lejos, y de hacerle ver que otras formas de vivir son posibles, y por lo tanto, deseables. Pero también nos advertía de que para que esas realizaciones puedan acontecer, la gente necesita, imperativamente, sentirse protagonista, decidir por ella misma, y es cuando es realmente protagonista, y cuando se siente efectivamente como tal, cuando su grado de implicación y de entrega puede dispararse hasta el infinito.

Por fin, Mayo puso el acento sobre el hecho de que, como el anarquismo no se había cansado de repetirlo, la dominación no se limita al ámbito de las relaciones de producción, sino que se ejerce en una multiplicidad de planos, y que las resistencias han de manifestarse en todos y cada uno de esos planos. Se empezaba a dibujar de esa forma una nueva subjetividad política del antagonismo, y se abrían nuevos escenarios para su despliegue. Porque, en efecto, cuando el horizonte de la política antagonista se ensancha, hasta abarcar todos los ámbitos donde se ejercen la dominación y la discriminación, son, entonces, todos los aspectos de la vida cotidiana los que entran a formar parte de su campo de intervención. Y lo que queda configurado de esa forma es una nueva relación entre la vida, por una parte, y la política, por otra parte, que dejan de ocupar, en ese mismo instante, espacios separados.

El movimiento del 22 de Marzo

Desde el mismo momento en el que Mayo se inició, el “movimiento del 22 de Marzo” siempre estuvo en su epicentro, y se extinguió por voluntad propia – auto-disolución –  cuando Mayo  abandonó las calles, las universidades y las fabricas, tras dejar sembrados en la sociedad unos efectos de larguísimo alcance.
Sin embargo, antes de evocar algunas de sus características conviene situar brevemente ese movimiento que fue tan efímero y tan intenso como un fogonazo, pero cuya importancia y originalidad es indiscutible.
La prolongada agitación estudiantil que sacudía desde hacía meses la Universidad de Nanterre, situada en el extra radio de París,  proporcionó el caldo de cultivo para que el día 22 de marzo más de un centenar de estudiantes se lanzaran a ocupar la torre administrativa de la universidad para exigir la puesta en libertad de uno de sus compañeros, Xavier Langlade, detenido dos días antes durante un ataque a las oficinas de la “American Express” por parte del CVN (Comité Vietnam National, de filiación trotskista). La asamblea que se llevó a cabo durante la ocupación concluyó con un llamamiento firmado por 142 de los estudiantes presentes. Así nacía un movimiento que se denominó “Movimiento del 22 de Marzo” y que lideró a partir de ese momento la agitación en la universidad, consiguiendo reunir asambleas de hasta 1.500 estudiantes como la que convocó el día 2 de abril.

Los impulsores y animadores del movimiento eran, básicamente, los militantes de la coordinadora de estudiantes anarquistas “LEA” (Liaison des Étudiants Anarchistes) que tenia cierta influencia en la universidad y contaba, por ejemplo, entre sus filas a Daniel Cohn-Bendit, que pasó a ser el ícono más popular de Mayo del 68, y a militantes de la trotskista “LCR” (Ligue Communiste Révolutionnaire) junto con numerosos estudiantes “no organizados”.
Desde el primer momento, el Movimiento del 22 de Marzo se constituyó en forma de una organización horizontal, no centralizada, no jerárquica, de carácter asambleario, no sectaria y transversal desde el punto de vista ideológico, con estructuras fluidas, sin instancias delegadas. La diferenciación interna entre los militantes no provenía del lugar ocupado en un supuesto organigrama organizacional, sino en función de las tareas concretas, limitadas en el tiempo, asumida por unos equipos de trabajo nombrados en asamblea y que solían incluir, de hecho, a todos los voluntarios que se ofrecían para desarrollar dichas tareas.

No solo no había nada que se pareciera a un «comité central», o a un «secretariado permanente», o a cosas por este estilo, sino que tampoco había una afiliación formal, con sus correspondientes carnés, adscripciones y cuotas. Formaban parte del “22 de Marzo” quienes buenamente acudían a sus asambleas y participaban en sus acciones. De hecho, las fronteras del movimiento eran tan permeables que en la fase parisina del “22 de Marzo”, es decir, la que se extendió desde el cierre de la universidad de Nanterre el 2 de mayo, hasta el fin de las ocupaciones en el mes de junio, buena parte de sus miembros no éramos estudiantes de Nanterre, y, en algunos casos, ya ni siquiera éramos estudiantes.
Se trataba de una organización que no se mitificaba ni se fetichizaba a sí misma, ni se planteaba el objetivo de perdurar en el tiempo más allá del periodo en el que podía tener una utilidad práctica. De hecho, la auto-disolución del Movimiento del 22 de Marzo se produjo, pocos meses más tarde de su creación, en un ambiente que fue mucho más festivo que traumático.

