He recibido un llamamiento de unos queridos compañeros y amigos, de cara a participar en la fundación de una organización no reformista que sea coherente con los principios libertarios. La defensa de los Principios –al parecer–, es de una importancia muy importante, y conocedores de que yo me los sé de memoria, me instan con buena voluntad a que me una a ellos.
Respondo con precaución, como tocando con un palo a un bicho extraño lleno de patas y pelos que no se mueve: sabiendo que si me acerco lo suficiente, me va a morder. Os explico por qué no me interesa: Porque los principios libertarios, no necesitan defensores, si no gente que los practique, bien o mal, pero que haga algo con ellos.
Si alguien estudiara en las encuestas del CIS, la posición que ocupa entre las preocupaciones del pueblo obrero, la deriva reformista del anarquismo, ¿qué posición ocuparía en sus angustias? Cero. Es que para mí un problema importante comienza cuando pasando la pierna por encima de una alambrada, se me engancha un cojón entre los pinchos. ¿Tengo yo la culpa de que la precariedad, la pobreza, la salud, la enseñanza, la vivienda, el racismo, la discriminación de la mujer, el desempleo, los parásitos intestinales y la integridad de mis testículos, ocupen el centro de mis intereses y afectaciones? Dicho llanamente: quien tiene los Principios y su defensa como centro de sus actividades, o quien dedica al día cinco minutos a pensar en ellos, es porque no tienen mejores problemas que resolver. Y a los hechos me remito, que ni tienen los revolucionarios anarquistas el mayor número de detenidos, ni llevan a cabo las acciones más audaces, ni su eficacia llena de estupor y admiración a las masas de la clase obrera, ni siembran el pánico con hechos pavorosos, entre los miembros de la cleptocracia. ¿Quiénes son los que llevan adelante los Principios? Pues los de Gamonal, los de Can Vies, los de la Esperanza, gente así son quienes los practican.
Luego, es que llevo décadas y décadas…, y muchas más décadas, apoyando a una organización incoherente. Ni en 1936 fue coherente, ni en 1976, ni en el 2006. Es un verdadero desastre. Así pues, se me antoja que la tarea cualitativa es ímproba y necesariamente condenada al fracaso si se nutre de mi aportación y concurso afiliativo. Lo primero: no estorbar. Si yo estuviese ahí, de inmediato perturbaría el campo de la fuerza.
Es más, los revolucionarios conscientes, como tienen la atención centrada en los jodidos principios, suelen ignorar cómo se hace la tortilla de patatas. Se limitan a ver cómo los demás la hacen, y luego se la comen, y te dicen que la patata está dura, que le falta sal, o que no ha cuajado bien, o que está demasiado hecha… Pero se la zampan.
Además, ¿Cómo voy a mejorar mi cuenta de resultados por estar en una organización nueva? A mí se me ocurre, que lo que no hice (o hicimos) durante cincuenta años, disponiendo de una estructura consolidada, no lo voy (o vamos) a llevar a cabo ahora en una organización por edificar. No. No voy a mejorar por estar o no en una organización planetaria universal que tiene menos… Muchos menos afiliados que la asociación de vecinos de mi barrio, que son 2.307, y que organizan talleres de fontanería, viajes a Fuengirola y una paella el día de la Virgen.
Otra cosa que se me ocurre, es que lo mejor es siempre enemigo de lo bueno, que decía Voltaire. Y yo soy una persona que se conforma con poco. Bici de treinta años, ropa vieja del año ochenta, música de The Tramps… Renovar vivienda, vestuario, gustos y automoción es un gasto de energía al que no estoy dispuesto.
En definitiva, que mi percepción es que estar en una organización óptima, que defienda los Principios, no solo no me haría mejor persona, más activa y valiente, si no que, además, no aportaría nada a los que aspiran a crearla. Prefiero, por tanto, quedarme como estoy por bien de todo el mundo, sobre todo de los demás y mío propio. Porque aguantarme a mí, tiene tela.
Eso sí, que me parece bien: que quien quiera, se lance. Que si alguien decide que va a hacer ahora lo que no hizo en cuarenta años, en veinte, en dos, o en una semana, pues adelante. Porque los principios lo que proporcionan, es una base ideológica para llevar a cabo las actividades, siempre de forma imprecisa, imperfecta, pero que en general nos dirige a un fin. Y por eso, si se puede echar una mano en algo, pues se echa, por mí que no quede, que una de las principales tareas pendientes que tenemos los anarquistas, es aprender a ponernos de acuerdo, para llevar a cabo nuestros proyectos contra la adversidad, siendo los mejores, los más audaces, los que provocan la admiración de los dominados, y establecen el terror en el ánimo de los poderosos. Un saludo, y que vaya todo bien.