Entre las características del Movimiento del 22 de Marzo figuraba la reivindicación, y el ejercicio efectivo, de la democracia directa, así como una fuerte prevención en contra de los liderazgos, y el ejercicio del poder. Así por ejemplo, para desactivar el protagonismo mediático que se otorgaba  a Cohn-Bendit se le sustituyó en algunas ruedas de prensa convocadas con su nombre por otros miembros del 22 de Marzo que declaraban  a los periodistas «nosotros somos Cohn-Bendit».
En la agenda del movimiento figuraba la acción directa, ejercida sin mediaciones por los propios interesados, fuera de los cauces institucionales. Y, bajo el nombre de «acción ejemplar» se pretendía realizar unas acciones que otros pudiesen retomar en otros lugares, adaptándolas a sus propias circunstancias. Y si estas acciones conseguían parar o entorpecer el funcionamiento habitual de algún elemento del sistema, tanto mejor, porque se creaban entonces nuevas situaciones, capaces de generar nuevas dinámicas.

El 22 de Marzo no pretendía nunca hablar en nombre de otros, o en representación de otros, sea los estudiantes en general o la clase trabajadora, siempre hablaba en su propio nombre, y tampoco aceptaba que otros hablasen en su nombre. No en vano una parte sustancial del 22 de Marzo desarrollaba una potente crítica del vanguardismo.
Se practicaba la mezcla, o la hibridación de géneros, el discurso político no estaba reñido con las experiencias festivas, el compromiso más abnegado podía compaginarse perfectamente con la negativa a tomarse demasiado en serio, y el inconformismo iba de la mano del desafío, de la provocación, de la insolencia, de la risa, de la parodia, y de ridiculizar tanto las instituciones como los valores más rancios.
Tres años antes de 1968, los “ácratas” de la universidad complutense de Madrid iniciaron una lucha que anticipaba ciertos aspectos de lo que fue ulteriormente el “Movimiento del 22 de Marzo” , y por eso vale la pena recordar aquí algunos de los planteamientos que dibujan cierto “aire de familia” entre las dos experiencias.

Se trataba para ellos, de huir de dos grandes características de las formaciones políticas de la extrema izquierda: la primera consistía en  desarrollar una fuerte labor proselitista destinada a engrosar las filas del grupo, de la organización, o del partido, cuyo fortalecimiento se convertía finalmente en un objetivo primordial y promovía una especie de “patriotismo de organización”. La segunda consistía en privilegiar la vertiente discursiva de la acción política, partiendo de la base de que lo importante era hacer llegar a la gente ideas y programas mediante la difusión de textos y de discursos cuidadosamente  elaborados hasta en sus más mínimos detalles. Esos textos tenían el claro propósito de difundir los presupuestos ideológicos defendidos por sus autores para que fuesen adoptados por cuanta más personas mejor, y que estas los hicieran suyos. “Patriotismo de ideología”, si se quiere.

Ambos tipos de patriotismos coincidían en privilegiar la actividad propagandística como forma de intervención política, y eso era precisamente lo que rechazaban los “ácratas”. No querían “crecer” como organización, ni querían que se les “comprase” su discurso, ni tampoco pretendían proclamar una identidad. Por supuesto, defendían, ellos también, determinados postulados ideológicos y políticos, pero estos no debían quedarse en el plano de las palabras, sino que la ideología debía encarnarse en actos concretos susceptibles de hacer proliferar otros actos de semejante naturaleza, es decir, que vehiculasen contenidos ideológicos semejantes.

Para ellos, se trataba de llevar a cabo acciones políticas cuyo significado estuviese inscrito en la propia acción realizada, y no dependiese de su fuente o autoría (siglas, banderas, etc.), ni del discurso justificativo que la acompañase. Es decir, se trataba de que su significado no estuviese ligado a lo que de ella se predicaba, sino que la acción hablase por sí misma. No era preciso firmarla, no se trataba de prestigiar una organización, ni de proclamar una identidad, se trataba de que la acción surtiera unos efectos que podían ir, desde la creación de una dificultad para los poderes, hasta la puesta en evidencia de aspectos enmascarados de la dominación, pasando por despertar la toma de conciencia política, y, sobre todo, por suscitar “replicas” espontáneas de la acción, no como un efecto de mimesis, sino por un proceso de “apropiación” y de re-creación de la acción por parte de la gente.

Reinventando planteamientos parecidos a los de los “ácratas”, ya hemos visto que el “22M” ponía un énfasis especial sobre el concepto de “acción ejemplar”, significando con ello unas acciones cargadas de significado político, sin que fuese preciso explicitar ese significado porque el poder de convicción de la “acción ejemplar” no radicaba en el discurso que la envolvía, sino en lo que despertaba en quienes la veían u oían hablar de ella. También debían estar dotadas de poder pedagógico, y ser puestas al alcance de quienes quisieran reproducirlas, a fin de que se pudieran diseminar y brotar como por contagio. En cierto sentido, esto evocaba de forma bastante directa (aunque prescindiendo de sus formas sangrientas), la antigua “propaganda por el hecho” que los anarquistas desarrollaron como instrumentos capaces de despertar y de remover conciencias, de desenmascarar dominaciones, y de impulsar voluntades de lucha.

Mayo aún no ha concluido

La costumbre de prestar atención y de conceder importancia a una efeméride porque el evento histórico al que remite cumple 50, o 100 años, roza lo absurdo, ya que, obviamente, ese evento no era ni más ni menos importante cuando cumplió, por ejemplo, 48 o 96 años. Sin embargo, en el caso de Mayo del 68 incluso ese pusilánime pretexto es bueno para traerlo a colación y reflexionar sobre él, porque a diferencia de muchos otros eventos cuyo interés es solo de carácter histórico, este, además de formar parte de la  historia, también forma parte del presente y sigue latiendo en el seno de nuestras sociedades.
En efecto, es notorio que su impronta sobre quienes nos sumergimos en sus turbulencias fue de tal magnitud que para muchos de nosotros Mayo ha acabado por formar parte de lo que somos, de lo que sentimos y de lo que soñamos. Como lo dijo magníficamente Emma Cohen en un precioso y entrañable libro de recuerdos y de vivencias, “Mayo nunca concluyó del todo”, y eso hace que nos siga acompañando en la actualidad.

Ahora bien, más allá de su inscripción en la esfera individual, también cabe considerar que si Mayo aun no concluyó del todo, es por la sencilla razón de que sigue ejerciendo influencias sobre nuestras sociedades. En efecto, algunas de las claves de sentido que permiten entender el presente se ubican precisamente en los acontecimientos de Mayo, o, mejor dicho, en ese extraordinario acontecimiento que fue Mayo del 68. Esa es la razón por la cual es preciso adentrarse en lo que fue Mayo del 68 si queremos descifrar  algunos de los aspectos del presente.

Mayo forma parte del tipo de  acontecimientos que marcan un antes y un después, su irrupción cierra una época y abre otra, y resulta que, como la época que abrió aún no se ha cerrado, reflexionar sobre Mayo no es tanto contemplar el pasado como pensar el presente.
No quisiera concluir sin mencionar el hecho de que siempre me produce cierta sorpresa que se hable del fracaso final de Mayo del 68. No alcanzo a entenderlo por la sencilla razón de que no es procedente enjuiciar un acontecimiento en términos de éxito o de fracaso. Esa valoración solo se puede aplicar a un proyecto que se diseña para alcanzar tal o cual resultado, o a una acción que se emprende con tal o cual finalidad. Si bien es cierto que Mayo del 68 respondió al entrelazado de múltiples causas, sin embargo, la realización de un proyecto nunca figuró entre ellas. Si se insiste en querer hablar en términos de éxito y de fracaso, el éxito de “un acontecimiento” es, simplemente, el de haber acontecido, y su fracaso sería el de no haberse producido. Mayo del 68, simplemente, aconteció, y ese es su incuestionable éxito, a la vez que su indescifrable misterio.

Tomás Ibáñez
Libre Pensamiento nº 93. 2018.

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